Mucho se ha escrito sobre el proceso electoral en Estados Unidos y lo sucedido con el Brexit; pero no estoy seguro de que estemos sacando las lecciones adecuadas para el desarrollo de nuestra democracia y el fortalecimiento de la sociedad civil, como antídoto contra el autoritarismo.
En la prensa nacional e internacional domina una visión simplona que augura una época negra por el avance de lo que obsesivamente se ha denominado la “ultraderecha”, cualquier cosa que esto signifique. Porque las fuerzas de la derecha avanzan, entonces la pobreza se extenderá, millones serán deportados, el mercado mundial se colapsará, el nacionalismo arrasará, se desatará la tercera guerra mundial, nuevos holocaustos se apoderarán del mundo y todos moriremos aplastados por el desastre ecológico. Tiempo ignominioso que, dicen, sólo podrá conjurarse con el retorno de la “izquierda progresista”, única capaz de salvar al mundo de los males pasados, presentes y futuros.
No hace falta ser un genio para darse cuenta de que estamos ante una retórica en espejo de la utilizada por otras fuerzas políticas. El hecho es que, unos y otros se demonizan para imputarse el mal en el mundo y, en consecuencia, autoproclamarse salvadores del futuro.
Confieso que, como simple ciudadano del montón, tengo la costumbre de tomar distancia del alarmismo mediático. No me cuadra esa narrativa tan simplista y puritana. Desconfío cuando reducen la compleja realidad y nuestra rica humanidad a la batalla de los buenos contra los malos, de las fuerzas de la luz contra las potencias de la oscuridad, a la épica contienda de los bonitos para que se mueran los feos. Vamos, hasta un wéstern dominguero, visto en familia y con hartas palomitas, tiene una trama más compleja.
Tanto dislate es indicativo de que estamos ante una campaña propagandística, cuyo objetivo no es invitar a un análisis ponderado de lo que está sucediendo, sino generar un pánico moral que prepare, desde hoy, el regreso no tanto de las fuerzas de la “libertad y del progreso”, sino de quienes perdieron por ahora el poder y se sienten gravemente amenazados de perderlo en otros lados.
Estamos ante una guerra de percepciones, cuya característica es el desprecio de la realidad y de la verdad, a la cual le han dado el nombre de “posverdad”. Un malabar lingüístico para evitar reconocer que, una vez más, Benedicto XVI tenía razón al denunciar la dictadura del relativismo, como la enfermedad de nuestro tiempo que ha dañado seriamente a la razón en lo que queda de la cultura occidental. Un mal que afecta gravemente a los políticos, sin importar mucho el lugar que ocupen dentro del espectro ideológico. Por ejemplo, Obama ha atacado a Trump de ser el engendro de la “posverdad”, cuando el casi-expresidente ha sido uno de los campeones de la dictadura del relativismo. Lo dicho, la retórica del espejo.
En este mundo de confusiones inducidas, me parece que los católicos tenemos una tarea importante que cumplir. Es momento de recuperar la memoria y con ésta el pensamiento crítico tan propio de la catolicidad, para lo cual sería conveniente tener presentes tres principios:
Uno. Recuperar la fe en la razón. Recordar que la realidad es el mapa de nuestra existencia, la razón es el instrumento que nos permite leer este mapa, y la fe es la brújula sin la cual sería imposible encontrar el rumbo.
Dos. No existe una lectura aséptica de la realidad, sino que ésta debe tener presente el valor de la vida y la dignidad de cada persona, porque así nos mira Jesús de Nazaret. Una mirada cuya fuerza es capaz de tender puentes de encuentro con cuantos se preocupan por la verdad.
Tres. Cuando los católicos nos identificamos plenamente con alguna posición dentro del espectro ideológico, es señal de que estamos extraviando el camino. Cuando esto sucede, entonces nuestra palabra pierde fuerza profética y la fe se debilita; se evaden los retos, nos gana el desaliento y la esperanza se compromete; nos limitamos a emitir juicios puritanos, comprometemos la misericordia y ponemos en riesgo la caridad. En suma, recordar que un católico sin fe, esperanza y caridad, es semejante a un cadáver articulado.
Cuando observamos el método utilizado por los grandes pensadores católicos de nuestro tiempo, encontramos, con bellas variantes, los tres elementos arriba mencionados. Vale recordar los nombres de J.H Newman, G.K. Chesterton, Henri de Lubac, Joseph Ratzinger y, para México, Maurcio Beuchot.
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