1) Para saber
Se cuenta que un pordiosero, hombre profundamente piadoso, todos los domingos, después de asistir a la santa Misa, se colocaba en la puerta de la iglesia para pedir limosna a quienes salían del templo. Tenía un viejo sombrero con el que recogía las limosnas que buenamente depositaban los feligreses. Con una sonrisa agradecía mucho las monedas. Un día alguien le regaló un sombrero que ya no le servía. El mendigo lo colocó a un lado. Al verle con dos sombreros, un feligrés que lo conocía le preguntó: “¿Cómo es que ahora tienes dos sombreros?”. El mendigo le contestó sonriendo: “Como el negocio va bien, decidí abrir una sucursal”.
La alegría y el buen humor suelen ser síntomas de tener el alma en paz. El papa Francisco, en su reflexión sobre la Carta a los Gálatas, se refirió a la alegría como uno de los frutos del Espíritu Santo. Así como quien vive de modo mundano tiene frutos malos, quien vive según el Espíritu Santo obtendrá frutos buenos. San Pablo advierte contra los comportamientos contrarios al Espíritu de Dios: el uso egoísta de la sexualidad, las prácticas mágicas como la idolatría, aquello que socava las relaciones interpersonales, como la «discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias…» (cf. Gál 5,19-21). En cambio, las obras según el Espíritu dan vida, nos elevan y nos abren a Dios y a los demás.
2) Para pensar
La vida cristiana, no suprime el dolor, sino le da un nuevo sentido. Al ver la necesidad de purificar el corazón, lo hace a través del sacrificio. Así lo propone Nuestro Señor al invitarnos a tomar la cruz de cada día. Como dice quien fuera Arzobispo de México, Mons. Luis María Martínez: “Pero si Jesús no suprimió el dolor, hizo algo más grande y más bello, lo envolvió en el gozo e hizo que de los senos profundos del dolor brotara la perfecta alegría”. Con esa alegría nos consuela el Espíritu Santo. Es una alegría donde puede coexistir con el dolor, tal y como se dio en el alma de Jesús durante su vida mortal. Jesús guardaba en su corazón el secreto para poder no perder su alegría en medio del dolor que le causaba los pecados de los hombres: su secreto era el gran amor que nos tiene. También nosotros, en la medida en que logremos envolver el dolor con el amor, el amor a Dios, brotará el fruto de la alegría con el que nos consuela el Espíritu Santo. Por ello, al Espíritu Santo se le conoce como el Consolador. Y como el amor del Espíritu Santo es infinito, es el perfecto Consolador.
3) Para vivir
La alegría es uno de los doce frutos del Espíritu Santo que San Pablo menciona y que el Catecismo de la Iglesia Católica recoge: caridad, alegría, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad (Cfr. n. 1832).
Como un buen ejercicio espiritual, propone el papa Francisco leer la lista de san Pablo y mirar la propia conducta, para ver si se corresponde según el Espíritu Santo. Preguntarnos, ¿mi vida produce estos frutos? Examinarnos para ver si nuestra vida se ha dejado trasformar por el Espíritu para ser, como Jesús, una eucaristía, don y acción de gracias, para gloria de Dios y salvación de la gente.
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