Distinguida Maestra Claudia Ruiz Massieu,
Secretaria de Relaciones Exteriores.
Mi saludo y gratitud a Usted, Maestra, por las deferentes palabras que me ha dirigido y por la distinción que en nombre del Gobierno de México me hace al término de mi Misión Diplomática y Decanato del Cuerpo Diplomático, otorgándome la Condecoración de la Orden Mexicana del Águila Azteca. Aprecio y agradezco el gesto, sobre todo por lo que él significa. ¡Muchas gracias!
Saludo también a los Miembros del Cuerpo Diplomático y a las Representaciones de los Organismos Internacionales. A los Distinguidos Miembros del Gabinete Presidencial Ampliado y a los Funcionarios de Dependencias que, con motivo de la grata y exitosa visita del Papa Francisco a México, asumieron buena parte de la responsabilidad.
Saludo a cada uno de los Miembros del Episcopado Mexicano, a los Representantes de las diversas Instituciones, a los colaboradores y, en fin, a todos los amigos que a lo largo de mis nueve años de permanencia en tierra mexicana me distinguieron con su cercanía y hospitalidad, haciéndome sentir en casa.
“Cuando los líderes de los diferentes sectores me piden un consejo, -decía el Papa Francisco a los miembros de la clase dirigente en Brasil-, mi respuesta siempre es la misma: Diálogo, diálogo, diálogo. El único modo de que una persona, una familia, una sociedad crezca; la única manera de que la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden recibir algo bueno en cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios”. Con “humildad social”, con estima y “sin opiniones previas gratuitas y en clima de respeto de los derechos de cada uno. Hoy, o se apuesta por el diálogo; o se apuesta por la cultura del encuentro, o todos perdemos” (Papa Francisco, Encuentro con la clase dirigente de Brasil, Río de Janeiro, 27.07.2013). ¡Sí!, o se apuesta por el diálogo y la cultura del encuentro, o todos perdemos!
¡Dialogar! Ha sido uno de los propósitos fundamentales que como Nuncio Apostólico en México, como Miembro del Cuerpo Diplomático y como Decano del mismo, me propuse seguir, actuar y hacer vida, también porque, como enseña el Papa Francisco, “entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta, siempre hay una opción posible: el diálogo (…). El diálogo en el pueblo, porque todos somos pueblo, la capacidad de dar y recibir, permaneciendo abiertos a la verdad”. Y es que las personas, la sociedad y un “país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva” (Papa Francisco, Encuentro con la clase dirigente de Brasil, R. de Janeiro, 27.07.2013). Y en esta perspectiva, ejercicio interesante es “decantar en el amor a la patria, en el amor al pueblo, toda perspectiva que nace de las convicciones de una opción partidaria o ideológica. Y en ese mismo amor tiene que ser el impulso para crecer cada día más en gestiones transparentes” (Papa Francisco, Encuentro con Autoridades y Cuerpo Diplomático, Asunción (Paraguay), 10.07.2015).
Es de suyo imposible imaginar un futuro válido para el mundo y para una Nación y sociedad, si se ignora la cultura del encuentro, si se huye al diálogo, prefiriendo, en cambio, dar vía libre al relativismo que paso a paso tiende a mermar la libertad, transformándola en proyecto al servicio del mero gusto subjetivo que lleva al hombre a convertirse en esclavo de sus propios caprichos. Ese relativismo que pretende hacer que el respeto y la tolerancia se conviertan en sinónimos de indiferencia ante el error. Ese relativismo, virus mortal, que parecería extenderse “como mancha de aceite”, hasta descollar en muchas decisiones, actividades y programas sociales. “La experiencia nos demuestra, -decía el Papa Francisco-, “que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil” para lo que no hará sino provocar sufrimiento (Papa Francisco, Encuentro en Palacio Nacional, Cd. de México, 13.02.2016).
En esta perspectiva, llamados en cuanto Representantes de los diversos Gobiernos a ser operadores de paz, encuentro propicia la ocasión para reflexionar sobre uno de los elementos fundamentales de nuestra convivencia; de nuestra convivencia en la paz, esto es: el respeto de la persona humana.
Colocándonos en un nivel natural, creo que a todos nos es posible reconocer el hecho de que todo individuo está dotado del admirable don de la “dignidad de persona” que lo hace ser, no solo “una cosa”, sino “alguien”. Alguien capaz de conocerse, de poseerse y de entrar en comunión con los demás. “Dignidad de persona” que es don, pero también tarea que impulsa a madurar en su capacidad de relación con los otros para colaborar eficazmente a favor del progreso del mundo y de su renovación en la justicia y en la paz.
El hombre tiene la tarea, en efecto, de reconocer la esencial igualdad entre todas las personas humanas, -un bien que no puede desatenderse o minimizarse sin provocar serias repercusiones- y de reconocer, por otra parte, el conjunto de reglas del actuar individual y del recíproco relacionarse de las personas según justicia y solidaridad. Sin la afirmación de estos elementos, es imposible obtener el respeto de la dignidad de la otra persona y, por ende, obtener la paz. Más aún, es la observancia de estos elementos, lo que hace posible la necesaria “ecología natural”, -respecto al cosmos-, pero también la “ecología humano-social” el pacífico relacionarse recíproco de los individuos.
No se puede, en efecto, pretender tener paz ni crecer como pueblo y Nación, si en la sociedad no se reconoce la “dignidad de persona” a todos. Absolutamente a todos. No puede haber paz si la vida y dignidad del otro, también del inocente, no es respetada. No se puede tener paz oscureciendo la noción de bien y de mal, intrínseca en la conciencia de todo ser humano. No se puede tener paz cuando la prioridad del grupo, grande o pequeño, esté en exigir derechos, ignorando los deberes y excluyendo el espíritu de solidaridad. No se puede tener paz cuando a unos sí y a otros no se respeta su “dignidad”.
En esta perspectiva me parece iluminador recordar las palabras del Papa Francisco, invitándonos a “darnos cuenta de que un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común, este «bien común» -añadía el Papa-, que en este siglo XXI no goza de buen mercado” (Papa Francisco, Encuentro en Palacio Nacional.., l.c.).
Señoras y Señores. Como persona y como creyente en Cristo Jesús, estoy convencido de que para edificar una sociedad a medida del hombre y edificar un futuro válido, es necesario apostar por el bien de todos desde el respeto real e incondicional a la “dignidad de persona”, ¡de toda persona!, y de que es necesario trabajar por “una paz de la vida cotidiana, en la que todos participamos evitando gestos arrogantes, palabras hirientes, actitudes prepotentes, y fomentando en cambio la comprensión, el diálogo y la colaboración” (Papa Francisco, Encuentro con Autoridades y…, (Paraguay)…, l.c.).
Estoy convencido de que “la hermandad entre los hombres y la colaboración para construir una sociedad más justa no son un sueño fantasioso, sino el resultado de un esfuerzo concertado de todos hacia el bien común. Compromiso (…) que requiere, por parte de todos, sabiduría, prudencia y generosidad (Papa Francisco, Encuentro con la clase dirigente…, l.c.).
Con mis mejores parabienes para México, para todas sus gentes y para todos ustedes, les digo: ¡Hasta luego y muchas gracias!
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