La Eutanasia de don Ovidio

Don Ovidio González Correa saltó a la fama póstumamente, al ser el primer caso de eutanasia en Colombia y América Latina.

En Colombia se permite la eutanasia, si se cumplen tres condiciones: que lo pida el interesado, que lo haga de forma consciente y que la enfermedad sea terminal.

Don Ovidio, con cáncer facial, se acogió a esa reglamentación, y tras un intento fallido en el que se le negó esa posibilidad, gracias a una campaña mediática organizada por su propio hijo, importante caricaturista de Bogotá (Julio César González “Matador”), don Ovidio falleció finalmente el 3 de julio a las 9.30 de la mañana.

Sin lugar a dudas, don Ovidio merece toda nuestra conmiseración y comprensión. La interrogante que queda en el aire es simplemente: ¿estuvo bien lo que hizo?, ¿es deseable para nuestra sociedad?

Don Ovidio y su familia, en lugar de luchar por la vida, lucharon, y salieron victoriosos, por la muerte.

Queda abierta la pregunta: ¿no será un retroceso de la humanidad?, ¿no se esconden débiles razones detrás de fuertes dosis de sentimentalismo?

Muchas preguntas quedan en el aire, muchos supuestos no son suficientemente explicitados al hablar de eutanasia: ¿Qué es una muerte digna?, ¿son indignas las muertes de aquellos que, valientes, resisten hasta el final?, ¿la dignidad la da el decidir por uno mismo?, ¿el suicidio es entonces una “muerte digna”?

Efectivamente, don Ovidio estaba sufriendo, y mucho, y ninguno de los que escribimos al respecto sabemos cómo reaccionaríamos en una situación similar; pero, ¿no hay otra salida?, ¿no existen cuidados paliativos?, ¿tenemos derecho a determinar qué vida vale la pena ser vivida y cuál no?, ¿según qué parámetros?

La Corte Constitucional de la República de Colombia despenalizó el homicidio pietístico en 1997, y el Ministerio de Salud del mismo país lo reglamentó apenas en abril de 2015, haciendo efectiva dicha sentencia. Al hacerlo, estableció unos “requisitos” (los mencionados más arriba). La pregunta nuevamente es: ¿por qué esos y no otros?, ¿por qué practicar la eutanasia sólo a quienes la puedan pedir?, ¿y si sufren y no lo pueden pedir, no sería más “misericordioso” decidir por ellos?, ¿por qué sólo enfermedades terminales?, ¿no discrimino a los que tienen enfermedades crónicas y “no pueden” vivir dignamente con ellas?, ¿por qué no incluyo las enfermedades mentales?, ¿por qué no, en fin, incluir también los traumas afectivos? ¿Qué es más doloroso, el cáncer de cara de don Ovidio o que una madre pierda a su único hijo, esté abandonada y no tenga trabajo?, ¿no sería igualmente “misericordioso” aplicarle la eutanasia a ella, y a todos los desesperados, siempre que “libremente” lo pidan?

La cuestión estriba más bien aquí: ¿Quiénes somos nosotros, a fin de cuentas, para establecer quién debe o no vivir? Si no tengo un punto de referencia absoluto, el respeto a la vida humana inocente, todo lo demás se vuelve relativo, depende de convenciones, más o menos circunstanciales. En Colombia por el momento han puesto tres requisitos, pero la casuística y los casos límite, como el de Ovidio, seguramente los harán saltar en un futuro, de forma que la ley será cada vez menos restrictiva, su aplicación más amplia. Una vez que he tocado esa pieza, que he hurgado en la vida, todo lo demás son compromisos precarios y por fuerza circunstanciales, es decir, relativos.

Si la vida tiene un valor absoluto e intangible, entre otras cosas porque ninguno de nosotros hemos elegido venir al mundo, sino que nos ha sido dada como un don, entonces tenemos un punto de referencia estable. Si quitamos esa referencia, amparados en Cortes, Congresos, o lo que sea, vamos irremisiblemente a la deriva.

Alguien puede pensar que don Ovidio tenía derecho a pedir la muerte. Eso es cuestionable. Pero de lo que no hay duda es que don Ovidio no tenía derecho a pedirle a nadie que se convirtiera en asesino y perjuro, y eso fue el médico que lo asesinó con la aquiescencia de su familia. Perjuro, porque si es médico, con Hipócrates ha jurado: “jamás daré a nadie un medicamento mortal, por mucho que me lo soliciten”. Cabe decir, para todos los que recelan de las injustas injerencias de la Iglesia en la sociedad y promueven el “estado laico”, que Hipócrates es del siglo V antes de Cristo, así que pueden despreocuparse, no se trata de una nueva actitud invasiva de la religión en la sociedad.

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