El 25 de octubre de 2021 dio comienzo formalmente el proceso encargado de verificar la santidad del Ingeniero Arturo Álvarez Ramírez, profesor por más de 30 años de la Universidad de Guadalajara. A partir de ahora recibirá el título de “Siervo de Dios” y se podrá difundir su devoción privada a la espera de que algún milagro confirme formalmente que Arturo está en el cielo gozando de Dios.
¿Cuál es el atractivo o novedad de este proceso de canonización –como se le llama técnicamente-? ¿Por qué resulta especial la figura de Arturo? ¿Por qué la Iglesia quiere proponerlo como modelo de vida cristiana? Pienso que, fundamentalmente, por su extraordinaria normalidad; es decir, se trataba de alguien que vivía de forma extraordinaria la vida ordinaria, y por eso puede ser modelo para todos los que tenemos que lidiar habitualmente con nuestra vida ordinaria, normal, sin brillo. ¿Modelo para qué? Para que vivamos también nosotros extraordinariamente nuestra vida, y en ella descubramos el lugar de nuestro encuentro con Dios y de servicio a los demás.
Arturo no fue famoso en su momento, pero sí muy querido y admirado por sus alumnos y colegas en la Universidad de Guadalajara. Aunaba, en exótica combinación, el prestigio académico con un sincero e inusual interés y preocupación por sus alumnos. Un buen número de ellos reconocen, abiertamente, que su encuentro con Arturo fue determinante para que ellos a su vez se encontraran con Dios, se convirtieran, o descubrieran su vocación.
Famoso por su puntualidad: “la puerta se cierra a las 7” era su lema de batalla, y durante 30 años cerró las puertas del aula a esa hora, sin fallar. Por ello, ahora la UdeG cuenta con un aula dedicada a él, donde campea esa leyenda. Podría haber sido un notable profesor universitario, de los que hay muchos, con preocupación por sus alumnos, merecedor de un aula y un busto en su universidad, pero el postulador de su causa piensa que además de todo eso, fue santo. ¿Por qué? Por su vida de unión con Dios, especialmente su amor a la Eucaristía y a la Virgen María.
La fase diocesana del proceso de beatificación y canonización de Arturo dio comienzo con la constitución del Tribunal Diocesano, encargado de tomar la declaración bajo juramento a 31 testigos de la vida santa de Arturo. Solo uno de ellos es su familiar, el resto son colegas y alumnos universitarios, así como 8 miembros de la Prelatura del Opus Dei, institución a la que él pertenecía. El Tribunal es nombrado por el Cardenal de Guadalajara, lo preside un experto en Derecho Canónico e Historia de la Iglesia, cuenta además con un Promotor de Justicia, el mal llamado “Abogado del diablo”, encargado de velar porque todo se desarrolle conforme a la ley, y una Notaria, encargada a su vez de levantar acta de todo lo que se diga ante el Tribunal. Al evento de apertura asistieron varias personalidades, entre ellas el Doctor Ricardo Villanueva Lomelí Rector General número 50 de la Universidad de Guadalajara y el Rector de la Universidad Panamericana Campus Guadalajara, José Antonio Esquivias, exalumno del Ingeniero Arturo Álvarez.
En un momento en el que pareciera que Dios es echado fuera de las aulas universitarias, considerado una reliquia del pasado cuando no un intruso, es bonito comprobar cómo puede hacerse presente en ellas a través del trabajo bien hecho, con profesionalidad, de un maestro. Cabe decir que la materia que impartía, aparentemente poco tendría que ver con Dios, pues era catedrático de Química Inorgánica. Sin embargo, él era capaz de pasar de la química a cuestiones más personales, hasta el punto que algunos de sus alumnos llamaban “confesonario” a su oficina.
En maravillosa síntesis Arturo armonizó competencia y prestigio profesional, afán apostólico y una acendrada vida interior centrada en el amor a Jesús Eucaristía y a la Virgen María. Y todo ello con normalidad, sin nada llamativo u ostentoso. Es un modelo que podemos imitar, un ejemplo de “los santos de la puerta de al lado” de los que hablaba el Papa Francisco. ¿Qué sigue ahora? Esperar a que el Tribunal diocesano culmine su trabajo, una vez interrogados los testigos, se envía la información a la Congregación para las Causas de los Santos, en Roma y se espera pacientemente el milagro que le abra la puerta a los altares.
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