La reciente visita pastoral del Papa Francisco a Sri Lanka y Filipinas fue un gran acontecimiento. No fue una bella escenografía cargada de elocuentes anécdotas, sino una provocación para la Iglesia y el mundo.
Francisco dirigió una serie de mensajes que confirman lo que podemos identificar como la doctrina católica contra el terrorismo, subsidiaria de los grandes postulados y prácticas pastorales sobre el diálogo ecuménico, interreligioso e intercultural derivadas del Concilio Vaticano II.
Los dichos y hechos de Francisco cobran especial relevancia por tres razones: por los atentados en Francia; porque el terrorismo islamista se ceba con crueldad inaudita contra los cristianos en distintas partes del mundo y porque en Europa occidental es previsible la radicalización de su acostumbrada sacrofobia, presente en todo el espectro político sin excepción, la cual dispensan con distintos grados de violencia simbólica y actual contra judíos, cristianos y musulmanes.
En esta lógica, quiero destacar el argumento del Papa sobre la relación entre libertad de expresión y de religión, causa de polémica.
1.- La cultura del rechazo siempre implica violencia por quien la esgrime y puede provocar respuestas violentas por quien se ofende. No es exclusiva de las religiones y también está muy presente en la razón secularizada occidental que excluye con desdén a las religiones. Esta violencia encuentra su raíz en la incapacidad de reconocer a los otros “como hermanos en humanidad”, hasta reducirlos a objetos de burla o de muerte. En la confrontación ninguno de los protagonistas puede clamar inocencia. Uno provoca y otro responde acelerando la espiral de las agresiones.
2.- El derecho a la libertad religiosa y de expresión son fundamentales y no deben ser lastimados, ni plantearse como excluyentes. En una auténtica convivencia humana ambos deben ser respetados y tutelados. Los límites sólo pueden provenir del respeto a la dignidad de cada persona y la búsqueda del Bien común.
3.- Cada persona debe gozar del derecho a vivir su religión en libertad y en respeto a los demás. Un principio que conduce al encuentro y al diálogo, sin que nadie tenga que claudicar de su propia identidad. Por lo mismo, no se puede ofender, hacer la guerra o matar en nombre de la religión y mucho menos en nombre de Dios, pues constituye una aberración y un sacrilegio. Bien lo dijo el Papa: “este fenómeno es consecuencia de la cultura del descarte aplicada a Dios […] el fundamentalismo religioso, antes incluso de descartar a seres humanos perpetrando horrendas masacres, rechaza a Dios relegándolo a mero pretexto ideológico”.
4.- Existen condiciones éticas necesaria para el correcto ejercicio de la libertad de expresión que, de no cumplirse, atentan contra la misma. En mor del Bien común debe vincularse al respeto de la dignidad de cada persona. No se vale tirar la piedra y esconder la mano. El bullying de palabra, o imagen, también es violencia sin importar quién o por qué lo esgrima. Si somos coherentes, debemos denunciar el abuso que humilla al prójimo, tal y como lo hizo el Papa.Las palabras de Francisco son una denuncia y un llamado a la razón. Benito Juárez, prócer del liberalismo, también lo había dicho: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Un principio práctico y muy sabio de convivencia que Aristóteles llamó prudencia (frónesis). Puro sentido común en su más humilde sencillez.
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