Los cristianos, esas víctimas incómodas

El Papa realizó una importante visita a los armenios, quienes sufrieron, a manos del imperito turco, el primer genocidio del siglo XX. El encuentro entre Francisco y Karekin II, Catholicós de la Iglesia Apostólica de Armenia, fue memorable.

Estos líderes religiosos proclamaron y denunciaron. Proclamaron los tres ecumenismos que conducen a la plena unidad de los cristianos: de la sangre, por un martirio común producto de persecuciones que, en ocasiones, han sido auténticos genocidios; de la solidaridad, vivido en las grandes y pequeñas acciones a favor de los desheredados de la tierra y; el eucarístico, como anhelo de celebrar el misterio de Cristo en el mismo altar. También denunciaron así las persecuciones y el terrorismo por razones religiosas, como el silencio cómplice cuando las víctimas son cristianas.

¿Qué tan profunda es la actitud denunciada por el Papa y el Catholicós de los armenios? Mucho más de lo que podríamos suponer. Traigo a colación tres ejemplos de diversa índole.

Uno. A los pocos días de la masacre en Orlando, el grupo terrorista islámico Boko Haram asesinó a un número considerable de cristianos en el norte de Nigeria; pero de ellos casi no se ocuparon los medios occidentales y, cuando pasaron la nota, se cuidaron de señalar que los muertos eran cristianos. El patrón (des)informativo es constante. Son las víctimas incómodas que nadie debe mencionar, lo que les hace invisibles al grado de negarles su identidad y, con ello, su dignidad.

Dos. Me declaro profundo admirador del Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México. Sería difícil exagerar su gran labor para recordarnos que cada uno de nosotros es una persona digna y que nuestra diversidad, lejos de ser un problema, puede ser semilla de comunión.

Pues bien, en este admirable museo observé la incomodidad que puede causar el martirio de los cristianos. Fui al museo en compañía de mi familia y nos pusimos en manos de una de sus guías, una joven bien preparada. En la sección sobre las atrocidades cometidas por el régimen Nazi, nos habló de los crímenes contra los judíos, gitanos y otros grupos sociales; pero al fijarme en la ficha técnica noté que también se contaban dos millones de católicos muertos en los campos de concentración, de los cuales no hizo mención alguna. El hecho llamó fuertemente mi atención, así que le pregunté por estas otras víctimas de los nazis. Recibí por respuesta el silencio acompañado de una mirada de sorpresa y reprobación, como si hubiera mencionado algo fuera de lugar. Ante el hecho, insistí en mi pregunta y la mirada se tornó en disgusto, casi en rencor. Fue imposible sacarla de su silencio.

Por un lado, puedo pensar bien y creer que la incomodidad de nuestra guía fue producto de una cultura que hace de la cristianofobia una actitud correcta. Puedo creer de buena fe que la guía del museo dedicado a evitar la cultura de la indiferencia es víctima, a su vez, de la indiferencia hecha cultura. Por otro lado, puedo ser más realista y entender que esa joven, estudiante universitaria, colabora con una persecución políticamente correcta, de baja intensidad, que hace de los seguidores de Cristo unas víctimas incómodas y, en consecuencia, invisibles. Un dilema cuya solución me da escalofríos. ¿Tan honda es la cristianofobia que una guía bien formada, de un museo admirable, se hace cómplice de una persecución?

Tres. Hace poco me regalaron la revista Ibero de la Universidad Iberoamericana Santa Fe. El número estaba dedicado al terrorismo en el mundo actual. Lo que más llamó mi atención fue su silencio. En la revista de la universidad de los jesuitas, prologada por su rector, sacerdote católico, no se menciona la persecución de los cristianos por diversos grupos terroristas, no obstante que el Papa Francisco, un jesuita, es una de las pocas voces en el mundo que lo denuncia a tiempo y destiempo.

La indiferencia sobre la persecución y el martirio de los cristianos puede alcanzar lugares insospechados. Forma parte de la corrección política de los medios culturales, intelectuales y de comunicación, ya no digamos en círculos políticos. Dios dé más fuerza a la voz profética del Papa y del Catholicós de todos los armenios; y valor así a los cristianos, como a hombres y mujeres de buena voluntad, para no ser cómplices del silencio.

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