Los tres grandes obstáculos

1) Para saber 

Hace unos días el Papa previno sobre tres obstáculos que nos impiden seguir a Jesús pues no nos dejan servir a los demás.

El primero de ellos es el ansia de poder. Pero no pensemos sólo en quien quiere dominar el mundo o su país, sino en aquel que se convierte en un tirano en su casa, con sus amistades, quien quiere se haga sólo lo que él quiere, sea el padre, la madre o uno de los hijos.

Cuántas veces hemos visto y oído, quizás en la propia casa: “¡Aquí mando yo!”, o quizá nosotros mismos hemos hecho sentir a los demás que se hace lo que uno dice. De esa manera, no utilizamos la autoridad para servir a los demás, sino que es una forma de soberbia.

2) Para pensar 

El segundo “obstáculo” se da también en la vida de la Iglesia, dice el Papa, y es la deslealtad.

Esto sucede cuando alguno quiere servir al Señor, pero sin dejar de servir a otras cosas que no son del Señor. Ser desleal no es lo mismo que ser pecador. Todos somos pecadores, y nos arrepentimos de esto. Pero ser desleal, es hacer el doble juego.

Jugar a la derecha y a la izquierda, jugar a ser Dios y también jugar al mundo, y éste es un obstáculo, pues seguimos apegados a lo nuestro, no importando que esté en desacuerdo con el Señor. Ello suele derivar en quedarme con lo mío y dejar también al Señor.

3) Para vivir

El Señor nos ha dicho que ningún siervo puede tener dos señores. O sirve a Dios o sirve al dinero. Y éste es el tercer obstáculo: el dinero.

El peligro está, como mucha gente, en querer dinero para para estar en el escaparate, para la apariencia, para que digan: ‘Ah, qué bueno es’, por la fama. Pero es una fama mundana, es vanidad. Es vivir esclavizados para aparentar, buscando la aprobación de los demás, sin procurar ser mejores, sólo aparentarlo. Y así, denunció el Papa, no se puede servir al Señor.

Esopo cuenta una fábula sobre la avaricia: Había un hombre muy avaro que vendió cuanto poseía; con eso compró oro, y lo enterró en un sitio oculto. Iba diariamente a visitar su tesoro. Pero lo observó un vecino suyo, lo desenterró y se lo llevó. El desconsuelo del avariento no tuvo igual al ver que le habían robado, y comenzó a llorar y a arrancarse los cabellos. Enterado otro hombre de la causa de su dolor, le dijo: “¿De qué te servía un tesoro oculto? Coloca una piedra en su lugar, figúrate que es oro, y te servirá tanto como el tesoro verdadero del que nunca usabas”.

Efectivamente, dice el Papa Francisco, el ansia de poder, la deslealtad y el afán de dinero, quitan la paz y llevan a estar siempre ansiosos, en tensión. Pero Jesús ha venido a invertir los valores de la mundanidad con su lógica del servicio, del amor. Es cuestión de aceptarla y vivirla. Sólo así tendremos la serenidad para poder dedicarnos libremente a su servicio.

El servicio de Dios es libre: somos hijos, no esclavos. Y cuando servimos al Señor con libertad, sentimos esa paz profunda del Señor.

El Papa terminó invitándonos a pedirle al Señor que nos ayude a abrir el corazón y a dejar trabajar al Espíritu Santo, para que quite de nosotros estos tres grandes obstáculos.

 

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