Madre Santa Teresa de Calcuta. Reflexiones al boleo

La madre Teresa de Calcuta ha sido inscrita en el libro de los santos por el Papa Francisco. Los detalles de su vida son universalmente conocidos, por lo que sería ocioso presentarla. En cambio, me nace del alma compartir unas breves reflexiones, un poco en desorden, un mucho al boleo.

1.- El pontificado del Papa Francisco pasará a la historia por el acento puesto en la misericordia, como la única fuerza capaz de transformar el mundo. Francisco recibió la gracia de anunciar la santidad de Teresa de Calcuta, testimonio vivo de la caridad, justo en este año jubilar de la misericordia. Los tiempos de Dios son perfectos.

2.- La canonización de cualquier persona es motivo de gozo para católicos y no católicos. Es un acto religioso por el cual reconocemos la santidad de una persona que dio testimonio del amor de Cristo y vive en la presencia de Dios; pero también es un homenaje a un ser humano bueno y justo que pasó por esta vida haciendo el bien por amor a sus semejantes. En este caso, ambos elementos se conjuntan en una mujer universal.

3.- La misa de canonización ha sido hermosa. La liturgia latina es sencilla y elegante al mismo tiempo, justo como era Santa Teresa. Como ella, está centrada en Cristo en forma tal que se transforma en testimonio de su presencia, aquí y ahora. Los católicos haríamos bien en mirar esa liturgia, una y otra vez, hasta meternos en el corazón que la Iglesia se construye del sagrario a la calle, de la oración a la acción, justo como lo hizo y hace Santa Teresa.

4.- La gran aventura de Teresa apenas empieza. La Iglesia somos los católicos, quienes formamos un pueblo peregrino. Somos una familia que trasciende las temporales coordenadas. Creo en la comunión de los santos, en los lazos de misericordia que existen entre nosotros aquí y con quienes ya están en presencia de Dios. Reflexiono en la vida de Teresa y constato una vez más que la santidad no es el estado de los puros y los perfectos; sino el camino que sólo y únicamente los pecadores pueden recorrer.

5.- Teresa de Calcuta no es santa por ser perfecta, sino porque su amor por Cristo, presente en cada ser humano, fue superior a sus pecados y limitaciones, sin negarlas un punto. Cristo no escogió como roca firme de su Iglesia a Juan, el discípulo impecable; como tampoco a Santiago, el apóstol de los judíos. Escogió al buenazo de Pedro para dejar bien sentado que la santidad no es el estado iluminado de los puros y celosos; sino el camino que únicamente los pecadores pueden recorrer.

6. Quienes hablan de Teresa como un ser excepcional e inimitable, la traicionan, porque la aíslan de las personas comunes con quienes estuvo entrañablemente unida. Francisco atajó este problema nombrándola patrona del voluntariado, de la gente del común que, a través de diversas iniciativas, ayudan al prójimo de las más diversas maneras y encarnan la expansiva diversidad de carismas al interior de la Iglesia. No hace falta caminar mucho para darnos cuenta que cada uno de nosotros, en su vida cotidiana, ahí donde Dios le ha puesto, puede ser voluntario en la caridad; pero es indispensable buscar el encuentro constante con Cristo en la oración, en los sacramentos, con la Iglesia, para cada persona y para todas las personas.

7.- La vida de Teresa es un desmentido categórico a la cultura del descarte y la afirmación de que la cultura del encuentro, en la verdad y la caridad, es una realidad tangible. No son los utopismos, que hacen de la ingeniería social un modo de ejercer el poder, los que pueden transformar el mundo, sin importar cuán seductoras sean las ideologías que los justifican. El bien no nace en los laboratorios de la ingeniería ideológica; sino del encuentro fraterno entre personas de carne y hueso, a partir del cual podemos transformar la realidad hasta darle un rostro plenamente humano. Pensar y actuar correctamente son dos momentos de un mismo proceso de bondad y justicia.

8.- La espiritualidad de Santa Teresa es muy comprometedora. No nos invita a una vida excepcional que sólo unos cuantos ascetas puedan alcanzar. Es la espiritualidad de la misericordia cotidiana con nuestro prójimo. Por eso nos compromete, porque está al alcance de nuestras manos, como las personas que nos rodean.

 

 

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