El ISIL o DAESH lo ha conseguido. Necesitaba un motivo religioso para “justificar” su absurda guerra, pero la bandera religiosa era enarbolada unilateralmente por ellos. Pretendían encontrar un soporte religioso para su violencia (su determinada y cuestionable interpretación del Islam), y de paso convertir su causa en una “guerra de religión”, de forma que polarizara rápidamente a los extremistas islámicos en su entorno y a su favor.
El factor religioso le otorga unidad, fuerza y una presunta legitimidad de cara a los fundamentalistas islámicos, que sin ser la mayoría de los musulmanes, tampoco son pocos. Por fin, después de más de un año de conflicto salvajemente cruel y lesivo de los derechos humanos y las minorías civiles impotentes, lo ha conseguido.
Sin embargo, esta “victoria estratégica”, es decir, el haber colocado el tablero de combate donde ellos quieren y como ellos quieren, puede costarles caro; esperemos que sea así.
Rusia no se anda con “paños calientes”, y Putin, si algo tiene, es determinación y poca preocupación por quedar bien internacionalmente o por respetar las reglas del juego. La intervención militar rusa en Siria ha frenado de hecho al Estado Islámico, cosa que no había podido hacer la ineficaz coalición de 62 Estados encabezada por Estados Unidos.
Esta victoria estratégica manifiesta también el fracaso estrepitoso de los organismos internacionales, encargados de velar por la paz, fomentar el diálogo para solucionar conflictos y atender emergencias humanitarias. Ninguno de estos tres objetivos se han podido alcanzar siquiera mínimamente a lo largo de este periodo largo y lento, pues las necesidades básicas de centenares de millares de personas no pueden esperar el cansino paso de la burocracia internacional.
Ni el discurso del Papa en la ONU, que abordó expresamente la cuestión, ni sus llamados a desarmar al agresor injusto por medio de una coalición internacional legítima y no por un golpe de mano unilateral han tenido éxito. Eco sí han tenido, todo el mundo asiente y se da golpes de pecho, pero nadie hace nada, o se hace lo mínimo para cubrir las apariencias.
El recurso extremo a una acción unilateral exhibe de forma abrupta la ineficaz burocracia de la ONU, la cual se muestra bastante selectiva a la hora de elegir cuáles objetivos va a buscar decididamente. Exhibe también la tibieza estudiada de Estados Unidos, tan ansiosamente autoproclamado paladín y protector de los derechos humanos.
La administración Obama, a pesar de brindar un cálido recibimiento al Papa, es decir, cuidando las formas externas para satisfacer a un pueblo que al fin y al cabo es cristiano –aunque Obama sostenga que ya no lo es–, en este aspecto ha mostrado una lentitud y apatía que manifiestan a las claras la intención de no hacer nada. Obama, si bien piropea al Papa, no mueve un dedo por los cristianos, y en cambio, se muestra bastante conciliador y comprensivo con los musulmanes; baste pensar en su indulgente actitud con el programa nuclear de Irán.
Pero la apatía de Obama y Estados Unidos tiene un precio en la geopolítica. Putin ha tomado la iniciativa de espaldas a las democracias occidentales, más preocupadas por defender sus intereses económicos que los derechos humanos. Putin no es ninguna “monja de la caridad”, ni “el mesías”, pero ha tomado iniciativas que dan esperanza de acabar con el fatídico DAESH.
Lo inquietante, sin embargo, es que Rusia se ha erigido en defensora de los cristianos, cual “Tercera Roma” que siempre ha aspirado a ser. De hecho, Putin responde al llamado del Patriarca Cirilo I y del Metropolita Hilarión, que interceden por los cristianos perseguidos en Oriente Medio, apelando a la condición cristiana de Rusia y del mismo Putin. Digamos que le brindan la bendición necesaria para legitimar su acción de cara al pueblo ruso.
El matrimonio entre el trono y el altar, tan característico de la Rusia zarista y de la Iglesia ortodoxa, vuelve por sus fueros para salvar a los cristianos perseguidos de Siria. Es bueno entonces recordar que el ISIL persigue también a yazidies y musulmanes chiítas, o “sunitas tibios” según su peculiar criterio fanático. Sólo así escapamos del artificial antagonismo entre cristianos y musulmanes buscado por el Estado Islámico.
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