Con profundo asombro vemos cómo las personas cada día exigen a autoridades y gobernantes mayor seguridad y menos violencia. Al parecer, quisiéramos creer que la responsabilidad es tan sólo de ellos.
Nuestro pueblo llamado México, en cuyo nombre resalta una letra equis que nos recuerda la Cruz de Cristo, parece haber dejado de meditar con profunda alegría que la venida al mundo de nuestro Redentor y Salvador se llevó a cabo por la efusión del Espíritu Santo en la persona de la Santísima Virgen María, en quien fue concebido por obra y gracia de la tercera persona de la Santísima Trinidad el Verbo de Dios, que desde ese instante se hizo carne, es decir, ya era humano y Dios a la vez, a quien reconocemos como Jesucristo, el Hijo de Dios.
Tal vez para algunos suene exagerado que muchos mexicanos no reflexionan con seriedad en lo anterior, pero si observamos, desafortunadamente algunos, quizás bastantes, sean mexicanos del día 12 de Diciembre y otras fechas religiosas conmemorativas, pero no asistentes consuetudinarios a la Santa Misa dominical y a la recepción frecuente de los Sacramentos, condiciones indispensables para conocer y acercarse a Dios.
Lo escrito anteriormente es vital que se transmita a gente humilde del pueblo que es asidua a otro tipo de lectura y/o no tiene interés por tópicos de esta índole. Tales personas son nuestros trabajadores, colaboradores, parientes y aun personas desconocidas, ya que estamos acostumbrados a dialogar e intercambiar impresiones únicamente con nuestros conocidos. Lo que se necesita es una campaña de concientización a todos los niveles culturales en especial a donde más trabajo cuesta llegar.
Sea cual fuese nuestra creencia, no únicamente los católicos, sino también todos los mexicanos que se precien de amar a sus seres queridos, especialmente a los más débiles que son los niños, con muchísima mayor razón, las criaturas no nacidas, que son ya seres humanos desde el instante mismo de la unión del óvulo y el espermatozoide, merecen por derecho natural ser respetados en su vida intrauterina, ya que el hecho de no ser así es un vil y cruel asesinato.
Si nos quejamos de homicidas y terroristas, entonces ¿por qué abrirle una puerta a Satanás, en las acciones alevosas e infames de todos aquellos quienes de diversas maneras coadyuvan y promueven el aborto humano?
El demonio no es un juego, es una amenaza real; y las actitudes de incredulidad y de indiferencia hacia él y sus actos destructivos, crean todo un ambiente de tibieza social, que está presentándose en una cruda persecución actual, como lo hizo Herodes en tiempos del Hijo del Hombre, Jesucristo nuestro Señor.
La indiferencia e indolencia es un pecado grave de omisión, ya que nos convertimos en espectadores pasivos ante un hecho grave que es el de permitir que las leyes humanas quieran hacerse prevalecer sobre la Ley de Dios.
¿Qué, acaso no sabemos que los homicidios le provocan lágrimas a nuestro buen Dios?
Pidamos la intercesión de la Santísima Virgen de Guadalupe para que influya en el corazón de los Ministros de la Suprema Corte de Justicia de nuestra amada nación mexicana, y que bendiga a sus familias, especialmente a sus hijos pequeños y a quienes estén por nacer, para que así ellos sean partícipes del engrandecimiento de este gran y noble país en el que permanece viva en el cerro del Tepeyac, nuestra Madre la Virgen Santa María de Guadalupe.
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