Las verdaderas víctimas

“Por quién doblan las campanas”

De un par de años a la fecha, nos hemos habituado a que la misma noticia corra por meses en los noticieros, dando la impresión de que, aquello que se nos presenta de manera recurrente, es lo único importante. Primero fue la pandemia, dando la falsa impresión de que el mediático virus era, sino la única, sí la principal causa de muerte en todo el mundo. Ahora, la guerra en Ucrania, dando la impresión de que es el único lugar que sufre violentos combates, ignorando otras no menos devastadoras guerras, como la de Yemen y la de Etiopía, entre otras varias.

Y mientras los cañones se escuchan cada vez con más fuerza en una guerra televisada y politizada como quizá nunca, todos los grandes medios logran, una vez más, lo que va siendo habitual desde la pandemia; que tanto conservadores como liberales se unan en una sola voz de apoyo al idealizado gobierno de Ucrania y en abierta condena al tirano y demencial presidente ruso.

Vaya por delante que, ni es mi objetivo defender a Putin, ni la invasión y mucho menos explicar una guerra que, escapa por mucho a mis limitados conocimientos. Si algo he aprendido después de dos años de incoherencias y contradicciones pandémicas, es lo fácil que es secuestrar, manipular y politizar la realidad; más aún en un conflicto armado, pues como dice la famosa frase, la primera víctima de la guerra; es la verdad. Lo que sí podemos inferir es que es mucho lo que ignoramos y muy poco lo que en realidad sabemos de la complicada trama de esta terrible guerra en la cual los protagonistas no son, como nos quieren hacer creer, un héroe y un villano; sino que tiene, tras bambalinas, a poderosos y maquiavélicos protagonistas, varios de los cuales, han expresado abiertamente su objetivo de rehacer el rostro de Ucrania desde hace ya varios años.

Para conocer el terreno al que nos puede llevar, el definir está guerra en clave maniquea, deberíamos recordar la famosa guerra contra Irak, la cual se justificó acusando al perverso Sadam Hussein de poseer, unas inexistentes, armas químicas y biológicas de destrucción masiva. El resultado, además de los miles de muertos, fue un país sumido en la destrucción y el caos; amén de haber dejado a los cristianos en una completa situación de indefensión. Al grado que, la comunidad cristiana iraquí, una de las más antiguas del mundo, se redujo en más de un 80% después de la guerra. Quienes se quedaron han sufrido persecuciones y no pocos de ellos hasta el martirio. Eso, sin mencionar otras guerras alegando causas similares con resultados no menos funestos en el Cercano/Medio Oriente.

Ante este panorama, nos unimos en oración por las tantas víctimas inocentes del ansia de poder. Sin embargo, mientras estamos distraídos por esta tragedia, ignoramos la guerra que se está librando, a través de muy diversas pero estratégicas batallas, en la gran mayoría de los países occidentales. Una guerra que se libra sin armas y con la ley en la mano y que, sin prisa, pero sin pausa, está destruyendo los cimientos de nuestra sociedad.

Pues mientras la gran mayoría de los líderes occidentales se dan golpes de pecho ante el tirano, parecen ignorar que muchos, en nombre de la salud, impusieron y varios de ellos aún imponen medidas no menos tiránicas contra sus ciudadanos. Cierre de negocios, escuelas y hasta de iglesias, imposición del uso de mascarillas incluyendo exteriores y niños a partir de los dos años, prohibición de reuniones aún con los familiares, limitaciones de tránsito, toques de queda, mandatos de vacunación hasta de 3 dosis para mantener el trabajo y regresar a una “normalidad” que cada vez se ve más lejana. Eso, sin contar la censura a tantos médicos y científicos calificados y hasta a la congelación de cuentas bancarias, como ya se hizo en Canadá a varios miembros del movimiento llamado convoy para la libertad al cual se acusó falsamente, de estar financiado por entidades vinculadas al terrorismo. Estas terribles medidas adoptadas frente a la pandemia han producido a nivel mundial, un desastre económico. Mas nuestros líderes, han encontrado en la guerra en Ucrania, un muy oportuno chivo expiatorio a quien poder culpar de todos los males habidos y por haber.

Y mientras que muchos católicos nos unimos al mundo, en lo que es la siguiente señal de la falsa virtud que proporciona el apoyo a las causas manipuladas; olvidamos la más larga y sangrienta de todas las guerras. Esa que tenemos en nuestra propia patria, en nuestra misma sociedad, y en ocasiones aún dentro de nuestras casas. Esa guerra contra el ser humano justo en el momento en que empieza a formarse en el seno materno.

Nuestros gobernantes, filántropos, líderes de opinión y organizaciones internacionales como la UE y la ONU, entre otras; a través de los grandes medios, nos bombardean constantemente con imágenes que, buscan dirigir nuestra atención y despertar nuestros sentimientos y emociones ante la terrible guerra en Ucrania, mientras prohíben las imágenes de la cruel y cruenta industria mundial del aborto que, han propagado y defendido en nombre de “la autonomía de la mujer”, “la igualdad” y hasta como solución al “cambio climático”. Al parecer, los bebés asesinados en el seno materno que, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, son 73,3 millones al año, no logran despertar su muy retorcida conciencia.

Así, han logrado que nosotros también, mientras nos rasgamos las vestiduras ante las imágenes de la guerra que observamos en nuestras múltiples pantallas, nos encojamos de hombros con frialdad e indiferencia ante los millones de bebés inocentes e indefensos que, se suman año con año a las víctimas de una guerra contra la vida; que a través de métodos tan inhumanos como: el desmembramiento, la succión o aspiración, evacuación e inyección salina entre otras, acaba con la vida del ser humano impunemente; ocultando el asesinato tras la asepsia de una bata blanca y del engañoso término de salud reproductiva.

Y los líderes que, dándose golpes de pecho llaman a combatir al tirano cueste lo que cueste, así pongan al mundo al borde de una tercera guerra mundial; son los mismos que, a los niños que no pudieron matar en el seno materno, les matan la inocencia y no pocas veces el alma, con la llamada ideología de género, cuyas mentiras e imposición tiránica crecen día con día. Así, atacando con todas las armas a su alcance a quienes se oponen a su perversa agenda, promueven la rebelión de los niños contra la naturaleza, contra su cuerpo y contra su misma esencia. A los padres que se oponen a esta artificial más dolorosa, peligrosa y dañina transición, les acusan de delito de odio amenazándoles con quitarles la custodia de sus hijos. A los países que, como Hungría y Polonia, se blindan contra esta pérfida agenda, la Unión Europea los acusa de ir contra “los valores europeos” amenazándoles con duras sanciones económicas.

Como vemos, desde hace ya varias décadas, tenemos al enemigo en casa. Nuestros líderes, que parecen ir todos a una, han ido debilitando y desacralizando el núcleo familiar, a tal grado, que nuestros lazos de unión actualmente son desechables e intercambiables. Han destrozado nuestras raíces, robado nuestra identidad y a nuestros hijos, los están llevando a aborrecer su propia naturaleza. Y ahora, que la sociedad está dividida, debilitada y aletargada; se atreven a darnos el golpe de gracia vaciando aún más, nuestros ya empobrecidos bolsillos y condicionando nuestro derecho al trabajo no sólo a la aceptación de los mandatos pandémicos sino, en cada vez más casos, al abierto apoyo a su agenda cada vez más amplia y perversa.

Mientras rezamos por la paz en todo el mundo, en especial en los pueblos eslavos, preparémonos para la guerra. Para ese combate que por indiferencia, comodidad y cobardía hemos preferido ignorar; y que hoy, por su gravedad, nos obliga a tomar partido. Que San Miguel Arcángel nos dirija y defienda en esta batalla que debemos librar de rodillas, con la Cruz por espada y el Inmaculado Corazón de María por escudo; pues los tambores de guerra retumban en nuestro suelo, y las campanas hace tiempo que están doblando por nosotros, y por nuestros hijos.

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