La celebración anual del “Día Nacional de la Familia” en México y el “Día Internacional de la Mujer”, el 8 de marzo, me permiten acercarme una vez más a todas las familias y a todas las mujeres para felicitarlas y reiterarles mis mejores deseos y oraciones. Dios derrame abundantemente su gracia sobre todas las familias y las mujeres de esta Arquidiócesis.
Celebrar al mismo tiempo a las familias y a las mujeres nos brinda la oportunidad de valorar la estrecha relación que existe entre ellas, sobre todo en la transmisión de la vida y en la educación de las personas. Una buena familia trae a la mente que hay en ella grandes y magníficas mujeres. A ellas el agradecimiento de la Iglesia y el reconocimiento de la sociedad.
El Papa Francisco nos ha estado sensibilizando en este tiempo de Cuaresma acerca de la necesidad y cierta urgencia de orar y trabajar por la paz. Los acontecimientos tristes que suceden en otras partes del mundo, donde los cristianos son perseguidos, acosados y hasta ejecutados, como también –más de cerca para nosotros– en la necesidad de pacificación de muchos países, donde la violencia de grupos armados imponen sus reglas para sus fines, unos muy particulares y otros diciendo que son en bien de los demás, están presentes. No olvidemos la violencia provocada por el narcotráfico que enluta muchos hogares, unos por ejecutar a las personas y a otras muchas familias por hacer a sus hijos e hijas dependientes. Éstas y otras situaciones generan molestia, disgusto, enojo, hacen experimentar a quienes lo sienten impotencia de cambiar las cosas.
Y Dios nos libre de que en nuestros propios hogares exista la molestia y violencia. La frustración en el hogar, aunada a la vivida en la calle, hace que las personas lleguen más rápido a la desesperación y desilusión.
El no dar importancia al enojo e insatisfacción alimenta una posible violencia más generalizada. La capacidad y deseo de transformación y mejoramiento comunitario pasa por la molestia y de allí es muy fácil que se manifieste a través de la violencia.
Junto a esta situación que nos ocupa y preocupa, está también lo positivo, que nos da firmeza en la esperanza de un futuro mejor, siempre y cuando hoy seamos capaces de fortalecer nuestra confianza en Dios y reorientar nuestra vida personal y comunitaria.
El bien que se ha construido en los hogares animados por la fe en Señor Jesús es grande e innegable. Está a la vista de todos en las obras sociales, los apostolados, los grupos de misiones, de servicio, las obras de altruismo, la atención a enfermos, niños y niñas sin hogar, la atención a los ancianitos desprotegidos, etc.
La familia yucateca ha sabido, como nos enseña el Papa Francisco, ver en el rostro del que sufre la presencia de Dios. Bendito Dios que ha permitido a los padres y madres de familia de esta tierra del Mayab educar a sus hijos e hijas por el camino del agradecimiento por lo recibido y del servicio y testimonio.
Estas dos caras de una misma realidad hacen que la invitación del Santo Padre a orar y trabajar por la paz sea una necesidad para todos nosotros. Orar a Dios para hacernos solidarios con tantos hermanos en la fe que están sufriendo y viven angustiados, por los que sufren en carne propia persecución y la falta de seguridad.
Orar a Dios por las personas que generan sufrimiento y dolor, por los que abusan de sus pueblos y comunidades, por los que se aprovechan de la ignorancia de los suyos, etc. Para que Dios toque sus corazones y tengan un sentimiento de humanidad y solidaridad.
Orar a Dios por lo que están cansados y sienten que la violencia es la única solución, para que Dios les haga comprender que la violencia sólo engendra más tristeza y desesperación y encuentren en la fe el ánimo para construir por el camino de la paz.
Orar a Dios por las familias, para que sean comunidades de vida, amor y fe; que en ellas aprendamos a aceptarnos, comprendernos y trabajar por el bien personal y comunitario. Orar por los hijos e hijas, para que no caigan en las trampas de la seducción de la superficialidad, del placer y de lo material. Para que valoren su vida, su cuerpo, y desarrollen los dones dados por Dios. Orar por los padres y madres de familia, para que no se dejen llevar por la desesperación y la tentación de pensar que han fracasado en su noble empeño de formar una familia y de educar a los hijos. Que aprendamos que con amor y fe la vida se construye hacia la felicidad.
Orar a Dios por su Iglesia, para que seamos todos los bautizados, signos eficaces de su presencia de amor y de servicio. Orar por todos nosotros, para que el perdón nos ayude a liberarnos de nuestro egoísmo.
Estimadas familias y mujeres, pasen un domingo en alegría, denle a Dios las gracias en la Eucaristía, coman juntos, rían, alégrense de compartir. Hagan el propósito de confesarse en esta Cuaresma, acérquense a Dios, oren por los demás, participen en las actividades que nos llevan a la Pascua, asistan a las jornadas a favor de la vida y de oración por la paz que en sus parroquias se van a organizar.
¡Que la presencia de Dios nos ayude a vivir en paz, desterrando toda maldad y violencia! ¡Con la ayuda de Dios, trabajemos unidos en paz!
Con afecto les bendigo y encomiendo en mis oraciones a todas las familias y mujeres de Yucatán a la Sagrada familia de Nazaret.
Arzobispo de Yucatán
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