Nada justifica la violencia

“Estoy conmocionado, no entiendo estas cosas hechas por seres humanos”, dijo el Papa Francisco al referirse a los recientes atentados perpetrados en París, que causaron muchos muertos y heridos. Y afirmó: “No hay justificación religiosa ni humana. No es humano”. Efectivamente, no hay justificación religiosa, humana, política o económica para ninguna forma de violencia en México, en Medio Oriente, en Francia o en cualquier parte del mundo.

Sin embargo, por desgracia la violencia tiende a crecer y a extenderse en los ámbitos familiar, comunitario, nacional e internacional. Sus expresiones son diversas: física, sexual, psíquica, moral, patrimonial, privaciones y abandono, y se presenta en las relaciones de pareja, en el hogar, en los ambientes juveniles, en las escuelas, los lugares de trabajo, los orfanatos, los asilos, los centros penitenciarios, etc.

Una de las manifestaciones de la violencia es la “colectiva”, que, como explica la Organización Mundial de la Salud (OMS), es la que usan personas que se identifican a sí mismas como miembros de un grupo frente a otro grupo o conjunto de individuos, con el fin de lograr objetivos políticos, económicos o sociales, adoptando diversas formas: conflictos armados dentro de los Estados o entre ellos, actos de violencia perpetrados por los Estados, terrorismo, crimen organizado, etc.

¿Cuál es la causa de fondo que provoca la violencia? La negación de la verdad, lo que nos encierra en un individualismo egoísta, relativista, utilitarista e indiferente que nos hace reducirnos unos a otros al nivel de objeto de placer, de producción y de consumo, lo que engendra situaciones de injusticia, inequidad y violencia que hacen crecer la rabia, el resentimiento, la desesperación y el deseo de venganza.

Sin embargo, esto no es irremediable: ¡Podemos construir la paz! Para ello es preciso adecuar nuestra inteligencia y nuestro corazón a la realidad. Así seremos capaces de reconocer, respetar, promover y defender la dignidad, los derechos y los deberes de toda persona, y de tomar conciencia de las gravísimas cuestiones que afligen a la familia humana, como el fundamentalismo y sus masacres, las persecuciones a causa de la fe y de la pertenencia étnica, las violaciones de la libertad y de los derechos de los pueblos, el abuso y la esclavitud de las personas, la corrupción y el crimen organizado, las guerras que causan el drama de los refugiados y de los emigrantes forzados.

Hacernos sensibles frente a estas dramáticas realidades nos ayudará a que cada uno procure actuar responsablemente de acuerdo con las propias posibilidades y a que sumemos esfuerzos para construir juntos, empezando por casa y por nuestros ambientes, un mundo más consciente en el que a todos se haga posible un desarrollo integral y una vida en paz. Esa paz que, como decía Juan XXIII, se alcanza en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.

 

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