A los pies de María

La consagración de Rusia y Ucrania

El papa Francisco está poniendo todos los medios humanos y sobrenaturales para obtener, lo más pronto posible, la paz en Ucrania. Podemos mencionar su plantón en la embajada de Rusia ante la Santa Sede –hecho absolutamente insólito-, el envío de dos cardenales a la zona del conflicto, su conversación con el Patriarca Kiril, o su petición de ayuno por el fin de la guerra. Ahora da un paso más en la línea de los medios sobrenaturales y va a consagrar ambos países al Corazón Inmaculado de María.

No es la primera vez que se consagra a Rusia al Corazón Inmaculado de María; por lo menos en tres ocasiones lo hizo san Juan Pablo II, siguiendo las indicaciones que Sor Lucía había recibido de la Virgen de Fátima, si bien fue una consagración “del mundo”, pero teniendo en mente a la URSS. Podemos decir, a la vista de los años pasados, que no le fue mal. En su pontificado vio caer el comunismo, sin apenas derramarse sangre y desmembrarse la URSS de forma pacífica, recuperando su independencia varias naciones, entre ellas Ucrania. Es verdad que no fue algo automático, como si con una varita mágica todo se resolviera en un santiamén. Corrieron los años, brotaron, abundantes, las oraciones y se fueron dando las cosas para que al final se obtuviera el objetivo de las consagraciones.

Alguien con poca fe podría pensar que no tienen nada que ver ambos acontecimientos, que fueron meros eventos sucesivos. Lo cierto es que nadie presagiaba lo que sucedió, por lo menos en la forma y la rapidez con que se dio. Por eso no es descabellado pensar en una suerte de intervención sobrenatural, como la que ahora invoca el papa Francisco.

En efecto, la Virgen es, en palabras de san Josemaría, “la omnipotencia suplicante”, la que lo puede todo delante de Dios. Y Ella no se desentiende de la historia humana, como bien se dejó de ver con los acontecimientos de Fátima. Con esta fe Francisco hace la consagración al Corazón Inmaculado de María, a la que haremos bien en unirnos las personas de fe y de buena voluntad.

La consagración no es algo automático, supone el incremento de la oración por esa intención. La Iglesia unida en oración puede mucho delante de Dios. Se cumple así otra de las peticiones de san Josemaría: ir “todos con Pedro -el Papa- a Jesús por María”, con ocasión de estos tristes sucesos. En efecto, la Providencia sabe acomodar las cosas para que, de un mal –la guerra-, se obtengan bienes, en este caso, la oración y la unión con el Papa, así como la sensibilidad hacia el pueblo ucraniano.

Por ello, unirnos a la consagración de Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María, nos beneficia en primer lugar a nosotros, y también, si tenemos fe, al pueblo ucraniano que sufre tan terrible guerra absurda. Nos beneficia a nosotros porque nos impulsa a rezar, a orar, lo que siempre supone un bien para nuestra alma. Oración no es impotencia, sino confianza en la omnipotencia de Dios, la cual es invocada para remediar el sufrimiento injusto de los inocentes. Beneficia a los ucranianos, porque de esta forma la Providencia verá los caminos oportunos para que en mayor brevedad terminen sus sufrimientos.

La consagración es pues, una muestra de que seguimos considerando a Jesús, como dice el Apocalipsis, “Príncipe de la paz” y “Señor de la Historia”. No quiere decir ello que nosotros seamos títeres o marionetas en sus manos, sino que, respetando nuestra libertad, Dios sabe y puede conducir el curso de la historia hacia algo mejor de lo que nosotros podemos imaginar.

Además, el día elegido por Francisco para realizarla es litúrgicamente inmejorable, pues es el 25 de marzo, solemnidad de la Encarnación, es decir, en esa fecha recordamos el momento en que la Virgen descubre su vocación y, por decirlo así, su misión en la historia y en el mundo. De hecho, todos los dogmas marianos son una consecuencia de lo que sucedió ese día, como explica san Luis María Grignion de Montfort en su “Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María”: Su inmaculada Concepción, su gloriosa Asunción, su perpetua virginidad y la plenitud de su santidad obedecen a que en ella se encarnó el Verbo.

No nos queda sino acompañar muy de cerca al papa. Muchos obispos del mundo se unirán a su consagración –el papa los ha invitado a todos-, por ejemplo, los del CELAM, y es de esperar que innumerables fieles normales lo hagamos también, como muestra de nuestros deseos de paz, y de nuestra confianza en la eficacia de la oración y en el poder intercesor de María. Lo hacemos en la línea de las promesas de la Virgen de Fátima, que sin ambages afirma: “al final mi Corazón Inmaculado triunfará”. Pues, aunque el mensaje de Fátima era para el siglo XX, podemos muy bien pensar que 105 años después sigue vigente, siendo ocasión de que la Iglesia se una en torno al papa para pedir a Dios, por intercesión de la Virgen, la paz del mundo.

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