El Papa Francisco ha decidido, por decirlo de algún modo, tomarse más en serio lo que nos dice Jesús a través del evangelio de san Juan: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15, 13). ¿Cómo? Añadiendo una nueva “causal de santidad” a las dos tradicionales: a vivir heroicamente las virtudes cristianas y al martirio ahora se añade dar la vida en un acto de caridad por los demás. Es lógico, si la caridad es la plenitud y meta de la vida cristiana, y si esta se manifiesta de modo inequívoco y tangible en dar la vida por los demás, nada más coherente entonces que reconocer la santidad en quienes han dado ese paso heroico, pues no es otra cosa la santidad que la plenitud del amor a Dios, y el amor a Dios se concreta también amando al prójimo.
Ciertamente no es del todo novedoso este paso, pues en un pasado reciente se interpretó como martirio lo que en realidad era dar la vida por otra persona en un acto de caridad. Es el caso de san Maximiliano María Kolbe, canonizado por san Juan Pablo II, notorio por haber ofrecido su vida en vez de otra persona que había sido condenada a morir en la celda del hambre. Los nazis aceptaron que san Maximiliano ocupara el lugar de otro preso, elegido al azar para sufrir ese tormento, como represalia por haberse escapado un preso del campo de concentración. Sin embargo, en el caso de san Maximiliano fue, por decirlo así, una interpretación especial de la norma la que le permitió tener el título de mártir, que usualmente detenta quien muere por odio a la fe. De ahora en adelante no será una excepción, sino una causal ordinaria que, convenientemente sustentada, puede servir para introducir una causa de canonización y eventualmente declarar santa a una persona.
Para que proceda el proceso de canonización deberán seguirse los siguientes criterios: ofrecer libremente la propia vida, aceptando por caridad una muerte cierta y en breve espacio de tiempo; que haya un nexo entre el ofrecimiento de la vida y la muerte prematura del oferente; el ejercicio, por lo menos en grado ordinario, de las virtudes cristianas antes de la ofrenda de la vida y hasta que la muerte se verifique; que exista fama de santidad por lo menos después de la muerte y, por último, un milagro atribuido a la intercesión del Siervo de Dios (así se llama a las personas que están en proceso de beatificación) convenientemente verificado después de su muerte.
Como se ve, no se trata de un “abaratamiento o rebaja” de la santidad, sino en profundizar en la palabras del evangelio, comprendiendo que la identificación con Cristo se da también cuando se ofrece la vida por otra persona. Se identifica uno con Cristo que entregó su vida por nosotros, cuando a su vez nosotros la entregamos por los demás. La santidad, entendida como plenitud de la caridad o como identificación con Jesucristo, puede muy bien expresarse en esta ofrenda gratuita de la vida, de lo más valioso que tenemos, manifestación de un amor más fuerte que la muerte y que el instinto de conservación.
Cabría preguntarse también si pudiera extenderse esta causal de dar la vida por otra persona, a cuando alguien, en el ejercicio de su deber, sacrifica su vida por los demás. Pienso, por ejemplo, en un bombero al combatir un incendio e intentar salvar a una persona. Puede perder la vida en el intento. Obviamente nadie amenaza al bombero, y él seguramente tiene la expectativa de volver a casa con vida, pero eventualmente, llevado por el heroísmo, podría sacrificarse por salvar o intentar salvar a alguien. No es el único caso: cuando alguien salva a otra persona en el mar, o en general, cualquier labor de salvamento puede ofrecer similares situaciones de heroísmo, el cual, vivido con espíritu cristiano, constituye de por sí una manifestación eximia de caridad y de identificación con Cristo.
Ojalá que esta profundización en el contenido del mensaje cristiano realizada por Francisco y sus colaboradores de la Congregación para las Causas de los Santos, nos ayuden a descubrir cómo el espíritu de Cristo anima a muchas más personas de las que suponemos en el ejercicio de su trabajo cotidiano, habiendo muchos ejemplos de heroísmo escondido, e invite a otros a ser generosos con Dios y los demás, sin temor al sacrificio.
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