Francisco y San Juan Pablo II

La Jornada Mundial de la Juventud, con sede en Cracovia, que se realiza del 26 al 31 de julio, constituye una clara manifestación de continuidad entre los pontificados de San Juan Pablo II y Francisco. Continuidad en la diferencia, pues muestra cómo la Iglesia es un organismo vivo, no se limita a repetir, imperturbable, los hitos del pasado, sino que los vive de cara al presente, conservando su identidad pero mostrándose diferente ante desafíos distintos.

Una palabra, un concepto, una idea clave que une ambos pontificados es la Misericordia. Francisco emprende una peregrinación durante el Año de la Misericordia a la tierra del Papa Polaco, tierra de la Misericordia. En efecto, la revelación particular de la Misericordia y la toma de conciencia de su importancia para el mundo y para la Iglesia nacen allí con Santa Faustina Kowalska. Ahí está el primer Santuario de la Misericordia, y ahí se encuentra ahora el de San Juan Pablo II, quien fuera el Papa que canonizara a Faustina y proclamara la Fiesta de la Misericordia el segundo domingo de Pascua, y quien, a la postre, marchara a la Casa del Padre la víspera de esta celebración.

Francisco, además, no hace otra cosa que seguir la impronta del gran Papa Polaco. En efecto, el Papa Bergoglio le ha dado nueva vida a las geniales ideas pastorales de San Juan Pablo II, como la Jornada Mundial de la Juventud o el Encuentro Mundial de las Familias. Desarrolla Francisco el guión de su predecesor, dándole su propio estilo. Las Jornadas Mundiales de la Juventud fueron, en su momento, una audacia del Papa Wojtyla, pues iban contra corriente, los prudentes presagiaban un estrepitoso fracaso. Juan Pablo II, hombre de fe, las sacó adelante contra viento y marea, desechando pesimismos pusilánimes y con esa gran confianza en el hombre que caracteriza a los santos. Benedicto XVI y ahora Francisco se han limitado a continuar lo que él inicio.

Si de Polonia fue a Roma un gran Pontífice, llevando con él la fe viva de un pueblo perseguido por su religión, ahora los pontífices van a Polonia, pulmón espiritual de Europa, una especie de isla de fe en medio de un Continente secularizado, para reavivar la práctica religiosa. En este sentido, tanto Benedicto XVI, que realizó uno de sus primeros viajes pastorales a Polonia, y tuvo especiales deferencias con este país, como ahora Francisco con una Jornada Mundial de la Juventud, han visto la necesidad de estrechar los lazos espirituales con los polacos, para mantener viva esa gran corriente espiritual que existía con Juan Pablo II, y para que de alguna forma esta fe se contagie a los pueblos vecinos. ¡Qué mejor forma de conseguirlo que llevando ahora en peregrinación allí a los jóvenes de todo el mundo! Una peregrinación encabezada por el Papa a tres santuarios: el de la Misericordia Divina, el de la Virgen de Jasna Góra, el del Papa Polaco.

Si San Juan Pablo II tiene el “copyright” de la Misericordia divina, en cuanto a colocarla al centro de la experiencia espiritual de la Iglesia, Francisco en cambio tiene la primacía en lo que se refiere a su puesta en práctica. El Papa argentino ha iniciado una revolución silenciosa a partir de gestos sencillos, pero elocuentes, que sacude las conciencias de creyentes o no. Nos recuerda que todos estamos necesitados de la Misericordia divina, comenzando por él mismo, que no ha dudado, por ejemplo, en ponerse de rodillas para confesar sus pecados. En segundo lugar, nos saca de nuestra “zona de confort” insistiendo en que todos debemos ser artífices de la Misericordia, vivirla con quienes nos rodean de forma natural y espontánea. Para ello ha proclamado un “Año de la Misericordia”, en el que mediante el incentivo de las indulgencias se motiva al pueblo fiel a practicarla.

Por su parte, San Juan Pablo II ha profundizado en la realidad de la Misericordia, inyectándonos así, proféticamente, esperanza. En efecto, afirma que la Misericordia divina pone un límite a la capacidad del mal que anida en el corazón humano. Este Año de la Misericordia, y lo que bien puede considerarse su corazón, la JMJ en el santuario de la Misericordia, puede constituir un momento por excelencia para pedirla, cuando la fe es violentamente atacada en distintas partes del mundo y la familia sutilmente deconstruida por la cultura dominante.

No está de más orar por este encuentro de jóvenes, pues puede ser un apetitoso blanco para más de un terrorista fanático.

 

 

@voxfides

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