Reconozco que no es el tipo ordinario de textos que publico en el blog (ni por la temática ni por el estilo y género), pero quizá esta alegría del recién estrenado sacerdocio me mueven a querer compartir, al menos en estos primeros días, textos como éste que reflejan lo que hay en mi corazón. Lo de abajo es la homilía que ofrecí en la primera misa presidida por el que escribe en la capilla de la sede de la dirección general de la Legión de Cristo en Roma.
Homilía en el tercer domingo de Adviento (ciclo C)
Domingo 13 de diciembre de 2015
Capilla de la sede de la dirección general de los Legionarios de Cristo
«Gaudete» es la invitación que de una manera recurrente nos hace la liturgia del día de hoy: la antífona inicial lo dice (y luego también lo repite la segunda lectura) «Estad siempre alegres en el Señor»; la oración colecta, la que recoge las intenciones de toda la asamblea, llega incluso a pedir para todos una «alegría desbordante»; la primera lectura comienza diciendo: «Regocíjate hija de Sión»; el salmo nos hace responder tres veces un «Gritad jubilosos»; y, finalmente, el último versículo de san Lucas habla de anuncio del Evangelio que es, de por sí, anuncio de buenas noticias.
«Gaudete». ¿Cuál es la traducción de esta palabra latina? Según los latinistas «Regocíjense». El verbo «regocijar» tiene tres matices de significado: alegrar, causar gusto y festejar. Bajemos a nuestra vida cristiana ese «regocijo» al que nos invita la liturgia ayudados de esos tres elementos.
1. Gaudete: alégrense
La Navidad comenzó a datarse, y en consecuencia a celebrarse en la Iglesia, hacia finales del siglo IV. Como preparación para esa gran solemnidad, nació una tradición análoga a la que existía como preparación para la otra gran solemnidad cristiana (la Pascua de Resurrección): la cuaresma. Con el pasar del tiempo aquel periodo se denominó «adviento» y fue cambiando tanto en algunas de sus expresiones externas como en su duración para diferenciarse precisamente de la cuaresma.
Siendo en sus orígenes un periodo penitencial, en esto encontramos la explicación de por qué se usa el color morado en las vestimentas sacerdotales, como en cuaresma.
Hay en cuaresma un tercer domingo parecido al tercer domingo de adviento. De hecho el nombre es también bastante cercano: «laetare». Tanto en ese domingo de cuaresma como en este domingo de adviento hay algo particular: el sacerdote se viste de un color poco frecuente entre los colores usados para la celebración de la misa. Se viste prescriptivamente de rosa. Hay quienes dicen que se optó por el rosa en lugar del rojo en deferencia a los cardenales que de suyo ya visten de púrpura pero eso no es algo relevante. Sí es relevante que incluso con el color especial se nos invite, como Iglesia, a «estar alegres». ¿De qué nos alegramos?
«De que ya está próxima la Navidad», podría responder alguno. Y es así pero no es sólo así. En este tercer domingo de Adviento se destaca una realidad tal vez más esperada y que forma parte de nuestra fe: la segunda venida de Jesucristo. De este modo el «Estad alegres» pasa de ser un imperativo externo a convertirse en una respuesta natural y espontánea interna. Pese a tantas experiencias malas y tristes de la vida cotidiana hay razones para estar alegres: ¡Jesucristo vendrá otra vez! De este modo la Navidad se redimensiona y se convierte en recuerdo de que ya Él estuvo entre nosotros y que vendrá otra vez.
2. Gaudete: festejar
Si el «alégrense» es la invitación para toda la Iglesia, ¿cómo encontrar la aplicación del «gaudete» para esta comunidad concreta hoy aquí reunida?
El segundo significado de «regocíjense» es «festejen». ¿Qué festejamos hoy? Festejamos el don de 44 nuevos sacerdotes: ¡hoy hay 44 misas más que ayer! Jesucristo se hace presente en 44 lugares más el día de hoy.
La Navidad supone la primera venida de Jesucristo mientras aguardamos la segunda y definitiva venida; y entre ambas hay una continua presencia sacramental del Señor que hace que nuestra alegría se convierta en fiesta. Sin sacerdotes no hay Eucaristía y sin Eucaristía no hay sacerdotes. De aquí que nuestra fiesta remita necesariamente a festejar la promesa del Señor quien con el don de 44 nuevos sacerdotes nos repite «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo».
Festejamos como congregación y Movimiento porque si bien es cierto que el sacramento del orden lo reciben personas concretas, con nombre y apellido precisos, no es menos verdad que no es un don para ellos. El sacerdote no tiene nada que ver con los coleccionistas de arte que adquieren obras maestras para contemplarlas de modo reservado en las salas a las que sólo ellos tienen acceso. Al contrario, el sacerdote se convierte en «mecenas» que llevan las obras maestras de Dios -los sacramentos- a quienes de otro modo no podrían conocerlas, apreciarlas y cuidarlas.
Festejamos como Regnum Christi: en el hoy de nuestra historia, con estos 44 regalos, podemos decir experiencialmente con san Pablo que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5, 20). ¡Dios nos sigue bendiciendo y hoy tenemos 44 bendiciones bastante concretas. Al reconocer la realidad del pecado y de la gracia en nuestra historia particular dentro de la Iglesia la fiesta de hoy apunta a prolongarse hacia el futuro como confianza, gratitud y esperanza de que el Señor nos seguirá dando razones para seguir festejando.
3. Gaudete: causen gusto
Hay algo que también dice la liturgia del tercer domingo de adviento para mí y se los quiero compartir.
Ustedes dan gracias por los sacerdotes recién ordenados. Yo soy uno de ellos y quiero decirles con mucho cariño y gratitud que yo también doy gracias por ustedes. Muchas más personas, en diferentes lugares del mundo, se alegran conmigo y dan gracias al Señor por lo que Dios ha obrado en mí.
¿Quién es este que causa gusto, alegría, a otros? Sustancialmente puedo decir que soy un pecador en el que Jesús ha puesto su mirada. Pero soy un pecador transformado en cuanto que Dios me ha transformado en su sacerdote.
¿Qué ha hecho Dios conmigo? Ayer el obispo ordenante pronunció las palabras consacratorias sobre los 44 diáconos. Al inicio de la oración había 44 hombres de rodillas. Cuando terminó de decir las palabras y nos pusimos de pie había 44 sacerdotes. Pasó algo análogo a lo que sucede en cada misa: antes de la consagración hay pan y vino; después de la consagración está el Cuerpo y la Sangre de Jesús.
Qué maravilloso es poder renovar hoy ese milagro de la presencia de Jesús en este lugar: en un momento pronunciaré yo también las palabras de la consagración; esas palabras que deberían ser la mayor «causa de gusto» que puede dar a los católicos tanto un sacerdote recién ordenado como aquel que lleva más experiencia en el ministerio.
En el primer día de mi ordenación muchos besaron mis manos, esas manos ungidas con óleo santo. Me ayuda pensar que las personas besan un pesebre y una cruz. Y es que durante los ejercicios espirituales miré muchas veces mis manos y muchas veces me conmovió la idea –hoy hecho– de que esas manos consagradas son de ahora en adelante tanto el pesebre donde Dios «comienza a nacer», al momento en que tomo el pan e inicio pronunciando la fórmula de consagración, como la cruz donde Cristo se muestra sacrificado al momento de mostrar el pan y el vino ya consagrados.
Muchos niños han sido hechos reyes a lo largo de la historia pero sólo una vez un Rey se ha hecho niño. Sí, de ahora en adelante la Navidad y el Viernes Santo pasan al mismo tiempo y todos los días en mis manos. ¿No es esto entonces razón suficiente para «causar gusto» a los demás y no sólo hoy?
Muchos de los aquí presentes se preparan para ser hechos sacerdotes católicos, es decir, para convertirse en cunas y cruz de Jesucristo Eucaristía. Cuánta paz debe darnos el hecho de que el Señor no eligió a los más capacitados sino que Él va capacitando a sus elegidos. Eso no es una idea bonita sino una experiencia que vamos percibiendo en nuestra propia vida. Como yo –y se los digo con mucho respeto, cariño pero también con claridad– ustedes también son pecadores. Pecadores amados por Dios, pecadores que Dios convierte en sus ministros para salvar a otros pecadores a veces más o menos pecadores que nosotros. E incluso siendo pecadores las almas son capaces de encontrar en nosotros «motivos de alegría» y así razones de esperanza. Si causamos gozo en otros es sólo –como estudiamos en filosofía– porque somos «causas instrumentales» de la verdadera fuente del gozo que es Jesús.
En síntesis: «gaudete»: nos alegramos como Iglesia porque la Navidad no es el sólo memoria de un evento del pasado, sino recuerdo vivo de quien sabe que Jesús vendrá de nuevo. «Gaudete»: Festejamos aquí en esta parte específica de la Iglesia por el don de 44 nuevos sacerdotes legionarios de Cristo. Y por último, «gaudete»: estamos llamados a causar gozo en los demás, ese gozo que, en definitiva, no somos nosotros, sino Jesús, pero Jesús que se comunica a través de nosotros.
Que este peculiar color litúrgico de este tercer domingo de Adviento nos ayude a tener presente que, de vez en cuando, es bonito escuchar una invitación a «Estar alegres en el Señor». Lo que en lenguaje del Papa Francisco podríamos traducir en un «dejar atrás la cara de miércoles de ceniza y poner rostro de domingo de resurrección».
@voxfides
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