Será el domingo 4 de septiembre cuando –salvo algún imprevisto- sea beatificado Juan Pablo I quien, tras la muerte de San Pablo VI, ocupó el solio pontificio durante treinta y tres días.
Un pontificado brevísimo como hacía siglos que no se veía pero que, sin embargo, atrajo hacia la Ciudad Eterna las miradas del mundo entero.
El adusto e intelectual San Pablo VI había gobernado la Iglesia durante quince largos años, tiempo durante el cual –aparte de finalizar el Concilio Vaticano II- publicó importantes documentos pontificios entre los que destaca la Encíclica “Humanae Vitae”.
Un Papa intelectual que dejó una profunda huella en el mundo católico de los últimos tiempos.
En cuanto falleció (6 de agosto de 1978) se habló de que existían profundas divisiones entre los cardenales, motivo por el cual se anticipaba que el cónclave sería largo y conflictivo.
No obstante, desafiando pronósticos tan pesimistas y como si fuese por aclamación, la elección se resolvió en unas cuantas horas resultando elegido un cardenal del que apenas se hablaba: Albino Luciani, Patriarca de Venecia.
Y no fue esa la única sorpresa. La otra fue el nombre que eligió pues, rompiendo con una antigua costumbre, el nuevo pontífice eligió por vez primera un nombre compuesto: Juan Pablo, ya que de ese modo, aparte de trazar el programa de su pontificado, pretendía reunir la bondad de San Juan XXIII y la intelectualidad de San Pablo VI.
Desde el primer momento, el rostro amable de Juan Pablo I le demostró al mundo entero como el Sucesor de San Pedro también sabía sonreír mostrándose al alcance de la gente.
El caso fue que, en unos cuantos días el nuevo Papa se ganó el cariño del mundo entero al ver cómo era un hombre cercano, que bromeaba, que acariciaba a los niños y que, por humildad, rechazó subirse a la Silla Gestatoria para estar más cerca de sus fieles.
No obstante, ante las quejas de que, por haberse bajado de la Silla, la gente no podía verlo, accedió a subirse nuevamente.
“Voy a decir un despropósito”, comentó Juan Pablo I en una de sus charlas dominicales, “A veces Dios permite que se cometan pecados graves para fomentar la humildad del pecador. Y es que nadie es capaz de creerse santo cuando sabe que ha pecado”.
Un hombre de vocación periodística puesto que llegó a publicar artículos en forma de cartas que dirigía a personajes como Mark Twain, San Francisco de Sales, Charles Dickens, Goethe e incluso al imaginario Pinocho.
Cartas sencillas que eran profundos tratados de Teología con la singularidad de que estaban al alcance de cualquier nivel cultural.
Sin embargo, de manera inesperada, todo terminó poco después de un mes cuando la muerte congeló para siempre su sonrisa.
Un personaje fuera de lo común que –a pesar de su brevísimo pontificado- dejó una huella indeleble y que hizo más fácil que el mundo pudiera recibir muy pronto otra sorpresa: La elección del primer Papa no italiano en más de cuatrocientos cincuenta años.
Ni duda cabe que, tras la sorpresiva elección y muerte de Juan Pablo I, el mundo pudo asimilar mejor la también sorpresiva elección de San Juan Pablo II.
La Iglesia no volvió a ser la misma, puesto que, tras el corto pontificado de Juan Pablo I, habrían de ser elegidos tres Papas no italianos: Un polaco, un alemán y un argentino.
Pues bien, tras un largo y riguroso proceso canónico que duró varios años y en el cual se estudió con detalle la vida y virtudes de Juan Pablo I, la Iglesia lo consideró digno de ser elevado a los altares.
Ahora bien, si, una vez beatificado, se demostrase que por su intercesión se realizó un milagro muy pronto la Iglesia veneraría a nivel universal a un San Juan Pablo I.
El tiempo nos dará la respuesta.
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