Guadalupe, protección de la Ciudad de México

La antigua Tenochtitlan, convertida por decisión de los conquistadores en Ciudad de México, capital del extenso territorio denominado la Nueva España, se acomodó a las características difíciles de la isla artificial, para desarrollar una población que en muy poco tiempo era orgullo de la Corona española y ganado los títulos de imperial, cesárea, muy noble y muy leal.

Como una urbe española de primera importancia, requería ante todo de la protección celestial, de tal manera que le fueron asignados varios patronos protectores, primeramente San Hipólito, pues en el día de su festividad la ciudad indígena cayó en manos de los españoles; se encomendó también al cuidado de San Antonio Abad, de San Blas, y en forma especial a San Miguel Arcángel.

Sin embargo, para la gente que habitaba en ella, la protección maravillosa de la Virgen del Tepeyac garantizaba la seguridad espiritual y temporal necesaria. Cierto que el Santuario se situaba extramuros de la urbe, aunque a unas cuantas leguas de distancia, lo que nunca ha obstado para que extienda su manto sobre todo el extenso paisaje del Anáhuac. La Virgen de Guadalupe sin proclamación explícita, lo cual se dio hasta el siglo XVIII, siempre ha sido considerada como principalísima patrona y protectora de la Metrópolis.

Además de lo anterior, que es ya conocido y reconocido hasta por los más recalcitrantes, la gran capital, primero del virreinato y luego del país, fue protegida por los otros tres rumbos, ya que ella ocupaba el del norte.

Al oriente se situaba una capilla, anexa al hospital de San Lázaro, donde se veneraba, con bastante acopio de fervorosos creyentes, la imagen de bulto de nuestra Señora de la Bala, así llamada porque salvó a una mujer inocente de los celos criminales del marido, quien en un rapto de furia le disparó, desviándose el proyectil hasta la peana de la imagen.

Por el sur se fue desarrollando una extremada devoción a la imagen, pintada en lienzo, de nuestra Señora de la Piedad, cuya capilla quedaba en la ribera del río que llevaba su nombre, prácticamente fuera de la traza urbana (hoy es la calle de Obrero Mundial, cerca del Panteón Francés).

Finalmente, por el poniente, aunque bastante lejos de los límites citadinos, se ubica el santuario muy celebrado ya por los conquistadores, dado que fue el primero en su género, de nuestra Señora de los Remedios, en la jurisdicción de Tlalnepantla, perdida en el fragor de la “Noche Triste”. Fue encontrada milagrosamente por el cacique indígena don Juan Cuautle y llevada para hacerle el templo que sigue teniendo un culto extraordinario.

La capital del país, la orgullosa Metrópolis que ha rebasado los límites geográficos del Valle, ha perdido ya la capilla de la Virgen de la Bala (hoy está la Cámara de Diputados) y La Piedad es una más de las parroquias, sin el esplendor antiguo.

Queda únicamente la protección al poniente, en la Virgen de los Remedios, y al norte, por supuesto, el venerado lugar del Tepeyac, en que la “Señora que mira bien a todas partes”, cuida, intercede y ampara a tan gran conglomerado humano.

 

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