Lo acepto. No soy especialista en relaciones internacionales. Mi opinión sobre el fenómeno Trump, en relación con México y la Iglesia, debe tomarse como un atrevimiento digno de reprobación. No obstante, ahí voy.
1.- Trump es un barbaján, cierto; pero también es un político astuto y eficaz, si entendemos por esto la capacidad de acceder al poder y redistribuirlo acorde a ciertos intereses. Desde los primeros días de gobierno está cumpliendo sus promesas de campaña. Nadie puede llamarse a sorpresa.
2.- En relación con México, siempre ha puesto dos asuntos sobre la mesa: cambios en la política migratoria y en las reglas del intercambio comercial, cuyos íconos son el famoso muro y el TLC. Fronteras y comercio. Lo dijo durante la campaña y lo opera como presidente. ¿Alguien esperaba algo diferente?
3.- Lo único desconcertante es la turbación que esto produce entre nuestra clase política, especialistas y comentaristas. En mi opinión, lo que realmente debería preocuparnos no es lo que haga el Gobierno de Trump y Trump, sino la confusión que existe entre la clase política mexicana y con esto quiero decir la partidocracia dominante. Los partidócratas parecen más preocupados en dar declaraciones ruidosas y patrioteras, que en generar una propuesta clara y creíble. En lo personal, me parece un exceso pasarle la factura solamente al gobierno de Peña Nieto. Tiene a su mejor hombre en la Cancillería, el único que entendió por dónde venían los tiros. Su presencia me permite otorgarle el beneficio de la duda.
4.- La factura hay que pasársela también a la clase política mexicana la cual, carente de imaginación, se durmió en el mullido colchón del incontestable triunfo de Hillary Clinton. Apostaron y perdieron. ¿Ese era realmente su único plan de acción? Por increíble que parezca, así es. Para mí, ésta es una prueba más de la impresentable partidocracia que nos domina.
5.- Ahora hablaré de lo que sí conozco. Trump representa un reto muy interesante para la catolicidad. Está cumpliendo dos promesas centrales de su campaña, las cuales le valieron el apoyo de importantes sectores de la sociedad civil, católicos incluidos: defender el derecho a la vida y la libertad religiosa, como libertad capital de la cual depende la viabilidad de cualquier régimen democrático. Así, ya retiró los fondos públicos para promover el aborto dentro y fuera de Estados Unidos y le está quitando el dinero a Planned Parenthood, la principal agencia abortista del mundo. El siguiente paso, inminente, será cambiar la correlación de fuerzas dentro de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos, nombrando jueces capaces de defender el derecho a la vida, la libertad religiosa y las libertades básicas de expresión y asociación que hacen posible el libre juego democrático.
6.- Sin embargo, al mismo tiempo, existen fuertes diferencias con la Iglesia Católica en torno a la defensa de los migrantes y el derecho a la salud. En lo primero, el episcopado de Estados Unidos estaba preparado para dos escenarios distintos. Días después de la elección presidencial se llevaría a cabo la votación para renovar la dirigencia de su Conferencia Episcopal (USCCB). Si ganaba Clinton, elegirían especialistas en temas de vida y libertad religiosa; si ganaba Trump, pondrían en el centro los asuntos de migrantes y refugiados. Actuaron en consecuencia y están metidos en el juego. Por fortuna, los vasos comunicantes entre el episcopado de allende la frontera y el nuestro son numerosos, si bien están fuera del radar de los medios de comunicación. En cuanto al derecho a la salud, la petición de los católicos es mantener un programa amplio de acceso, sin violentar la libertad religiosa y de conciencia como sí lo hacía el Obamacare. La política propuesta por Trump de “rechazar y reemplazar” parecería incluir esta demanda. Veremos.
7.- Un asunto me queda claro. La Iglesia ha sabido esperar, prever y actuar al mismo tiempo. En reciente entrevista, el periódico español El País preguntó al Papa Francisco su opinión sobre Trump. Obvio, buscaban una declaración escandalosa, de confrontación; pero Francisco hizo gala de sabiduría. Pidió esperar las acciones concretas de su Gobierno y denunció la estupidez de construir muros, en lugar de tender puentes.
Si yo fuera un versado analista en temas internacionales, lo que en manera alguna soy, observaría con detenimiento y sin prejuicios los pasos de la Iglesia Católica desde Roma, hasta Tingüindín, pasando por Bridger Creek Road. El arte de tender puentes y denunciar muros sin concesiones, ni prisas, ni pausas.
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