Conocemos ese pasaje evangélico que nos narra San Lucas (24;13-35), cuando, tras la resurrección, camino a Emaús, Jesús se presentó ante dos de sus discípulos, y al llegar le pidieron “quédate con nosotros”, y Él lo hizo en Emaús, bendijo el pan y se los repartió, y entonces supieron que era el Maestro. ¿Y nosotros, ahora?
Hay muchas oraciones y frases que circulan y que le piden a Jesús que se quede con nosotros. La verdad, es que no necesitamos pedirlo, ya que siempre, siempre, está con los suyos; nos acompaña, a justos y pecadores. Claro, no es malo pedirle que esté con nosotros, y ello porque nos da la conciencia de que eso es lo que queremos: que el Señor se quede con nosotros.
Si le pedimos que se quede con nosotros, Él se manifestará de alguna forma, no como se apareció a sus discípulos, lo más probable, pero sí en hechos, cosas que nos suceden, necesidades que se satisfacen, pensamientos que nos llegan, consejos y orientaciones para estar cerca de Él. Una manera de sentir su presencia es encontrarnos en paz interior, que viene de su compañía.
Como padre amoroso, efectivamente, Jesús no necesita que le pidamos nos acompañe, y lo hace, nunca nos falla. Hay historias de santos que tras momentos difíciles le preguntan a Jesús que en dónde estaba mientras sufrían y Él respondía que siempre había estado a su lado. Anécdotas o no, es verdad, allí está siempre.
Pero, por otra parte, es el mismo Jesús quien constantemente nos está pidiendo que nosotros nos quedemos con Él, que no abandonemos su rebaño, que no dejemos de hacer la voluntad del Padre. Nos llama y nos toca responder.
Pero pide que nosotros también nos quedemos con las personas que de alguna manera necesitan de alguien, yo mismo o quien sea, por sus necesidades materiales o anímicas. Mientras los creyentes le pedimos “Señor, quédate con nosotros”, la mayoría de quienes quisieran tenernos a su lado lo piensan y a veces no lo dicen, por miedo al rechazo.
Así, mientras pedimos que Él se quede con nosotros, debemos quedarnos con los necesitados de compañía o ayuda, y que a veces no se atreven a pedirlo. Más aún es importante que cuando alguien nos pide realmente que nos quedemos con él, lo hagamos, que le demos algo de nuestro tiempo (de nuestra vida) o de nuestras cosas. Si así lo hacemos, podemos estar seguros que el Maestro estará entre quien pide y quien responde cristianamente.
“Señor, ─podemos decirle─, quédate conmigo (o con nosotros), y haznos sensible tu presencia con el pan bendito de tu amor, repártelo conmigo y con todos nosotros, y haz, Señor, que sepamos compartir ese pan con todos aquellos que quieren, en su corazón y a veces por su palabra, que nos quedemos con ellos. Sabremos bien que también Tú, estarás entre nosotros”.
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