Es lugar común considerar “el Día de la Madre” como una “pequeña Navidad”, por la impresionante actividad comercial que genera.
En efecto, pienso que a todos nos da alegría poder celebrar a nuestra madre y, en general, si hay algo sagrado para nuestra cultura es la madre, de forma, por ejemplo, que nadie tolera, justamente, que se la toquen. La expresión comercial de ese fenómeno cultural cristaliza en la efervescencia consumista característica de estos días.
Sin embargo, la cultura contemporánea mantiene una actitud ambivalente, cuando no ambigua, frente a la maternidad. Se da, en efecto, una paradoja: lo más valioso para alguien suele ser su madre, pero cada vez menos mujeres quieren ser mamá. O, formulado diversamente: siendo la maternidad en principio lo más grande, lo más reconocido, lo más querido (por lo menos cuando se acerca el “Día de la Madre”), para muchas mujeres viene a ser también, en ocasiones, “lo más temido”, un obstáculo para su “realización”.
La cultura hodierna ofrece dos mensajes discordantes sobre la maternidad: 1) como algo invaluable, que debe aprovecharse en clave consumista, y 2) como una limitación en el proyecto personal de una mujer, un límite a su “realización”.
Esto último está lejos de ser una impresión subjetiva, sino que se materializa incluso en los usos del lenguaje. En efecto, actualmente cuando a una mujer le preguntan: “¿te cuidas?”, “¿te estás cuidando?”, no se refieren a los ladrones, los violadores, los estafadores… La pregunta se refiere a los hijos. En realidad, es la expresión abreviada y eufemística de “¿te estás cuidando para no tener hijos y no ser madre?”
Ese “cuidarse” de la maternidad y de los hijos va mucho más allá de un uso lingüístico generalizado, pues se convierte muchas veces en una presión social, familiar, profesional e incluso médica. La esquizofrenia social es patente: la madre es lo más sagrado, y a la vez, lo más temido, evitado, minusvalorado.
Existen de hecho “estándares de maternidad” o, por llamarlo de algún modo, “criterios políticamente correctos de lo que debe ser la maternidad”. Entre estos criterios se pueden mencionar: no ser madre demasiado pronto, es decir, mejor en la década de los treinta. No ser demasiado fecunda, pues se ve mal tener más de dos hijos. Uno, o dos como máximo, mejor si es “la parejita”, y párale de contar, pues tener más puede ser calificado de “irresponsabilidad” (¡somos tantos en el mundo!, ¡hay tan poca agua!, ¡depredamos las otras especies!), olvidando que con tan estrechos estándares no garantizamos ni siquiera el relevo generacional que es de 2.1 hijos por pareja (suena horrible esta expresión, pero en fin, es la que está en boga). Lo “políticamente correcto” en este tema nos conduce lenta, pero inexorablemente, a la extinción como especie.
Antes era normal celebrar un nuevo embarazo. Ahora puede dar lugar a burlas, comentarios irónicos o sarcásticos en el entorno familiar o social. Algunas empresas preguntan durante las entrevistas de trabajo a las mujeres si tienen pensado embarazarse, para descartarlas como candidatas al puesto si la respuesta es afirmativa; es decir, se da de hecho una auténtica discriminación laboral para la mujer que aspire a ser mamá.
Los médicos no se quedan atrás, pues si la mujer ya cumplió con la “meta ideal” de los dos hijos, le preguntan insistentemente, muchas veces durante los trabajos del parto –es decir, en un momento claramente inoportuno, de gran vulnerabilidad y angustia– si no quieren aprovechar para ligarse, aun cuando antes hayan dicho expresamente que no, y la misma escena se repite cada nuevo parto. La presión médica a la maternidad suele servirse muchas veces de un terror provocado: se fomentan las cesáreas (más cómodas, mejor remuneradas), y después se amenaza con peligro de muerte a las mujeres si se vuelven a embarazar. Es como para tenerle terror a la maternidad, pues nadie quiere dejar una estela de huérfanos.
Por ello, al celebrar el “Día de la Madre”, más allá de la consabida invitación a comer y el regalo caro, quizá compense “recuperar culturalmente” el invaluable valor de ser madre y volverlo a proponer como “la más alta realización de la mujer” y el “mejor servicio a la sociedad”. Y lo ideal, obviamente, es que enarbolara dicha empresa a la par magnánima y contracultural, el auténtico feminismo, el feminismo verdadero que se interesa por la mujer y valora a la mamá.
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