La sentencia para el “Chapo” será una oportunidad para lograr comenzar una nueva vida.
No, no me refiero al recurso que ha interpuesto para anular el juicio, con base en la indiscreción y perjurio de algunos miembros del jurado. No podemos saber si será aprobado su recurso, y cual sería eventualmente, el veredicto de un nuevo juicio: Probablemente el mismo resultado, postergado tras una nueva deliberación. La oportunidad a la que me refiero es justamente lo que él más teme: la cadena perpetua, en una prisión de máxima seguridad, viviendo en aislamiento: sólo una de las 24 horas del día podrá interactuar con el prójimo.
¿Por qué entonces llamo oportunidad a su condena? Porque solo ese resultado le permitiría comenzar una nueva vida, totalmente distinta de la anterior. El poder de la soledad y el silencio, así como su carácter definitivo, pueden llevarlo a reflexionar y cambiar de vida o, por el contrario, empujarlo a la locura o la desesperación. La alternativa se convierte en oportunidad. La pena es resultado de la justicia, una forma de hacer ver que los crímenes se pagan, pero nunca es –o por lo menos no debería ser– una venganza de la sociedad. Busca, en cambio, que el reo se reforme, y cuando sea posible, conseguir su reinserción social; ahora no es el caso, dada la gravedad de los delitos que se le impugnan. No podrá reincorporarse, pero sí reformar su vida, y esa es la nueva perspectiva, que vista con un prisma positivo, se configura como una auténtica oportunidad.
La soledad y el silencio lo enfrentarán a sus “fantasmas”, sin poderlos ignorar, posponer u obviar. Es una forma de rescatar su conciencia, ya que el silencio facilita el recuerdo y la reflexión. “¿Qué he hecho con mi vida?, ¿cómo he llegado aquí?, ¿qué sentido tiene ahora mi existencia?” Y de ahí, es natural que se despierte el recuerdo y, quizá, el remordimiento por tanto daño causado: muertes, torturas, violaciones, vidas arruinadas por el vicio a cambio de dinero. Esos “fantasmas” pueden destruir, pero también empujar a reconocer el mal hecho, pedir perdón, comenzar de nuevo. Iniciar, por decirlo así, un segundo tiempo en su vida, en el que reconociendo la culpa se acepte la pena merecida, como forma de pagar y retribuir a la sociedad y a las víctimas por el delito cometido. Es lo que cristianamente se conoce como virtud de la penitencia, en cuanto derecho que tenemos las personas, con base en nuestra dignidad, de pagar por los desórdenes que hemos ocasionado.
¿No es una oportunidad demasiado hipotética o irreal? Ciertamente es difícil, pues caben también los otros dos caminos, más fácilmente transitables, pero menos atractivos, de la locura o la desesperación. Más que irreal o hipotética, podemos decir que es milagrosa. Pero, si pudiéramos verla desde otra perspectiva, en realidad se trata de un desafío, para el Chapo, pero también para Dios, el único que puede tocar y cambiar los corazones. Cuanto más grande es un pecador, más atractivo se torna para la Misericordia divina conseguir su conversión. Es conocida, por ejemplo, la historia de Jacques Fesch, delincuente francés condenado a muerte que experimentó una honda conversión en la cárcel hasta el punto de sufrir su condena y morir con fama de santidad. El silencio y la soledad pueden disponer al alma a escuchar la voz de Dios.
Ahora bien, no es fácil. ¿Qué le recomendaría al Chapo para enfrentar ese duro trance? No es nada sencillo, pero quizá le sean útiles una película y un libro. La película es El gran silencio (Phillip Gröning, 2005), que retrata la vida de la cartuja de Francia. El libro es La fuerza del silencio del cardenal Robert Sarah, reflexión que incluye un diálogo con el prior del mismo monasterio. En ambas obras se descubre la fecundidad espiritual del silencio y la soledad y, sobre todo, cómo algunos hombres libremente las abrazan y son felices con su vocación.
El Chapo no la abraza libremente, es condenado a ello, pero, si es inteligente, al descubrir que se trata de una realidad que no puede cambiar, en lugar de rebelarse contra su destino lo puede “aprovechar”, en una especie de “judo” espiritual. Le servirá pensar que no está solo pues, aunque hay innumerables personas que lo odian, por tanto, mal que ha realizado, y no se considerarán resarcidas ni siquiera con la cadena perpetua –y los demás debemos respetar su dolor–, también hay otras pocas que gustan de pedir siempre por la conversión de los pobres pecadores, especialmente por los más necesitado de la Misericordia de Dios. El Chapo, sin lugar a dudas, es uno de ellos.
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