Hace un tiempo cierta persona posteaba, indignada, un lamentable hecho acaecido hace 65 años, cuando el Gobierno de Gran Bretaña condenó a sufrir “castración química” a Alan Turing. ¿Su delito? Ser homosexual. Indudablemente suscribo que aquello supone una inmensa injusticia, del todo lamentable, de la que, por cierto, el Gobierno de Gran Bretaña ya he pedido públicamente disculpas. Mejor tarde que nunca. Sin embargo, al leer aquel post, muchas preguntas se agolpaban en mi mente: ¿por qué revivir un agravio de hace 65 años?, ¿por qué no postea, por ejemplo, que esa misma semana fueron masacrados, inmisericordemente, más de 50 personas en una misión católica de la República Centro Africana? ¿Por qué tenemos ojos para unas injusticias lamentables cometidas hace más de 60 años, y en cambio no los tenemos para otras peores que están ocurriendo ahora? ¿Ha pedido Gran Bretaña perdón por la matanza en Amristar (en el contexto de la independencia de la India), por el Bloody Sunday de Irlanda o por el bombardeo de Dresde? ¿Por qué se piden perdón a unos y a otros no?
No dudo de la sincera intención de la persona que posteo la injusticia cometida hace tanto tiempo pero, a decir verdad, me entristece su ceguera para señalar las injusticias contemporáneas. Sobre todo por ignorar a las víctimas que comparten su misma fe y fueron masacradas por profesarla. Me parece que esa ignorancia no es voluntaria, sino el triste resultado de la llamada “espiral del silencio”. Un efecto mediático por el cual, si abrumo de información en un sentido, parece que lo demás no existe. No se ve. Al saturarse los canales informativos con determinados contenidos, otras realidades son relegadas al olvido. El criterio de prioridad lo establecen quienes manejan los medios informativos, de forma que sin mentir, simplemente callando, o mejor aún, hiperinformando, consiguen magnificar una realidad (una injusticia cometida hace 65 años) y ocultar otra (una injusticia mucho peor cometida recientemente).
Esa espiral del silencio coloca en la oscuridad muchas injusticias que se cometen continuamente, haciendo que la opinión pública no sea sensible a ellas. Las tristes historias de los genocidios actuales de Oriente Medio o de África no impactan los medios, nos hemos acostumbrado a ellas, son parte del paisaje. Se ignora la violencia religiosa, con mucho la más extendida en el planeta gracias al terrorismo islámico, y cuando es imposible hacerlo, porque golpea al primer mundo (por ejemplo a Barcelona, Paris, Londres o Atlanta), se omite ominosamente su matriz religiosa. Es políticamente incorrecto señalar a la religión como causa de violencia excepto si se trata de la cristiana. En cambio, se genera, fruto también de esa misma espiral, una hipersensibilidad hacia otro tipo de violencia, en este caso la “de género”. Cualquier historia, real o imaginaria, auténtica o exagerada, tiene garantizados los amplificadores mediáticos si llama en causa al “género”.
Esto ha calado tanto en la opinión pública que ya acepta, sin empacho, como lo más natural y lógico del mundo, el que se privilegie a unos grupos dentro de la sociedad. Ya no es verdad que “todos somos iguales ante la ley”; ahora, de hecho, “hay algunos más iguales que otros”. Así, no hay una ley que proteja la libertad religiosa y los bienes religiosos. La “libertad de expresión” justifica cualquier ofensa a lo que para otros es sagrado. Sin embargo, se empiezan a fabricar “leyes”, que penalizan a quienes disienten de la “ideología de género”. Cualquier persona homosexual que se sienta discriminada por una actitud mía, puede esgrimir a su favor un cúmulo de leyes que lo privilegian. Ya no soy libre para hacer el pastel de bodas de un “matrimonio homosexual”. Si no lo hago, lo estoy discriminando. Ya no es lo mismo el asesinato. Parece ser que es menos grave asesinar a un hombre blanco heterosexual; pero el crimen se agrava, hasta el punto de exigir una ley específica para ellos, si la víctima es homosexual o mujer. Obviamente estoy en contra del homicidio, sea hombre o mujer, blanco, moreno o negro, homosexual o heterosexual, pero pienso que todas las vidas son invaluables, no entiendo por qué va a ser más grave asesinar a uno de estos colectivos en detrimento de los restantes (con un menor o una mujer el agravante sería el abuso de la fuerza). Pero cuando uno se encuentra envuelto en la espiral del silencio, no descubre dicha desigualdad y por tanto esa injusticia: el silencio y la oscuridad privilegian solo a algunos.
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