Ante una grave necesidad, orar al Señor es lo esencial, pero ¿qué le pedimos a Él y qué hará por nosotros? Hay que reflexionar al respecto, pues quizá lo primero que pidamos sea un milagro, uno de verdad, como sería por ejemplo que un ciego de nacimiento empiece a ver, o que instantáneamente desaparezca el COVID-19. ¿Estamos bien? Reflexionemos un poco.
¿Dios hace milagros? Por supuesto, la Escritura y la historia nos dan cuenta de ello. Pero hay que tratar de aprender cómo “administra” Dios los milagros. A través de la historia, los creyentes (y hasta los que dudan o no creen, por si acaso), piden milagros al Señor. Pero antes de eso tenemos mucho, pero mucho por hacer.
Una vieja conseja, que por supuesto no está en las Escrituras, pero es más que aplicable a la vida diaria es: “A Dios rogando, y con el mazo dando”. Tenemos que hacer la parte que, por responsabilidad y capacidad, podemos llevar a cabo. El Señor se vale de nosotros los humanos, creyentes o no, para solucionar problemas y crisis. Él pone lo demás, pero Dios no va a pasar por encima de los pusilánimes, los miedosos paralizados, los perezosos o los irresponsables que no hacen lo que pueden y deben hacer.
Qué fácil sería sin hacer nada, simplemente pedirle a Dios que una crisis se acabe y ¡pum! todo mal desaparece como por magia. Pero la historia nos demuestra que así no es el camino del Señor.
Ahora bien, si ponemos nuestra parte, con ahínco, dedicación y confiando en Él, ¿Dios nos hará caso? Por supuesto, pero con su infinita sabiduría, y además, salvo casos milagrosos, que son pocos, deja que la naturaleza y las leyes que Él le puso, sigan su curso. Y esa naturaleza nos da ciclones, terremotos, plagas, sequias con hambrunas, y el Señor deja que sucedan. Así es la naturaleza. Y lo mismo ha pasado con las pestes.
Pero cuando oramos, los males de la naturaleza se mitigan y a veces sí, milagrosamente, desaparecen de pronto: un milagro. Un milagro que muchos no comprenden y les pasa desapercibido. No cuenta como ayuda divina. Pero lo que hemos aprendido es que los milagros son muy pocos. Y advirtamos que muchas veces llamamos “milagro” a un favor de Dios que no es una excepción a las leyes que puso en la naturaleza. Por un milagro un muerto revive, un ciego recupera la vista, un enfermo terminal queda completa y prontamente libre de su enfermedad. Esos son milagros. Pidamos los favores divinos y también habrá algunos milagros.
Ante la terrible plaga o pandemia del COVID-19, los creyentes rogamos la ayuda del Señor: que se acabe, que se detenga, que termine ya. Pero la historia nos enseña, insisto, en que la mano de Dios no opera así. La humanidad ha pasado por grandes pestes, a veces sufridas por años, Europa sabe bien de esto.
Ahora pensemos: ¿entonces la gente, y la Iglesia en particular no oró y oró al Señor porque eso se acabara, y no paró de pronto? Por supuesto que rezó, y sin que la gente entendiera, Dios ayudó conforme a su sabiduría, y dejó que las personas pusieran su parte, y la naturaleza en general, siguiera su curso. Finalmente, esas pesadillas terminaron, pero la mayoría nunca entendió lo que sucedió y lo que NO pasó por mano divina. Y vaya que hubo milagros individuales.
Pero supongamos que esta vez el Señor hiciera el milagro de esfumar al instante esta infección de coronavirus. ¿Qué pensaría la gente, creería en Dios y en sus favores? En general, no lo haría, como no lo ha hecho ante muchos milagros que Jesús hizo en su vida pública, ni ante milagros que por intercesión divina han hecho santos en público. No solamente no creyeron, sino que por su soberbia llegaron a decir que Jesús obraba en nombre del demonio. Y cosas semejantes han dicho ante milagros logrados por personas en santidad. Y ante la evidencia científica de curaciones milagrosas como en Lourdes o Fátima, los incrédulos y hasta quienes se dicen cristianos, los desdeñan o hasta niegan sin argumentos.
Recuerdo vagamente una historia de película, en que seres malignos extraterrestres llegan a acabar con la humanidad, y los gobiernos luchan desesperadamente por eliminarlos, pero, ah, de pronto, todos esos seres mueren. ¿La explicación? Pues que su vida estaba programada genéticamente y el medio “terrícola” los acabó y ya. ¿Y Dios? Pues no contaba por esa simple explicación. Y si ahora el Señor esfumara instantáneamente del mundo el COVID-19, muchos pensarían igual, que así estaba “programado” en su naturaleza, y negarían el milagro, es más, pensarían y dirían que veamos, como la “sabia” naturaleza hace que no se necesite de un Dios.
¿Qué debemos hacer entonces? Lo que el mismo Jesús nos enseñó: “Pedid y se os dará”. Pero debemos tener claro que como nos enseña la historia, vuelvo a insistir, Dios tiene sus caminos para ayudarnos. Y que la primera ayuda es darnos elementos humanos para poner nuestra parte, y que Él pondrá la suya, pero digamos como complemento a la nuestra. ¿Habrá curaciones milagrosas? Claro.
María, madre de Jesús, dijo a los sirvientes en las bodas de Caná, cuando faltó el vino: “hagan lo que Él les diga”, y lo hicieron. Ahora bien, si no sabemos qué hacer ante esta pandemia, pidamos a Jesús que nos diga qué debemos hacer, aunque la mayor parte ya lo sabemos, pues ya, a su manera, nos lo ha dicho. Hagámoslo.
Oremos al Señor ante esta pandemia, pidamos su ayuda, que va desde la voluntad, la orientación a cómo enfrentarla y los medios humanos, hasta la rápida terminación de la crisis. Se nos ha dicho también que la mejor oración es el trabajo; pues trabajemos cada uno en lo que personal y comunitariamente nos corresponde, para que esta pandemia termine pronto. El Señor nos escucha y obra conforme a su divina sabiduría, su misericordia y su amor infinito. Oremos.
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