El término “salud” es muy complejo pues su definición puede ser utilizada para fines malignos al ser humano o a la vida.
¿Existe una definición del término “salud” de carácter interdisciplinar? Dicho vocablo, de origen médico, es claramente analógico –de hecho, es el ejemplo que utiliza Aristóteles para explicar la analogía–, pudiéndose referir a la salud física, mental o espiritual. Tener claros sus alcances y límites resulta importante, pues se puede hacer un uso abusivo del término. Así, con el pretexto de la “salud” puede difundirse una mentalidad anticonceptiva, justificar el aborto, o legitimar ingentes gastos en cirugías estéticas, manipulación genética y tratamientos para potenciar el desempeño sexual.
No es banal la cuestión. Pienso que todos estamos de acuerdo en que una parte importante de los derechos humanos consiste en tener acceso a la salud. Es dramática la situación de las comunidades que no pueden beneficiarse de los servicios de salud. Esta circunstancia tiene hondas consecuencias políticas, sociales, culturales, etc. Por ejemplo, la paulatina despoblación de las comunidades autóctonas, el consecuente centralismo excesivo, la pérdida de idiomas, tradiciones y cultura que ello conlleva, son consecuencia, en parte, de la falta de atención médica. Pero, si el término salud es lo suficientemente ambiguo, puede cristalizar en prácticas cuestionables. Todos deberíamos poder acceder a los servicios de salud, pero ¿qué sucede cuando en determinados lugares el aborto es gratuito y costeado por el estado, mientras que el dar a luz no lo es? ¿Debo con mis impuestos financiar los tratamientos y eventuales operaciones de cambio de sexo para menores de edad, estando además prohibido que los padres se opongan a ello?
¿Aborto, tratamientos hormonales para cambiar de sexo, cirugías estéticas, tratamientos para mejorar el desempeño sexual, desarrollo de fármacos a partir de embriones son “salud” y la sociedad debe financiarlos? Como se ve, puede hacerse un uso abusivo del término, o se pueden promover políticas públicas claramente tendenciosas bajo la bandera de “la salud”. Es dramático constatar como en determinados puestos médicos no se encuentra tratamiento para la malaria, enfermedad endémica en la zona, y en cambio hay abundancia de anticonceptivos con la consigna de repartirlos. Se instrumentaliza así la salud para imponer determinada agenda ideológica. Cuando debo repartir gratuitamente la “píldora del día después” –con todos los nocivos efectos secundarios que tiene– incluso a menores de edad, pero no son gratuitos los tratamientos contra la gripe, la diarrea, o no hay suficientes camas en los hospitales y los pacientes con cáncer deben esperar meses para conseguir una cita, quiere decir que hay algo extraño en las prioridades de las políticas de salud.
Como se puede observar, claramente está direccionada la interpretación de la salud en un sentido. Fomenta unas actitudes, ignora otras. Así, pareciera que la prioridad en las políticas públicas muchas veces sea el libre ejercicio de la sexualidad sin ningún tipo de restricción. Solo que debe entenderse “libre” como “irresponsable”, y el estado debe “solucionar” los problemas de salud púbica que lleva anejos, como pueden ser las ETS o los embarazos no deseados. De otra parte, se fomenta una demanda excesiva en ciertos rubros, mientras que se ignoran otros. La salud se vuelve un gran negocio, sometiéndose a las leyes del mercado.
Así, por ejemplo, puede haber una excesiva atención a los “problemas psicológicos” que conducen al uso de fármacos incluso desde la infancia. Puede ser una cuestión de status o snob llevar al niño al psicólogo, culpando al TDAH de su bajo rendimiento académico y de su actitud grosera en la familia. Puede que sea esa la causa, pero también puede ser el permisivismo educativo, la falta de autoridad paternal, las rupturas familiares o la consola de videojuegos a la que se ha hecho adicto el niño y que contiene muchos violentos, inmorales o groseros.
Pueden, por contrapartida, silenciarse otros usos del término salud, que sería conveniente resaltar por su importancia para el individuo. Como la persona humana no es un ente aislado, importa mucho la “salud familiar”, y como no se reduce a biología, importa también la “salud espiritual”, pero ambas no entran en la definición habitual de salud. Tenemos, por un lado, una definición claramente limitada, que puede utilizarse abusivamente para justificar el más craso consumismo en ámbito médico, fomentando lo superfluo e incluso lo nocivo e irracional, mientras que, por otro, calla selectivamente algunos ámbitos de la salud, fundamentales para la vida de las personas, pero silenciados por no seguir determinada agenda ideológica o económica.
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