1) Para saber
“Si vives con valores para ti mismo, te conviertes de gran valor para todos los que te conocen” (Bryant McGill). Sin embargo, la posmodernidad se está caracterizando en que el hombre se siente desprovisto de valores, sin referencias de ningún tipo, dice el Papa Francisco. Cada vez se le dificulta más encontrarle sentido a su existencia y descubrir el significado de los símbolos. De ahí el problema para comprender, valorar y asombrarse de los actos litúrgicos.
Un reto actual es recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica. El Concilio Vaticano II afrontó este reto exigente para el hombre moderno.
2) Para pensar
Un ejemplo de poner en orden los valores fue Jacques Fesch, quien fue condenado a muerte por asesinato en 1957. Durante el tiempo que estuvo en la cárcel experimentó la misericordia de Dios, tuvo una conversión y ahora va camino a los altares.
Jacques Fesch era hijo de un banquero ateo que se divorció de su esposa. Fesch fue educado en la religión católica por su madre, pero abandonó la fe a los 17 años. Después de casarse decidió dejarlo todo, incluida familia, y viajar. Sin dinero, decidió robar, pero en su huida mató de tres tiros al oficial de policía Vergne, viudo y padre de una niña. Fesch fue arrestado y condenado a muerte. En la cárcel, sufriendo, una noche pidió ayuda a Dios y recibió la gracia de la conversión: “Tenía la impresión de una bondad infinita que me hizo creer con convicción que nunca estuve abandonado”, resaltó.
Desde su celda, transmitió su fe a través de cartas. En una de ellas decía: “¡Acabo de recibir la Comunión, es una gran alegría!… Tengo paz y sentido en la vida, mientras que antes era solo un muerto viviente”.
La víspera de su decapitación, Fesch declaró: “Que cada gota de mi sangre borre un pecado mortal. Último día de lucha. Mañana, a esta hora, estaré en el Cielo. ¡Cinco horas más y veré a Jesús!”. Murió el 1 de octubre de 1957, Jacques Fesch. Cuando los guardias llegaron a su celda para buscarlo, lo encontraron de rodillas rezando junto a la cama. Sus últimas palabras fueron: “Señor, no me desampares, confío en Ti”.
El entonces Arzobispo de París, Cardenal Jean Marie Lustiger, señaló que al “declarar santo a alguien no significa que la Iglesia admire sus méritos, sino propone un ejemplo de conversión de alguien que supo escuchar la voz de Dios y se arrepintió… No hay pecado tan grave que impida al hombre llegar a Dios, que le propone la salvación”, agregó.
3) Para vivir
No es casualidad que el primer documento emanado del Concilio Ecuménico II, haya sido sobre la Liturgia. Se llamó “Sacrosanctum Concilium”, que nos dice que la Liturgia es “la cumbre a la cual tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (n. 10).
Hay una escala de valores y deberes a tener en cuenta, nos dice el Papa, y así crecer en nuestra capacidad para vivir plenamente la acción litúrgica: Dios tiene el primer puesto; la oración, es nuestra primera obligación; la Liturgia, es la primera fuente de la vida divina que se nos comunica, la primera escuela de nuestra vida espiritual. Con la necesaria formación litúrgica seguiremos asombrándonos en cada celebración.
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