«Hesed» y «berit» en los profetas mayores

Hesed y berit son las dos palabras con las que, en la historia de la salvación, el hombre verbalizó lo que era mucho más que una conceptualización lingüística: en esas dos palabras quedaba recogida una experiencia que superaba el ámbito de lo meramente humano y remitía a todo un contenido teológico.

Hesed (amor) parecería indicar inicialmente la exigencia que el Deuteronomio pide para el creyente: «Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6, 4-9) pero en los libros proféticos encontramos una realidad inesperada: hesed es el amor con que Dios nos ama, un amor del todo inmerecido no sólo por el sujeto del que procede sino también por la intensidad y completa gratuidad del don recibido [1].

Berit (alianza) indica un contrato bilateral con derechos y deberes adquiridos y cuya violación supone un perjurio e implica la venganza divina [2]. Las relaciones entre Dios y el pueblo que él libremente elige conllevan, por tanto, no sólo la elección sino también una elevación de los elegidos en cuanto que los capacita y pone al nivel de poder establecer una alianza con la divinidad misma.

Amor y alianza son, en definitiva, las dos realidades que atraviesan los diferentes libros de la Biblia. Por amor Dios elige y su elección deriva en un pacto que, al mismo tiempo y sobre todo, es un pacto de amor: «Tú serás mi pueblo y yo seré tu Dios» (Lv 26, 12). Sin embargo, los matices y ocasiones con que hesed y berit aparecen temáticamente en las diferentes partes de la Sagrada Escritura son variables. Nuestra atención se centrará en los libros profético, concretamente en tres de los cuatro profetas mayores (Isaías, Jeremías y Ezequiel). Renunciamos a una simple enunciación cuantitativa de todas las ocasiones en que hesed y berit aparecen explícitamente en los textos y nos concentramos en la significación temática de fondo y el modo con que, tanto a nivel general de los cuatro profetas, como a nivel individual de cada uno de ellos, «amor» y «alianza» son realidades tratadas por ellos, especialmente como motivación fundamental de fondo.

1. Los profetas: importancia y papel en la Biblia

Hablar del profetismo bíblico supone considerar dos elementos: quiénes son los profetas y cuál es su mensaje. A lo primero podemos responder que se trata de hombres que, tras un encuentro personal con Yahvé, muchas veces inesperado, han recibido un llamado de Dios para comunicar un mensaje [3] a su pueblo. Ese llamado es su misión; se trata de una llamada que no coarta su libertad pues pudo ser rechazada. Una vez aceptada, Dios transmite sus mensajes por medio de visiones o palabras percibidas internamente. El profeta comunicará el mensaje por medio de oráculos, narraciones autobiográficas, acciones simbólicas o por escrito. A grandes rasgos, esos mensajes se pueden tematizar, para los casos que aquí nos ocupan, en 1) el monoteísmo moral del cual se desprenden acciones prácticas concretas para el día a día del hebreo (un modo de vivir); 2) la justicia social y el adecuado orden del ámbito político; y 3) el mesianismo y la escatología (retorno a la tierra prometida, vencimiento de los enemigos, Jerusalén como centro del nuevo reino).

A la base del profetismo bíblico está una realidad clave: la fe en la elección. Dios eligió a un pueblo específico, renueva su alianza en Sion y, con la instauración de la dinastía davídica, la reconfirma ulteriormente (Is 7,10-25; 9, 1-6; 11, 1-9; Jer 23, 1-6; 33, 15-16). Ante la constatación de pecados contra el principio fundamental de la elección, los profetas son constituidos en amonestadores ante tales desviaciones. La misión de los profetas es, por tanto, una respuesta de amor (hesed) por parte de Dios transformada en corrección que apunta a volver a la fidelidad de la alianza (berit) pactada. Contrastantemente es la persona ultrajada -¡Dios!- el que pone los medios para volver a los cauces preestablecidos la relación con su pueblo.

La aportación teológica de los profetas se puede resumir en que nos transmitieron un mejor conocimiento de Dios: su unicidad, espiritualidad, trascendencia, omnipotencia, justicia, bondad y proximidad.

2. Berit y hesed en los profetas mayores: consideraciones generales

A grandes rasgos podemos individuar tres series de profetas, cronológicamente hablando: a) los de la época asiria (745-627 a.C.), b) los de la época babilónica (605-550 a.C.) y c) los de la época persa [4] (550-330 a.C.). Isaías habría ejercido su ministerio durante la época asiria y Jeremías y Ezequiel durante la dominación babilónica.

Es en tres áreas en las que los profetas mayores constatan los pecados contra el amor y la alianza [5]: 1) en el ámbito religioso la idolatría, la concepción mágica y supersticiosa de la alianza y del templo así como un culto meramente formal, ritualista, carente del elemento motivacional interno; 2) en el ámbito político denuncian los pecados y abusos de los monarcas, la secularización de la teocracia y la inmoralidad del aparato jurídico-legal; 3) en el ámbito social reprueban los abusos en los sistemas de impuestos, la avaricia de la clase dominante, la inmoralidad de los comerciantes y, en general, toda clase de injusticias sociales.

3. Berit y hesed en cada uno de los profetas mayores

Sin entrar en consideraciones biográficas, es comprensible el hecho de que tanto «hesed» como «berit» eran también motivaciones interiores arraigadas en el corazón de los profetas. ¿Qué había sido su elección sino un acto de amor por parte de Dios? ¿Y qué suponía su «sí» al llamado y misión recibida sino una alianza personal con Dios? Naturalmente, esto es vivido personalísimamente por cada uno de ellos pero no resulta exagerado suponer que aquello a lo que ellos mismos llamaban ellos mismos también lo vivían.

Por otra parte, son también berit y hesed las estrellas en torno a las cuales, bajo aspectos diversos, giran las amonestaciones realizadas al pueblo elegido. Los pecados son actos contra el amor que, en definitiva, remite a una alianza con Dios y, por tanto, se tratan de pecados contra esa alianza. Naturalmente cada profeta los individua, los busca corregir y expresa las amonestaciones de un modo diverso.

3.1 Isaías

Como señala José Luis Sicre, «el mensaje de Isaías abarca dos grandes puntos: la cuestión social, durante los primeros años de su actividad, y la política a partir del 734 [6]». En cuanto a lo social, critica los lujos y abusos de la clase dominante y en cuanto a lo político recuerda que la mayor seguridad que puede tener el pueblo es el compromiso que Dios ha establecido con ellos. Convertirse, por tanto, significará reestablecer adecuadamente las rectas relaciones con Dios que, en suma, remiten a la alianza. Isaías pretende suscitar con su predicación un encuentro con Dios y la aceptación plena de lo divino en medio de lo humano. Es por eso que la santidad de Dios [7] está siempre como música de fondo y precisamente por eso no se puede esperar otro apoyo que el apoyo que es Dios mismo.

3.2 Jeremías

Es el profeta que traduce las relaciones entre Dios y su pueblo en clave esponsal: Israel es la mujer infiel que ha abandonado a su esposo y debe volver a él. Ese retorno o conversión abarca ámbitos como los cultuales, los sociales, las actitudes de fondo y, desde luego, lo político. La fidelidad a Yahvé, al Dios de la alianza, es la cuestión de fondo en Jeremías. Esa alianza es vista «matrimonialmente». La hesed de Dios supera todo amor humano al ser el esposo engañado el que sale a la búsqueda de la esposa infiel, perdonándola ya de antemano. Es aquí donde la hesed muestra otro rostro: el de la misericordia.

3.3 Ezequiel

Hay dos momentos en Ezequiel: 1) antes de la caída de Jerusalén, Yahvé juzga y castiga a su pueblo por sus pecados amenazándolo con la destrucción de Jerusalén. Al mismo tiempo Dios invita a la responsabilidad de cada hombre ante Dios (cf. cap. 11, 18 y 33) pues cada uno es culpable de las propias faltas. 2) Después de la caída de Jerusalén el mensaje de Ezequiel es de consolación y esperanza y las naciones son presentadas dentro del plan de Dios. En esto puede evidenciarse otro rostro de la hesed: el amor se convierte en aliento que apunta y acompaña hacia un futuro mejor; respecto a berit, aquí podemos vislumbrar esa prolongación insinuada del alcance universal al que apunta la alianza.

En el capítulo 16 encontramos la personificación de Israel como prostituta perversa. La imagen simbólica elegida refleja la gravedad del estado de las cosas desde la que es rescatado el pueblo elegido [8].

Conclusión

Las particularidades enunciadas párrafos arriba no estarían completas sin dos elementos comunes más a los que de modo diverso apuntan también los profetas y que son rasgos tanto de la alianza como del amor que en ella está presente: el mesianismo y la universalidad de la elección.

El mesianismo, que para el cristiano se realiza en plenitud en la persona de Jesucristo, es el rasgo más manifiesto de la hesed de Dios. Se trata de un amor personificado, con rostro, que supera al pueblo elegido y se convierte en don para todas las naciones, ampliando así el alcance de la alianza. Es en estos dos puntos en los que profetas y Nuevo Testamento encuentran tal vez más que en otros temas su más directa relación. Hesed y berit son también la bisagra de continuidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento en virtud de que sólo en el segundo la perfecta realización de ambas se resume en un nombre: Jesucristo.

 

Referencias bibliográficas:

[1] En esta línea va lo referido en F. Spadafora (ed.), Dizzionario bíblico, Editrice Studium, Roma 1963, 110. 

[2] Cf. Idem, 18-21. 

[3] No son simples adivinadores del futuro 

[4] Para esta parte hemos consultado: M. García Coredro, Biblia Comentada. Libros proféticos, BAC, Salamanca 1961, 11-13. 

[5] Véase también H. Cazelles, Introducción crítica al Antiguo Testamento, Herder, Barcelona 1981, 391-398. 

[6] J. L. Sucre, Profetismo en Israel, Verbo Divino, Navarra 1992, 295. 

[7] Véase también M. García Coredro, Biblia Comentada. Libros proféticos, BAC, Salamanca 1961, 65. 

[8] Véase R. Cavedo, Profetas. Historia y teología del profetismo en el Antiguo Testamento, San Pablo, Madrid 1995, 161.

 

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