Bienaventuranzas

Las Bienaventuranzas (V). Hambre y sed de justicia

1) Para saber

Sucedió en un colegio. A la hora de la comida, los alumnos ingresaron al comedor, pero un niño entró gritando y empujando a los demás, por lo que el profesor le mandó que se quedara fuera. El niño preocupado se dirigió a la capilla de la escuela. El sacerdote lo encontró rezando de rodillas y le preguntó qué hacía. El niño le contestó: “Le pido a Dios que no tenga hambre”.

Ciertamente el hambre y la sed son necesidades primarias y vitales. Por ello, cuando se experimentan se tiene un gran deseo y se busca remediarlo. En la cuarta Bienaventuranza, que es un camino a la felicidad, el Señor invita a tener un deseo parecido: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados”.

Pero, ¿qué significa tener hambre y sed de justicia? El papa Francisco comenta que no es querer vengarnos ante una injusticia, ni sólo dolernos de los que la padecen. Se trata de esa inquietud, de ese anhelo que está presente en lo más hondo del corazón. Es la sed de bien, de verdad. Es la sed de Dios, suscitada por el Espíritu Santo, que todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser.

2) Para pensar

La Iglesia, consciente de las injusticias que hieren a la sociedad humana, no ha dejado de ofrecer luces para remediarlas. A partir del papa León XIII con su encíclica Rerum Novarum (“Sobre las cosas nuevas”) de 1891, se han emitido documentos que ayuden a remediar las injusticias sociales.

Inspirados en esa encíclica un joven francés católico, Jules Rimet, y sus amigos fundaron una organización para brindar asistencia social y médica a los más pobres. Jules amaba los deportes y estaba convencido de que estos unían a la gente más allá de la raza y clase social. Decía: “Los hombres podrán reunirse en confianza sin el odio en sus corazones y sin un insulto en sus labios”.

Ayudó a fundar la Federación Internacional de Fútbol Asociación o FIFA, organizando “La Copa del Mundo”, que es uno de los eventos deportivos internacionales más esperados. Fue nominado al Premio Nobel de la Paz. Pensemos si hacemos lo posible por remediar los males que nos rodean.

3) Para vivir

En la Sagrada Escritura encontramos expresada una sed más profunda que la sed física: “Dios, tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi carne, cual tierra seca, agotada, sin agua” (Salmo 63, 2).

En cada corazón, incluso en la persona más corrupta y lejos del Señor, se esconde un anhelo de luz, aunque se encuentre bajo escombros de engaños y errores. Siempre hay una sed de verdad y bondad, que es la sed de Dios. San Agustín lo expresa bellamente: “Porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

Por eso la Iglesia es enviada a anunciar a todos el Evangelio de Jesucristo, pues es la mayor justicia que se puede ofrecer al corazón de la humanidad, que tiene una necesidad vital de ella, aunque no se dé cuenta.

Es necesario proteger y alimentar en el corazón de los niños ese deseo de amor y de ternura. También cuando un hombre y una mujer se casan han de mantener la sed de hacer algo grande y hermoso, dice el papa, con la ayuda de la gracia del Espíritu Santo que es la que nos confiere la justicia de Dios.

 

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