“La Feliz Navidad no está muriendo lentamente, sino reviviendo lentamente”.
Gilbert Keith Chesterton
No está de más recordar lo que creemos los católicos y la mayoría de los cristianos de esta hermosa festividad que es la Navidad. Hay otros muchos que celebran la Navidad de otros modos, con otras creencias y hasta sin ninguna creencia. Está bien: hay muchos que viven con alegría esta temporada de otra manera. Y qué bueno. Vale la pena, sin embargo, que los católicos, que somos minoría en muchos países, recordemos nuestras creencias sobre esta época. Que son muchas, importantes y fundamentales para nuestra fe.
Celebramos un nacimiento. El nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, encarnado en una sola persona, Jesús de Nazareth. Una sola persona, con dos naturalezas, la humana y la Divina. Quien decía de sí mismo que es el Hijo del Hombre y también el Hijo del Dios Vivo. Nace en la plenitud de los tiempos. Un tiempo de paz, la Pax Romana. En un tiempo de la plenitud de la civilización dominante en Europa y el Medio Oriente, donde estaba el pueblo elegido de Dios. Antes de la decadencia del imperio romano y de la civilización greco-romana.
Nace en medio del pueblo de Israel, escogido para recibir al Hijo de Dios, con una cultura y una religión que contenían los elementos necesarios para recibir la buena nueva de Jesús y con personas con una fe sencilla, capaces de recibir y transmitir ese evangelio para llevarlo a todo el mundo grecolatino y después llevarlo a otras culturas en un esfuerzo que aún no termina.
Nace en una nación con una preparación mediante lo que llamamos la Sagrada Escritura, que contiene un admirable código moral y una serie de profecías que preparan la llegada de Jesús, con señales que permiten que se le pudiera reconocer como el Hijo de Dios cuando se presentara. Nace como todos los seres humanos, concebido en el cuerpo de una virgen, como lo anunciaron los profetas. Podría haberse presentado de un modo milagroso y maravilloso, pero prefirió nacer como todos los hombres. Nace en Belén, en la familia del Rey David, porque esas eran algunas de las señales que nos dieron para reconocerlo. Pero, sobre todo, nace en una familia, encomendado a un padre y una madre, como la mayoría de los seres humanos. Y a poco de nacer, su familia tiene que emigrar a Egipto, una vez más, para que se cumplieran las profecías.
Creemos muchas más cosas sobre Jesús, pero estas son las principales que celebramos en Navidad. Celebramos el mayor regalo que le podría haber hecho Dios al género Humano: la encarnación del propio Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, para redimirnos del pecado y de la muerte. De modo que los humanos, que fuimos creados para la libertad, pidiéramos amarlo libremente y así cumplir nuestro designio de vivir eternamente en cuerpo y alma, según el propósito para el que Dios nos creó. Y que también, los que libremente decidiéramos no amar a Dios, viviéramos eternamente apartados de Él.
Celebramos a los niños, imagen del Niño Dios; nos hacemos regalos los unos a los otros para recordar el gran regalo que Dios nos hace, su propio Hijo. Celebramos que ese Niño cuando creció, murió y resucitó como la primicia de que todos resucitaremos. No tenemos ningún don mayor, ningún regalo mayor que el de este Niño, infinitamente superior a nosotros y que quiso hacerse débil como nosotros, para demostrar que, siendo humano como todos nosotros, muriendo como todos nosotros, pudo resucitar. Como resucitaremos todos.
¡Feliz Navidad!
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