Cada dos años Ayuda a la Iglesia Necesitada publica el Informe sobre Libertad Religiosa en el mundo, recabando información en 196 países. En el de este año, no es de extrañar que, tristemente, hayamos sufrido un notable deterioro en lo que a libertad religiosa se refiere. Los datos fríos son contundentes.
En 82 países, de los 196 investigados, se vulnera de forma significativa la libertad religiosa; esto representa el 42% de los países. Respecto del último informe (2012) sólo ha mejorado la situación en 6 países, mientras que en 55, es decir, el 28%, ha empeorado. Cuatro de los 6 países en mejoría mantienen todavía una vulnerabilidad alta o intermedia.
Los países que sufren de una alta intolerancia religiosa son 20, 14 de ellos están ligados al extremismo islámico, mientras que los 6 restantes la persecución es realizada por regímenes autoritarios (China y Corea del Norte entre ellos).
Cabe resaltar que el informe no se circunscribe a la libertad religiosa cristiana o católica, sino que se extiende a cualquier credo religioso. Hay algunas muestras de persecución religiosa contra musulmanes sunitas y, más reducidamente, judíos. Sin embargo, son los cristianos quienes, con un amplio margen, sufren más persecución e intolerancia religiosa.
El informe muestra también cómo la libertad religiosa está siendo limitada también en los países occidentales, principalmente por dos factores: no existe un acuerdo sobre el papel que la religión debe o puede jugar en la vida pública, y por percibirse una creciente preocupación social provocada por el extremismo religioso.
En medio de este panorama, han surgido auténticos Estados “monoconfesionales”, lo que ha provocado un grave problema internacional de refugiados, pues las personas que vivían en esos territorios y que desde siempre han profesado otra religión, se han visto en la disyuntiva de abandonarlos o morir.
El informe denuncia la existencia de un cierto “analfabetismo religioso”, es decir, insuficiente conocimiento del fenómeno religioso, tanto entre legisladores, como entre los medios masivos de comunicación, lo que ha impedido la creación de políticas eficaces que disminuyan la intolerancia religiosa. Muestra cómo, si bien han existido algunas manifestaciones positivas de cooperación religiosa, frecuentemente se trata de iniciativas locales, sin incidencia a nivel nacional o internacional.
El informe concluye afirmando que la responsabilidad de luchar contra la violencia y la persecución con motivos religiosos reside, en primer lugar, en las autoridades religiosas, las cuales deben insistir con fortaleza y de modo tajante, en que no se debe nunca usar la violencia en nombre de Dios, y en el deber de ser tolerantes con los miembros de otras confesiones religiosas. Eso serviría, por lo menos, en los países musulmanes, otra tendría que ser la receta en los países comunistas que obstaculizan sistemáticamente la práctica religiosa.
Si el panorama en frío, siendo objetivo, no parece alentador, más terrorífico resulta escuchar las narraciones de quienes en carne propia han sufrido vejaciones, o leer las crónicas de los sufrimientos de aquellos que no vivieron para contarlo. Simultáneamente a la publicación del informe, la Agencia Fides contaba del dramático asesinato en Pakistán de un matrimonio cristiano, acusado injustamente de haber quemado unas hojas del Corán. Shahzad Masih, marido de 36 años, y su mujer embarazada, Shama Bibi, de 24, fueron arrojados vivos al horno de la fábrica de ladrillos donde trabajaban, dejando cuatro niños huérfanos.
Simplemente no podemos contemplar indiferentes, o peor aún, ignorar, el sufrimiento sordo de tantos hermanos nuestros que profesan nuestra misma fe.
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