¿Qué tienen en común Lorenzo Servitje y Carlos Abascal? A parte de finados –México y el mundo empresarial todavía no se recuperan del reciente fallecimiento de don Lorenzo–, su nacionalidad mexicana, su fe católica y el ser exitosos en su campo laboral: la empresa y la política. Precisamente por estos cuatro motivos constituyen en ejemplo positivo, un verdadero modelo para los jóvenes mexicanos.
En efecto, todos esos elementos confluyen configurando un mensaje auténticamente esperanzador, el cual va contra corriente, es decir, contra los tópicos comúnmente aceptados.
Comencemos por el paralelismo más incómodo: estar muertos. Podría parecer trivial, pero no lo es, no es un simple dato, ni siquiera un hecho trágico (incluso en el caso de Carlos Abascal que murió, si puede decirse así, prematuramente, cuando estaba en la plenitud de su capacidad, debido a un cáncer implacable). ¿Por qué? El hecho de haber sido coherentes con sus principios morales y religiosos hasta la muerte les confiere una integridad y una autenticidad a prueba de toda duda.
En efecto, mientras estamos vivos, siempre podemos fallar, nos podemos romper. Muchas veces la prensa y quienes buscan justificar su propia miseria y doblez moral, ventanean morbosamente los tristes ejemplos de quienes no han sido capaces de ser coherentes hasta el final. Don Lorenzo y don Carlos sí lo han sido, escapando así a la mordaz crítica de quienes buscan justificarse a sí mismos con las miserias ajenas, convirtiéndose así en pregoneros de la desesperanza, regodeándose en la indigencia humana.
También confiere a sus vidas un mensaje esperanzador el inusitado cóctel entre política, empresa, catolicismo y éxito que los caracterizó.
En efecto, pareciera a simple vista que son incompatibles. Si soy un católico coherente, difícilmente tendré éxito en la empresa, mucho menos en la política. Se antoja imposible ser alguien moralmente solvente y, a la vez, exitoso en los ámbitos de la política y la empresa. A ojos de bastantes personas es casi imposible escalar alto en estos rubros sin corromperse. Carlos Abascal, por el contrario, es el ejemplo fehaciente de un político prestigioso precisamente por su fama de insobornable, por la autenticidad de unos principios que, sin hacer ostentación de ellos, no escondía, aun cuando muchas veces ello pudiera ser un lastre, más que una ayuda, como sucede en la política mexicana, herida constitucionalmente de laicismo.
La vida de los dos evidencia que ser católico coherente no está peleado con ser político o empresario exitoso. Es decir, los buenos no están condenados al fracaso o a ocupar posiciones periféricas dentro de la sociedad. Lo de “buenos” se entiende que es una generalización. Todos tenemos algo bueno y algo malo, “nadie es bueno sino sólo Dios”, sentenció Jesús en el Evangelio. No pretendo ofrecer una visión maniquea y simplista de la realidad. Pero en términos generales se entiende aquí por “buenos” a aquellos que quieren hacer la cosas bien, que no venden su conciencia y sus principios para obtener éxito en la empresa y en la política a cualquier costo. No quiere decir que sea fácil, no basta la honradez moral; se parte de ahí, pero se precisa también la competencia humana. Ser honrado no te convierte en capaz. Don Carlos y don Lorenzo eran ambas cosas.
El último elemento en común de la sencilla enumeración de paralelismos lo constituía el ser mexicanos. Su vida manda un mensaje positivo en medio del frecuente pesimismo nacional sobre el modo de ser mexicano. Pesimismo alimentado por la violencia y la corrupción a escalas insospechadas. Pereciera que todo intento de redimir a México estuviera condenado al fracaso, y no por culpa de Trump, sino de los propios mexicanos. Estos dos hombres, por el contrario, además de ser patriotas y honestos, amaron a su país, con un amor eficaz, no hecho de fáciles “patrioterismos”, como “dar el grito” el día de la Independencia o sentirte mexicano cuando juega la selección de futbol.
En el caso de don Lorenzo, no sólo tuvo siempre una preocupación altruista que financió con su empresa y relaciones, sino también, en momentos de crisis, no tomó la salida más fácil y rentable para su empresa. Por el contrario, siguió invirtiendo en México, confiando y defendiendo a sus trabajadores, pues era consciente de que detrás de cada uno de ellos había una familia mexicana.
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