No a la violencia contra las mujeres

El 25 de noviembre ha sido declarado por la ONU Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, con objeto de exhortar a las autoridades gubernamentales, a las instituciones y a la sociedad a tomar conciencia de la dignidad de toda mujer, y a actuar con responsabilidad y justicia para poner fin a este grave flagelo que afecta a millones de ellas y que lesiona al resto de la sociedad.

La violencia, que puede ser física, sexual, psicológica, moral, económica o patrimonial, se manifiesta de muchas maneras: desde la imposición de ciertos parámetros de belleza que presionan a la mujer a arriesgar su salud y su vida hasta humillaciones, burlas, gritos, insultos, amenazas, empujones, golpes; aislarla o controlar sus salidas; acosarla, hostigarla o forzarla a sostener una relación sexual contra su voluntad; discriminarla laboral, salarial o socialmente; condenarla a la pobreza; mutilar sus órganos genitales; traficar con ella para prostituirla, usarla como mano de obra forzada o esclavizarla.

Los efectos de la violencia son muchos: lesiones físicas, miedo, confusión, desilusión, angustia, dolor, impotencia, soledad, coraje, odio, rencor, baja autoestima y a veces hasta sentimiento de culpa, lo que puede hacer pensar a la mujer que no vale y que no hay esperanza, generando una cadena que afecta a la familia y al resto de la sociedad, ya que provoca que la falta de respeto a la persona humana, a su vida y a sus derechos fundamentales se acreciente.

Frente a esta dramática situación se requieren un adecuado marco jurídico e instituciones sólidas que hagan realidad el ideal de justicia, en su dimensión más amplia. De esta manera, la mujer que sufre alguna forma de violencia podrá acercarse sin temor a denunciar lo que le sucede, con la confianza de que se le dará el trato digno que merece, se garantizará su seguridad, se procederá a reordenar lo desquiciado y se sancionará al infractor conforme a derecho.

Aunque la violencia puede tener diversas causas, ésta es una conducta que se aprende en la casa y en la vida social, donde muchas veces se reduce a la mujer al rango de objeto. Por eso, para erradicar este mal, además de lo anteriormente expuesto, es preciso educarnos en el ámbito personal, familiar, de noviazgo, de amistades, de estudios, de trabajo y social para valorar la dignidad de todas las mujeres, hablándoles y hablando de ellas con respeto y tratándolas con justicia.

En la edificación de una cultura así, las mujeres tienen un papel protagónico. Cada una debe descubrir su grandeza y vigilar para vivir conforme a su dignidad, respetándose, dándose a respetar, respetando a los demás y exigiendo de todos el respeto que merece. Y si alguna es víctima de la violencia, ¡no deje de quererse!; pida ayuda y denuncie lo que le sucede, recordando que no está sola. ¡Todos estamos para ayudarla!

*Obispo auxiliar de Puebla y secretario general de la CEM

 

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