Hermanas y hermanos fieles de las diócesis de Tuxtla Gutiérrez y de Tuxtepec
Hermanos y hermanas de la vida consagrada
Hermanos diáconos y presbíteros
Hermanos obispos y arzobispos
Señor Nuncio Apostólico
Muy querido Padre Beto
En la oración consecratoria, que dirigiremos a Dios Nuestro Señor, le pediremos: “Infunde ahora sobre este tu elegido la fuerza que de ti procede: el espíritu de gobierno que diste a tu hijo Jesucristo, y Él a su vez comunicó a los santos apóstoles, quienes establecieron la iglesia como santuario tuyo en cada lugar, para gloria y alabanza incesante de tu nombre”.
Basado en esa oración, y en los textos de la palabra de Dios que acabamos de escuchar, quiero compartirles tres breves reflexiones: la unción del Espíritu para la misión, la pertenencia entrañable a Jesús y la misión de santificar a la Iglesia para bien de la humanidad. Ungido por el Señor, unido a Él para dar frutos, para santificar a la Iglesia, esa será la tarea de nuestro querido Padre Beto, obispo de Tuxtepec.
1. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres…” (Is 61, 1). La unción es pertenencia. El Señor te unge para que seas suyo, le pertenezcas y por ello permaneces en él para que te dé vida. Sin la acción del Espíritu la misión se torna imposible, porque las tareas superan nuestras fuerzas. El Señor te da la fuerza, sin la cual sólo está tu debilidad: “Llevamos un tesoro en vasijas de barro, para que todos vean que una fuerza tan extraordinaria procede de Dios y no de nosotros” (2 Cor 4,7). Es la misma fuerza que pasa por la escucha y obediencia al evangelio. El Señor está sobre ti por su evangelio. En el rito de la oración consecratoria estarás bajo el evangeliario para que recuerdes que nada puedes ser ni hacer sin la luz del evangelio. Él es la norma de vida y de todo ministerio.
La unción que recibirás, Padre Beto, no es la manifestación de una dignidad o de un privilegio. Dios no te ha escogido para el ministerio episcopal por tus cualidades, que las tienes y muchas, es cierto, sino más bien para manifestar en ti el esplendor de su gracia, para desdoblar en ti toda su misericordia, para derramar, por tu conducto, la preferencia que tiene por los más pobres y necesitados, que deberán ser siempre tu principal preocupación.
Ojalá puedas asumir en tu ministerio episcopal el poema del profeta Isaías y la confesión de San Pablo. Que, humilde, sepas renunciar a la vanidad y la soberbia, tentaciones frecuentes en nosotros los obispos, pues nuestros fieles, por el gran cariño que nos tienen, nos regalan una gran admiración y muchos halagos.
2. “Yo soy la vid, ustedes las ramas. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto; porque sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15,5).
El obispo está llamado a vivir en Cristo y a ser uno con Él. Nuestro ministerio es fuente de vida espiritual. La escucha de la Palabra, la celebración devota de la Eucaristía y demás sacramentos, y la vivencia de la caridad, serán la base de tu vida espiritual. Todo acto de tu ministerio deberá estar precedido por tu oración personal, por la lectura comunitaria de la palabra de Dios, y por una vida conforme a las exigencias del Señor. Estas virtudes van a darle brillo y eficacia a tu servicio ministerial. Nunca olvides que los frutos que el Señor produce se cultivan en una vida espiritual de amistad y cercanía con Él. Para dar fruto que permanezca se necesita la gracia que Dios mismo nos regala y como dice el Papa Francisco, Él nos primerea. Dios va antes que nosotros y de Él recibimos todo don.
Hoy, Padre Beto, recibes el espíritu de gobierno. Pero cuidado. No nos referimos al modo de gobernar del mundo, sino del que procede del Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. Piensa en el estilo de gobierno de los apóstoles. Es el gobierno del Cordero y del Pastor. El pastor que ama y cuida. Que no dicta órdenes sino que conduce, que no grita sino que convence, que no exige obediencia sino que primero escucha, que se convierte en líder y no en jefe. Recuerda toda tu vida la recomendación de la Pastores Gregis, #7: ejercer “las tres funciones de enseñar, santificar y gobernar al Pueblo de Dios con los rasgos propios del Buen Pastor: caridad, conocimiento de la grey, solicitud por todos, misericordia para con los pobres, peregrinos e indigentes, ir en busca de las ovejas extraviadas y devolverlas al único redil”.
La Iglesia nos pide hoy sentarnos a la mesa para compartir, entender que la jerarquía no la da el trono sino la cercanía. La circularidad es el modo como hoy realizamos el discernimiento de lo que debemos hacer. San Juan Pablo II la describía así en la ya citada Pastores Gregis, #10: “La reciprocidad que existe entre sacerdocio común de los fieles y sacerdocio ministerial, y que se encuentra en el mismo ministerio episcopal, muestra una especie de ‘circularidad’ entre las dos formas de sacerdocio: circularidad entre el testimonio de fe de todos los fieles y el testimonio de fe auténtica del Obispo en sus actuaciones magisteriales; circularidad entre la vida santa de los fieles y los medios de santificación que el Obispo les ofrece; circularidad, por fin, entre la responsabilidad personal del Obispo respecto al bien de la Iglesia que se le ha confiado y la corresponsabilidad de todos los fieles respecto al bien de la misma”. Esta actitud no disminuye la autoridad sino que la fortalece porque es vivida en comunión.
La misma Pastores Gregis, en su #43, te dice: “El ejercicio de la autoridad en la Iglesia no se puede entender como algo impersonal y burocrático, precisamente porque se trata de una autoridad que nace del testimonio. Todo lo que dice y hace el Obispo ha de revelar la autoridad de la palabra y los gestos de Cristo. Si faltara la ascendencia de la santidad de vida del Obispo, es decir, su testimonio de fe, esperanza y caridad, el Pueblo de Dios acogería difícilmente su gobierno como manifestación de la presencia activa de Cristo en su Iglesia”.
3. “La misión que hoy recibes es la de los apóstoles: establecer la Iglesia como santuario” (Del Rito de Ordenación Episcopal).
La Lumen Gentium, en su #41, nos dice que la santidad del pueblo de Dios, a la cual se ordena el ministerio de santificación del Obispo, es don de la gracia divina y manifestación de la primacía de Dios en la vida de la Iglesia. Por eso, en su ministerio debe promover incansablemente una auténtica pastoral y pedagogía de la santidad. Esta pastoral nos llevará a construir una Iglesia-Santuario, en la que no se refugian los fieles alejándose del mundo, sino en la que abrevan, y se alimentan para ser luz y sal de ese mundo.
El texto conciliar citado sintetiza admirablemente la doctrina católica sobre el gobierno pastoral del Obispo, que se encuentra también en el rito de la Ordenación episcopal: «El episcopado es un servicio, no un honor […]. El que es mayor, según el mandato del Señor, debe aparecer como el más pequeño, y el que preside, como quien sirve» (165). Se aplica, pues, el principio fundamental según el cual, como afirma san Pablo, la autoridad en la Iglesia tiene como objeto la edificación del Pueblo de Dios, no su ruina (cf. 2 Co 10, 8). Como se repitió varias veces en el Aula sinodal, la edificación de la grey de Cristo en la verdad y la santidad exige ciertas cualidades del Obispo, como una vida ejemplar, capacidad de relación auténtica y constructiva con las personas, aptitud para impulsar y desarrollar la colaboración, bondad de ánimo y paciencia, comprensión y compasión ante las miserias del alma y del cuerpo, indulgencia y perdón. En efecto, se trata de expresar del mejor modo posible el modelo supremo, que es Jesús, Buen Pastor. (Pastores Gregis #43).
De manera especial, muy querido Padre Beto, te recomiendo la lectura de le Evangelii Gaudium, del Papa Francisco, en su #31: “(el obispo)… a veces estará delante para indicar el camino y cuidar la esperanza del pueblo, otras veces estará simplemente en medio de todos con su cercanía sencilla y misericordiosa, y en ocasiones deberá caminar detrás del pueblo para ayudar a los rezagados y, sobre todo, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. En su misión de fomentar una comunión dinámica, abierta y misionera, tendrá que alentar y procurar la maduración de los mecanismos de participación que propone el derecho Canónico y otras formas de diálogo pastoral, con el deseo de escuchar a todos y no sólo a algunos que le acaricien los oídos. Pero el objetivo de estos procesos participativos no será principalmente la organización eclesial, sino el sueño misionero de llegar a todos”. Haz tuyas estas palabras.
Gracias por el tiempo que colaboraste conmigo en Tuxtla como Rector del Seminario y como Vicario General.
Bienvenido al Colegio episcopal cum Petro et sub Petro. Con el sucesor de San Pedro y en obediencia a Él.
*Arzobispo de Monterrey
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