Es realmente dolorosa la calumnia histórica que padece actualmente la señera figura de san Junípero Serra. Una grave ofensa a la verdad que, como suele suceder con la mentira, se utiliza para manipular la opinión pública, sirviéndose de idiotas útiles que construyen un inmenso “hombre de paja”, un falaz engaño. “Calumnia, que algo queda”, y queda más si los destinatarios del engaño son ignorantes. En nuestros días vemos las funestas consecuencias del matrimonio entre activismo político e ignorancia superficial, hasta el punto de ver amenazadas las instituciones, bases de la sociedad civilizada, mientras arteramente se reescribe la historia a beneficio de la ideología en boga.
Es doloroso que la furia iconoclasta desatada contra san Junípero surja en medio de una sociedad muy desarrollada, con altos estándares de educación. Es triste ver cómo la falta de seriedad y la ausencia de profundidad, es decir, la más dolorosa superficialidad, se han apoderado del lugar que en el mundo va a la vanguardia de la tecnología. No puede ser sino un pésimo augurio descubrir cómo, donde se gestan los mayores adelantos tecnológicos, en la cuna del poder de nuestra civilización, se erige impune la barbarie y se da culto a la ignorancia.
Eliminar las estatuas de san Junípero en Los Ángeles y San Francisco, establecer un proceso inquisitorial en su contra, plagado de argumentos anacrónicos, selectivas ignorancias y falsedades, legitimar el uso de la violencia, en lugar de la discusión seria y el estudio profundos, no pueden ser sino señales de manipulación, manifestación del declive de una civilización. Como antaño en Roma, nuevamente los bárbaros se enseñorean del país más poderoso del mundo.
No se pueden hacer juicios sumarios con la historia sin cometer profundas injusticias. San Junípero viene a ser muestra palmaria de ello. Un hombre que dejó su tierra para dedicar su vida a evangelizar, que partió de su monasterio en Querétaro, caminando 3327 kilómetros hasta San Francisco, que dio vida a las misiones franciscanas en California, las cuales fueron cuna de las grandes ciudades californianas de la actualidad. Un hombre que aprendió la lengua de los naturales californianos, convivió con ellos y los amó, resulta que ahora es paladín del racismo, cuando no genocida.
San Junípero defendió vivamente a los pueblos autóctonos. No se perdonó un viaje hasta la Ciudad de México, cabeza del virreinato, para presentar una “declaración de derechos” que defendía a los indígenas y exigía su protección. En su epistolario destacan sus frecuentes denuncias de los abusos sexuales cometidos contra las indígenas por los conquistadores. Se opuso a la aplicación de la pena de muerte contra los que asolaron la misión de San Diego, martirizando a un sacerdote amigo suyo, para mostrar así una señal de clemencia cristiana, sentando así un novel testimonio contra la pena de muerte en territorio norteamericano. Por sus cartas tenemos conocimiento de la muy positiva valoración e impresión que le causaron los naturales, y fue uno de los primeros europeos en dejar constancia y ensalzar las bellezas naturales de California.
Contra lo que pudiera pensarse, las misiones no impusieron la fe por la fuerza. Por el contrario, fueron comunidades multiculturales, donde nativos y españoles trabajaron juntos y se mezclaron, dando origen a una población mestiza, a un nuevo pueblo, con su propia cultura, del cual quedan todavía vestigios arquitectónicos, musicales, literarios y religiosos. No se obligó a convertirse a los naturales, y sólo abrazaron la fe cristiana el 10 o el 20 por ciento de ellos.
El “genocidio californiano” es un siglo posterior a san Junípero, coincide con la “fiebre del oro” en California. Fue el primer gobernador de ese estado quien impulsó la guerra de exterminación contra los indígenas en 1851. De hecho, los mismos norteamericanos han dejado abundante constancia de ello en la inmensa mayoría de las películas western, donde siempre son masacrados los malvados y crueles indígenas. Fue la caballería del ejército norteamericano la principal encargada de perpetrar el genocidio, no los misioneros españoles. Por eso no se puede sino deplorar la injusticia histórica que se comete contra uno de los forjadores de California, an Junípero Serra.
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