1) Para saber
Un psiquiatra le preguntó a un paciente: “¿Así que en algunas ocasiones, usted escucha voces sin ver quién le habla?” El paciente contestó: “Sí, doctor, muchas veces”. El psiquiatra, algo preocupado, volvió a preguntar: “Y ¿cuándo le sucede eso?” El paciente respondió: “Pues siempre que hablo por teléfono, doctor”.
Ciertamente, para hablar con alguien no es necesario verlo. Cuando nos dirigimos a Dios, tampoco lo vemos y, sin embargo, es real la conversación. El papa Francisco comenzó, en sus catequesis semanales, un ciclo dirigido a la oración. Y para iniciar, la describió como un grito que sale del corazón de los que creen y se confían a Dios. Para ello quiso tomar como ejemplo a un personaje del Evangelio, que para él, confesó, es el más simpático de todos, se trata del ciego Bartimeo (Mc 10, 46ss).
2) Para pensar
Bartimeo, cuyo prefijo “bar” significa “hijo”, es el “hijo de Timeo”. Era ciego y se sentaba a mendigar al borde del camino en las afueras de su ciudad, Jericó. Un día escuchó que Jesús pasaría por allí y lo espera. Cuando percibe que Jesús está cerca empieza a gritar: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!”. Este hombre entra en los Evangelios como una voz que grita a pleno pulmón.
Muchos le reprenden, pero Bartimeo no se calla, al contrario, grita más fuerte: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!”. Dice el papa que es el ejemplo de una testarudez hermosa de quienes buscan una gracia y llaman a la puerta del corazón de Dios. Al llamarle: “Hijo de David”, está haciendo una profesión de fe.
Jesús escucha su grito. La oración de Bartimeo toca su corazón, el corazón de Dios. Jesús le pide que exprese su deseo y entonces el grito se convierte en una petición: “¡Que vea!”. Jesús reconoce su fe, que atrae su misericordia, lo cura y le dice: “Vete, tu fe te ha salvado”.
Bartimeo es un hombre perseverante. Alrededor de él había gente que trataba de explicarle que era inútil implorar, que dejase de gritar, pero él no se quedó callado. Y al final, consiguió lo que quería.
Pensemos si somos perseverantes en la oración, aunque en principio no recibamos respuesta o no consigamos lo que pedimos.
3) Para vivir
La fe, como en Bartimeo, dice el papa, es un grito, es la esperanza de ser salvado. No tener fe, en cambio, es quedarse en silencio, es acostumbrarse al mal que nos oprime y seguir así.
La fe es tener las dos manos levantadas. Hay que ser conscientes de nuestra poquedad, de nuestra precariedad, para así humildemente orar a Dios. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: “la humildad es la base de la oración” (n. 2559). La oración nace de la tierra, del “humus”, del que deriva la palabra “humilde”, “humildad”. Decía el predicador del papa, Cantalamessa, que la situación actual de confinamiento ha de ayudarnos a despertar del delirio de la omnipotencia, darnos cuenta que sin Dios no podemos nada. Entonces surgirá natural dirigirnos humildemente a Dios. Por ello el hombre es el “mendigo de Dios”. Sólo con Él podemos salir adelante y recibir las respuestas acertadas cuando estamos a oscuras. Es el momento de clamar: “¡Jesús, ten compasión de mí!” Y entonces, como Bartimeo, recibiremos la luz y veremos.
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