Fue el 16 de febrero, faltando tres meses para cumplir 74 años de edad, que nos abandonó una persona excepcional: El profesor don Reynaldo Vieyra Márquez.
Una persona excepcional no tanto porque fuera una estrella del radio, la prensa o la televisión.
Una persona excepcional porque cuanta misión le fue encomendada (ya fuese esposo, padre, amigo o maestro), la cumplió precisamente con la maestría propia de quien todo lo que hacía lo hacía a conciencia.
La amistad que tuve con Reynaldo -y de esto hablamos pocos días antes de su viaje- duró más de cuatro décadas y durante todo ese tiempo puedo dar fe de que tuve el privilegio de contar con uno de los mejores amigos que me ha concedido la Providencia.
Hombre sencillo pero consciente de los muchísimos talentos que Dios le había dado, razón por la cual jamás se dejó tentar por la soberbia puesto que estaba consciente de que dichos talentos le habían sido prestados y que llegaría el momento en que habrían de pedirle cuentas de los frutos que había dado con ellos.
Y vaya que Reynaldo -dentro de su sencilla grandeza- supo dar frutos al ciento por uno.
Junto con María Gloria supo ser generoso en el momento de transmitir la vida, de lo cual dan testimonio seis hijos que hoy son queridos y respetados: Pilar, Carmen, Miguel Agustín, Regina, Antonio y Angélica. Eso sin contar los ocho nietos que son prolongación de tan noble estirpe.
Aún recordamos aquella fotografía publicada en la portada del número 126 de la revista CUMBRE (septiembre de 2001) en la cual María Gloria, Reynaldo e hijos aparecen teniendo como telón de fondo las ruinas de Palenque. Valioso documento gráfico que da testimonio de una ejemplar familia mexicana y católica cuya mayor prende fue siempre la unidad dentro de la fecundidad.
Y dentro de sus hijos no podemos dejar de mencionar al pequeño Pablo Daniel, quien voló al Cielo siendo apenas un bebé. Era el 11 de julio de 1991, día en que México estaba presenciando un eclipse de sol.
Como maestro fue ejemplar no solamente en una cátedra que desempeñaba con amenidad y elocuencia, sino también como fraternal consejero de aquellos alumnos que a él acudían confiándole un problema.
Como escritor conservamos sus valiosos artículos que, sobre temas pedagógicos y familiares, publicó en distintos medios y que constituyen una guía segura para quienes deseen orientarse en tan difíciles cuestiones.
Ahora bien, en lo que ponemos mayor énfasis es en la calidad humana de Reynaldo, de la cual tuvimos pruebas sobreabundantes durante su gestión en la Unión Nacional de Padres de Familia, colaborando en FUNDICE o vendiendo libros en diferentes cursos y congresos.
Un hombre con esa sonrisa abierta y espontánea tan sólo propia de quien, por estar bien con su prójimo, sabe que está bien con Dios.
Un caballero que tenía ese especial don de gentes que le abría todas las puertas aún antes de que las tocara.
Ni duda cabe que una vida generosa como la de Reynaldo no podía quedar sin recompensa y fue así como, pocas horas antes de abandonarnos, tuvo el singular privilegio de confesarse con el padre Roberto Funes, CCR y de recibir, junto con la absolución, una indulgencia plenaria.
Cuando el sacerdote le preguntó si quería darle algún mensaje a todos los amigos que estábamos pidiendo por él, Reynaldo se limitó a responder:
-Diles que los quiero mucho.
Así de simple, sin frases grandilocuentes, pero con esa grandeza que, dentro de su sencillez, solamente tienen las almas grandes.
Reynaldo se ha ido y es casi seguro que, poco minutos antes de presentarse ante Cristo Juez, haya salido a su encuentro un angelito llamado Pablo Daniel quien, con la inocencia propia de un infante, le haya recordado que -gracias a la generosidad de María Gloria y de Reynaldo- hoy es un privilegiado dentro del coro de los bienaventurados.
Mucho fue el bien hecho por Reynaldo; muchas son las anécdotas que podríamos contar…
Sin embargo, basta decir que una vida fecunda en calidad humana, propia de quien fuera un caballero cristiano de tiempo completo nos anima a seguir adelante a pesar de todas las adversidades que encontremos en el camino.
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