En la Navidad tradicionalmente todo se viste de luz y color. Las lucecitas que se prenden y se apagan simbolizan la alegría. Ha venido Jesucristo, Luz del mundo, a traernos esperanza. Es, tradicionalmente, la fiesta familiar por excelencia, donde el intercambio de regalos muestra que unos somos importantes para otros. Pero hay otra navidad, oculta, escondida. La navidad de los que no pueden vivirla como todos los demás y que a veces se torna una navidad oscura: no la debemos olvidar; sean estas líneas un reconocimiento de todos aquellos que viven de esta forma la navidad.
Pienso, en primer lugar, en todos aquellos que pasan la navidad trabajando. No hay más opciones, el mundo sigue dando vueltas, no puede parar del todo, y necesita que algunas personas se sacrifiquen sirviendo, para que todo pueda transcurrir en orden y armonía. Pienso en los médicos que tienen intervenciones de emergencia, en las enfermeras que están cuidando de los pacientes, en los enfermeros que se turnan para atender a un anciano con demencia senil. La lista puede engrosarse todo lo que se quiera: policías, bedeles de un hotel, pilotos y azafatas, personal de limpieza pública, meseros de restaurantes que ofrecen cenas de navidad o fin de año. Sumándolos, de poquito en poquito, suman un silencioso ejército de personas que sirven, para que muchas otras puedan pasar cómodamente su navidad.
En segundo lugar, pienso en esas navidades tristes. Las de aquellos que la pasarán solos, o no con sus seres queridos, porque han tenido que emigrar lejos de sus familias para conseguir una mejor situación laboral. La navidad de tantos indocumentados, que no pueden darse el lujo de volver al país de origen, y que no les queda más remedio que vivirla solos, en el país que involuntariamente los acoge, con la zozobra de ser descubiertos y deportados al país de origen.
También está esa otra navidad, más amarga, de los que pasan las fiestas solos porque su familia se ha roto. O quizá no solos del todo, pero no con sus hijos, porque su mujer los ha demandado y se ha llevado consigo a los niños. O esas otras navidades incómodas a la par de amargas, donde se hacen equilibrios extraños para cumplir con los compromisos propios de familias rotas: pasas un rato el 24 con tu papá, otro ratito el 25, pero la cena de Navidad y la comida de Navidad es con mamá, o viceversa. La navidad de las familias rotas es particularmente amarga, aunque se puedan visitar a los niños, a fuerza de arreglos con los abogados.
Luego está la navidad de los que están solos. De aquellas personas que no han sabido o no han podido formar un hogar, y ya están entradas en años. Si siempre pesa, durante las fiestas navideñas se torna más duro el zarpazo de la soledad. Las personas cobran una mayor conciencia de su triste situación vital. En estas ocasiones, lo que uno quiere es que pase la fiesta rápido, y busca sucedáneos que suavicen la sensación de soledad. Siempre es posible embriagarse o, más sano, darse un atracón de Netflix hasta que te sangren los ojos. Pero ello solo esconde, solo pospone el drama de la soledad. Tarde o temprano, uno se enfrenta con la almohada y no le queda más remedio de reconocer que está solo, que tiene un vacío inmenso y no hay nadie para colmarlo.
En fin, están las navidades que, por azares del destino, tristemente embonan con algún acontecimiento luctuoso, o con una situación de grave enfermedad. Cuando te dan el diagnóstico fatídico pocos días antes de las fechas, y sabes que quizá sea la última vez que comas las uvas de fin de año. Cuando el pariente cercano atina a fallecer en navidad o los días cercanos a ella, la navidad se torna oscura, insoportable.
Mi pensamiento va con aquellos que se encuentran así. Quienes más que vivir, sufren la navidad. De poco les servirán mis pensamientos, quizá sean más útiles mis oraciones, a las que ojalá se unan las del apreciado lector. En cualquier caso, solo podría decirles que, de una forma misteriosa, su navidad es más auténtica; pues la original no fue cómoda: se vivió en la soledad y en la pobreza. Y que el Niño Jesús está más cercano espiritualmente de aquellos que sufren, particularmente de quienes, por el motivo que sea, se ven abocados a vivir una navidad oscura.
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