Netflix acaba de colgar este 20 de diciembre de 2019 “Los dos papas”, el extraordinario filme dirigido por Fernando Meirelles, con las magistrales actuaciones de Anthony Hopkins y Jonathan Pryce. Con excelente banda sonora, fotografía espectacular y un guion bien cuidado, puede calificarse de una bella obra de arte. El mensaje que transmite es ambivalente, depende cómo se mire; no se trata de un panegírico ni de una crítica acerba, pudiendo tener una lectura positiva o negativa, dependiendo del lente usado. Personalmente, disfruté demasiado la película, me llegó al corazón, pero después, más sosegadamente, capté intelectualmente el vinagre que disimuladamente contenía. Me recordó Apocalipsis 10, 9: “Toma, devóralo; te amargará las entrañas, pero en tu boca será dulce como la miel”.
¿Por qué esa valoración? Es un video que habla del sacramento de la confesión, lo cual es extraordinario y novedoso a la vez. A lo largo de la película se obtiene una maravillosa perspectiva de lo que representó este sacramento para Francisco: el descubrimiento de su vocación, el punto de arranque de su camino de conversión pastoral, lo necesario que es para la vida de la Iglesia. Todo parecería maravilloso: la conciencia de que no somos Dios, ni los papas lo son; son hombres frágiles, pecadores, con flaquezas. Realmente un magistral elogio del sacramento… hasta el momento culminante del filme. La confesión mutua entre ambos papas constituye el modo como ambos se exoneran, el uno al otro, de sus crímenes: Bergoglio de haber sido colaboracionista con la dictadura de Villela, Ratzinger de no haber actuado con decisión en el caso de Maciel y la pederastia clerical. Ambas suposiciones contrarias a la realidad.
En ese sentido, el filme, si bien es una recreación ficticia basada en hechos reales, adolece de algunas inexactitudes y condensa artísticamente una serie de lugares comunes sobre Francisco, Benedicto XVI y la Iglesia. No lo hace de forma desabrida o amarga, incluso deja bien parados a los dos papas, haciendo una presentación atractiva de ellos, por lo menos en una primera impresión y, solo más tarde, a uno le entra la inquietud por esa mutua “confesión”. No se trata entonces de un documental, de una profundización histórica, sino de una presentación bien lograda de los clichés habituales en la prensa eclesiástica y de las sospechas de muchas personas.
Los que tenemos la fortuna de tener testimonios de primera mano sobre Ratzinger-Benedicto XVI, sabemos que no es como nos lo pinta la película. Un buen hombre, con recta intención, de fe profunda, marcadamente rígido, intransigente y conservador, “el rottweiler de Dios”, que termina experimentando una conversión al contacto con Bergoglio. Se trata de la imagen estereotipada que los medios nos han transmitido de él, que no es fiel a la verdad. Otros errores teológicos, comprensibles porque quien hace películas no tiene por qué saber teología, consisten en sostener que los divorciados vueltos a casar están “excomulgados”, que no se habla de los ángeles hasta el siglo V o que el celibato se instituyó en el siglo XII. Todos ellos errores de bulto que cualquier bachiller en teología podría reconocer, no así el gran público al que va dirigida la película.
La presentación de Bergoglio también es estereotipada: alguien despreocupado por la doctrina y preocupado por las personas –manteniendo la falsa disyuntiva: o doctrina o personas– y preocupado fundamentalmente por la pobreza, el individualismo, la injusticia y la ecología. Un crítico del consumismo y el sistema capitalista. La Iglesia es presentada también según el difundido cliché de los dos bandos: conservadores vs reformistas; obviamente ya saben qué papa representa a cuál bando. La única forma de salvar a la Iglesia de la crisis institucional que padece sería realizar una honda reforma, encabezada por Francisco, con el beneplácito de un Benedicto XVI convertido a su causa. ¿Cuál el contenido de esa reforma tan necesaria para la Iglesia? Sí, adivinaron: homosexualidad, anticonceptivos, fin del celibato, comunión a divorciados vueltos a casar, claridad en las cuentas del Vaticano; es decir, sexo y dinero.
El film rinde así tributo a los lugares comunes de lo políticamente correcto. Pero, quiero suponer, lo hace con sinceridad. A las personas de fe nos sirve para comprender cómo ve el mundo secularizado la debacle que hoy sufre la Iglesia, y para entender el magnetismo de Francisco. Tiene el mérito de presentar a ambos papas como amigos, que experimentan una transformación desde su inicial antagonismo. Le hace un favor a Benedicto XVI, pues finalmente ofrece una interpretación magistral y atractiva de él. Ambos papas aparecen como hombres de fe sincera, con ganas de servir a Dios y a la Iglesia, sin rechazar o ridiculizar la perspectiva sobrenatural. Todo ello salpicado con maravillosas frases, como cuando a Bergoglio le dicen, después de cortar con su prometida: “El amor tiene muchas caras. Es un error pensar que se puede vivir sin amor. Tendrás que aprender a quererla de otra forma”.
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