No hay duda de que vivimos en tiempos interesantes y también convulsos, pues no pasa semana sin que los medios de comunicación nos saquen de nuestro letargo, con noticias utilizadas a su antojo y conveniencia, a fin de aumentar aún más la división en nuestra ya, de suyo fragmentada sociedad. Una de las últimas noticias que, aunque pasó casi desapercibida en los grandes medios de habla hispana, hizo correr ríos de tinta en los Estados Unidos, fue el artículo escrito por Daniel Panneton, colaborador de “The Atlantic”, en el cual declaró que el rosario se ha convertido en un “símbolo extremista” del radicalismo religioso católico al mencionar que: “así como el rifle AR-15 se ha convertido en un objeto sagrado para los nacionalistas cristianos en general, el rosario ha adquirido un significado militarista para los católicos radicales tradicionales (o, como se les conoce en los Estados Unidos, ‘rad trad’)”.
Es importante resaltar que Panneton dirige su abierta, feroz e injusta critica específicamente contra el catolicismo tradicional; que no es otro que el catolicismo de siempre, el que no busca componendas fáciles ni diluye la doctrina. Ese catolicismo que no prende una vela a Dios y otra al mundo, sino que vive en el mundo sabiendo que no pertenece a él y que; “milicia es la vida del hombre sobre la tierra” (militia est vita hominis super terram) incomodando terriblemente, con su conducta radical y contestataria, a propios y extraños. No es casual que el articulista dirija sus dardos contra los católicos que son hostiles al liberalismo y el secularismo y que además, defienden a la “familia patriarcal tradicional” rosario en mano. Panetton sabía bien que, al subrayar el carácter militante del catolicismo, ocasionaría grandes reacciones de un occidente acomplejado, acobardado y pacifista, que no sólo desdeña, sino que se avergüenza de las más grandes y heroicas gestas de su historia.
Sea como sea, dicho artículo ha puesto sobre la mesa un tema que todo buen católico debería saber, pero que la mayoría de nosotros evadimos, en parte por ignorancia y mucho por comodidad; la batalla espiritual que todos enfrentamos en esta vida. Y es que la mayoría de los católicos, queriendo congraciarnos con el mundo, hemos cambiado el amor a Cristo por un amor a lo mundano; convirtiéndonos en católicos tibios, en sal sosa, en católicos culturales y hasta practicantes; pero practicantes ante todo de ese respeto humano del cual el santo Cura de Ars advertía: “¡Oh, maldito respeto humano, cuántas almas arrastra al infierno!”.
Y es que desafortunadamente, durante las últimas décadas, se ha ido despojando al cristianismo de su carácter sobrenatural reduciéndolo a mero buenismo moralista y terapéutico. Esto, nos ha llevado a buscar la aprobación de los hombres antes que la Dios, por lo que hemos rebajado y adecuado nuestros principios reduciendo, además, nuestro testimonio a la parroquia y la familia y eso, sin tocar temas “sensibles o controversiales” para no disgustar a nadie. Por ello, frente a un mundo en el cual cada uno defiende su derecho a hacer con “su vida” lo que le plazca, es altamente provocador el carácter combatiente de ese pequeño remanente de católicos que, contra un viento y marea, proveniente no pocas veces de nuestras mismas filas, defienden, a pesar de la deserción de la gran mayoría de nosotros, las enseñanzas perennes de la iglesia.
Actualmente, es evidente que debido a que la mayoría de los católicos hemos fraternizado con el enemigo y abandonado las trincheras; el aborto, el divorcio, la cohabitación, la ideología de género, el llamado matrimonio homosexual, la eutanasia y muchos otros males intrínsecos son, no sólo legales en gran parte de un occidente, que alguna vez fue cristiano, sino que maquilladas de un falso amor al prójimo, han encontrado acogida en nuestras propias familias a través de una corrupción de costumbres cada vez más generalizada. Por si fuese poco, la mayoría de los católicos agachamos la cabeza ante imposiciones ilegítimas y absurdas (como la mayoría de los mandatos pandémicos) mientras rehusamos, en nombre de la libertad y apelando a nuestra dignidad, a seguir una tradición que consideramos demasiado rancia y rígida para nuestra época, como si la moral cambiase con el tiempo.
Estamos tan acostumbrados y cómodos con nuestro estado de bienestar que la lucha con; su sudor, sus lágrimas, sus heridas y su sufrimiento, nos provoca horror. Por ello Panetton nos ha hecho, sin quererlo, un gran favor pues nos ha recordado a la gran mayoría de los católicos tibios y mundanos, que pertenecemos a la iglesia militante, que tenemos un enemigo, el “príncipe de este mundo” quien, si al parecer tiene hoy más poder que nunca, es porque los pecados abundan en una sociedad que ha dejado de iluminar con la verdad del evangelio otorgando paso franco a las tinieblas.
Por ello, es paradójico que, quienes promueven la destrucción de la familia, de la vida y hasta de la inocencia de los más pequeños, alerten del carácter militante de un pequeño remanente que no combate con odio sino por amor a lo que defiende; que no busca destruir, sino reconstruir todo aquello que es bueno, bello y verdadero.
En un mundo cuya tibieza vomitiva lo ha hecho presa fácil del totalitarismo económico, político, pero sobre todo moral; molesta demasiado ese pequeño ejército que no elude la batalla, sino que la enfrenta, rosario en mano, con la convicción de que, como dijo San Isaac el Sirio: “El fuego no arde entre la madera húmeda, de la misma forma una vida heroica no crece en la pereza. Y el entusiasmo por Dios no se inflama en un corazón que ama la comodidad”.
El enemigo sabe bien algo que muchos católicos hemos olvidado, el rosario es un arma sumamente poderosa pues es capaz de vencer ejércitos, que podrían considerarse invencibles otorgando, en no pocas ocasiones, la victoria en el combate físico a quienes lo rezan y además, es capaz de vencer al mismo satanás. Es un hecho conocido que un exorcista escuchó del mismo demonio: “Si los cristianos supieran cuán poderoso es el rosario, sería mi final”.
¡Desenvainad la espada, prestos al combate! Un combate del cual depende la salvación de muchas almas, comenzando por la nuestra y la de nuestra familia. Por ello la Santísima Virgen María, que nos cuida con Su gran amor maternal, nos ha regalado esta bellísima arma con la que podemos ser capaces de vencer el mal en el mundo. Recordemos las palabras del Papa Pío IX: “Dadme un ejército que rece el rosario y conquistaré el mundo”.
Que todos los días tengamos el rosario en nuestras manos y la meditación de sus santos misterios en nuestro corazón, recordando que luchamos por la gloria de Dios, nuestra santificación y la salvación de las almas. Sancta Maria, Mater Dei, ora pro nobis peccatoribus, nunc, et in hora mortis nostrae. Amen.
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