La visita del Papa, la libertad religiosa y el Estado laico

Viene el Papa a México y los ánimos se encuentran desbordados: unos, los más, por entusiasmo; otros, los menos, por berrinche. Comparto algunas reflexiones con el fin de abonar al primero.

La visita de un hombre como Francisco es, siempre, una buena noticia. Es pastor universal de la Iglesia Católica y uno de los líderes mundiales más importantes. Su presencia, entonces, debemos comprenderla en esta doble dimensión. Pensarle en términos de política partidista sería un error de análisis, en el cual la comentocracia mexicana suele caer con facilidad. Su mensaje impactará a la Iglesia y, desde ahí, a nuestra sociedad que se encuentra en medio de una grave crisis cultural, que podemos definir en dos palabras: corrupción y violencia. Desde la sociedad y la cultura podría tener consecuencias en la política; pero esta última no es, ni cercanamente, la clave para comprender su viaje pastoral.

El México que encuentra el Papa Francisco es distinto al que recibió a sus predecesores. Si bien parte importante de las élites intelectuales, comentocráticas, políticas y judiciales se mueven todavía con un laicismo bastante pedestre; lo cierto es que los católicos nos sentimos muy cómodos siendo sociedad civil, por ser nuestro hábitat natural. Por eso reivindicamos el pleno ejercicio de nuestro derecho humano a la libertad religiosa y, por ende, a participar en los debates públicos de los cuales depende la construcción del bien común. La libertad religiosa implica necesariamente la normalidad democrática, en donde la participación de los cuerpos autónomos de la sociedad civil resulta indispensable. Todavía tienen que hacer su chamba para comprender que los cuerpos religiosos son parte integral de la sociedad civil y no un defecto en su desarrollo.

Muestra elocuente de este cambio es lo que sucede en el Senado de la República. En días pasados el arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera, se presentó en un panel para explicar la encíclica Laudato Si’, en el contexto de las discusiones sobre el cuidado del medio ambiente. Como dijo el arzobispo, el Estado laico salió fortalecido por la participación de un representante natural de un cuerpo destacado de la sociedad, en pleno ejercicio de sus derechos.

Ahora, senadores y diputados federales quieren invitar al Papa para que hable ante una reunión del pleno del poder legislativo, como seguro sucederá. Un evento impensable hace pocos años. Recordemos que Benedicto XVI fue un gran defensor del Estado laico, pues le consideraba un logro de la civilización que los católicos debemos proteger y consolidar, en sintonía con la libertad religiosa como parte sustancial de la normalidad democrática. Pues bien, la presencia del sucesor de San Pedro en el recinto legislativo, en ejercicio de su libertad religiosa, es la demostración inequívoca del grado de madurez de nuestro Estado laico, a la vez que su más categórica defensa. Tendrá que ver con los grandes debates culturales y el ejercicio eficaz de la libertad religiosa; pero no con las obsesiones partidistas y mucho menos laicistas. La libertad del Papa, ejercida sin complejos, debe servir de ejemplo para el común de la catolicidad.

Por lo demás, vayan mis oraciones para el nuncio Christophe Pierre, quien comparte con los obispos la responsabilidad de que el viaje salga como Dios manda. Sin embargo, ellos no pueden hacerlo todo. Los católicos de a pie estamos llamados a colaborar en cuanto podamos y en donde estemos, pues “el que no junta, desparrama”.

 

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