Impresiones de un secretario de casilla electoral

Fui secretario de casilla. México ha progresado. Hace un siglo hubiera escrito: “fui soldado de Pancho Villa”. Me quedo con la democracia.

Al recibir el nombramiento del Instituto Nacional Electoral (INE), mi primer instinto fue renunciar, harto de los políticos; pero me entró la responsabilidad cívica y acepté. Mi esposa, después, fue sumada a la tropa por las enormes dificultades de los heroicos funcionarios del INE para conseguir vecinos dispuestos a la batalla. No los culpo. Los políticos se han ganado a pulso nuestra desconfianza. Agradezco a Dios haber participado. Algunas cosas me quedaron claras.

1.- El proceso electoral existe sólo por voluntad ciudadana. Implica ordenar el caos creado por la desconfianza de los políticos hacia los ciudadanos. El conteo es una pesadilla. Es lento, artesanal y lleno de candados que multiplican el papeleo de manera innecesaria. Está hecho para crear problemas en el recuento y llenado de actas y así justificar impugnaciones posteriores. Los partidos nos miran a los ciudadanos como enemigos, acaso peones de sus juegos, pero no como actores de la democracia. Sin embargo, somos mucho más que la partidocracia y sacamos la chamba adelante, no por ellos, sino por nuestra causa.

2.- El ambiente en mi casilla fue inmejorable. Confieso que esperaba representantes de partido cariacontecidos, pero encontré gente sencilla, tranquila, dispuesta al buen humor. Tuvimos suerte, lo sé bien, pues se cuentan historias de terror al respecto. También fue una bella oportunidad para reconocer a mis vecinos. Las grandes urbes nos quitan con frecuencia lo más importante: la cotidianidad de la pequeña comunidad. Una razón más para no perder mi vida parroquial.

3.- Pude observar que vota más la gente mayor de cuarenta años. Tal vez porque vivimos el régimen de partido único y de alguna manera participamos en la transición democrática, obra de ciudadanos a pesar de los políticos. Es un triunfo generacional que es preciso defender en las urnas, la primera y más importante trinchera de la democracia. Tenemos razón en seguir votando.

4.- Los jóvenes son los que menos sufragan y más anulan el voto. No vivieron la transición; pero han sufrido la insuficiencia de una clase política mezquina. La crisis de empleo y seguridad, el cinismo de la corrupción y la ineficiencia de las políticas públicas que poco alcanzan a la mayoría de la población, los tienen desalentados. El logro de sus padres no ha rendido todavía el fruto esperado. Tienen razones para reclamar. Su no-voto es un legítimo grito en el silencio a favor de la misma democracia.

5.- Los grandes héroes de la jornada fueron los ciudadanos que sufren alguna discapacidad; pero de ellos los medios no hablan y los políticos los ignoran. Sin embargo, ahí estaban, como los ejércitos del Evangelio: ciegos, cojos, sordos, mudos, en silla de ruedas, en muletas, con secuelas de algún accidente, ancianos y muy ancianos. Dichosos los simples porque de ellos es el reino de los cielos. ¡Cuánta esperanza arrojan al mundo! Los violentos fueron derrotados.

Al final, los ciudadanos adultos, jóvenes y bienaventurados hicimos un buen equipo y lanzamos un mensaje claro a nuestra enana clase política. Queremos la democracia que tanto nos ha costado y creemos en ella como el mejor de los caminos para transformar al país. La defenderemos con el voto y mediante la participación cotidiana ahí donde Dios nos ponga, siembre o mande. Sólo espero que los nuevos fariseos estén dotados de ojos y de oídos.

 

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