Habitualmente las personas buscamos un referente, alguien a quien mirar para comparar nuestra conducta con su vida, alguien a quien admiramos y deseamos emular. Muchas veces esos referentes nos los ofrecen los medios de comunicación: Cantantes, artistas, futbolistas regularmente, que llenan la admiración y los ensueños de los espectadores. Uno de ellos, futbolista que ha triunfado internacionalmente, lo cual supone una especie de “control de calidad” nada despreciable, es decir, ser reconocido no sólo por sus connacionales sino por el mundo entero, es el “Chicharito Hernández”.
Recientemente el “Chicharito”, en el contexto de una entrevista con León Kruze, se sinceró, abrió su alma y dejó ver a la persona de “carne y hueso” detrás del admirado y afamado triunfador. Al hacerlo, pudimos ver con satisfacción que se trata de una persona sencilla, común, como la mayor parte de las personas, con la escala de valores bien calibrada, de forma que los éxitos, la fama y el dinero no le han hecho “perder piso”, característica poco común en el universo de los afamados y triunfadores, de los cantantes, artistas y futbolistas.
Para el “Chicharito”, como para la gran mayoría de los mortales, lo más importante es la familia; de hecho, su deseo es ser esposo y padre de familia. Resulta curioso que alguien al que la gente admira aspire a ser lo que la mayor parte de la gente es, lo que sugiere que la felicidad no está precisamente en esas situaciones excepcionales a las que sólo un pequeño grupo de famosos, de elegidos, pueden aspirar, sino en la realidad cotidiana de la mayor parte de las personas, lo cual no deja de ser esperanzador.
Pero además, en la entrevista el “Chicharito” da testimonio de su fe, no la esconde; por el contrario, reconoce el papel fundamental que ha desempeñado en su vida, particularmente en los momentos duros.
Cuando las cosas se pusieron difíciles le preguntó el entrevistador: “¿Qué te salvó?” La respuesta es a la par sencilla y contundente: “Principalmente mi fe en Dios y mi familia”. Ya antes, en el contexto de unas polémicas surgidas cuando jugaba en Gran Bretaña, haciendo frente valientemente a una presión mediática agresiva en contra de la fe, afirmó sin ambages: “Soy católico, no me da pena decirlo”. Ahora, con tono de confesión íntima, familiar, nos narra el papel fundamental que en su formación como persona ha tenido la fe de su abuela.
Pero la fe no es sólo un candoroso recuerdo del pasado, para el “Chicharito” es la clave del éxito en esta vida, pues no vacila en definirlo en tres palabras: “Dios, familia y perseverancia”. Por ello, al ser preguntado expresamente por el papel de la fe en su vida responde: “Todo. Para mí la fe, la confianza y la paciencia son las tres palabras”. De hecho, afirma estar seguro de la cercanía de Dios en su vida. “Ha estado a mi lado. Está en el lado de todos. Lo bonito de que yo crea en Dios es que está allí para todos”. Y a esa cercanía divina el futbolista responde con una oración bien sencilla. “¿Qué le dices?” le pregunta León Kruze, a lo que responde el “Chicharito” con desarmante simplicidad: “Gracias”.
Es hermoso ver cómo alguien se acuerda de Dios y reconoce su papel en medio del triunfo. Lo usual es recurrir a Dios cuando hay problemas y hacerlo a un lado cuando la vida nos sonríe, o llegar incluso a casos, a la par patológicos y ridículos, de considerar que sobra, que no hace falta, cegados por el triunfo o el éxito, frecuentemente efímeros. Ese agradecimiento a Dios, el reconocer abiertamente su papel en la vida no deja de dar frutos. Una muestra evidente es su misma sencillez y el tener clara la escala de valores, saber que lo importante es la familia, no los triunfos o el dinero, reconocer el papel que han tenido nuestras abuelas sin avergonzarse por parecer pueril o manifestación de poca autonomía.
En el fondo la actitud del “Chicharito” muestra claramente un señorío sobre lo material, sobre el éxito, facilitado desde la óptica de la fe. Tal señorío permite otorgar el justo valor a las cosas, incluso a sí mismo, vacunándolo así contra la ridiculez, tristemente frecuente, “de creérsela”, de sentirse superior y perder la sencillez.
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