1) Para saber
“No hay camino hacia la paz; la paz es el camino”. Para algunos esta frase de Mahatma Gandhi es la más emblemática del siglo XX en la búsqueda de la paz. Pero no solo porque la predicó, sino porque fue la filosofía de su vida y de su lucha. Gandhi fue una referencia para gran número de líderes mundiales que buscaban la paz.
El papa Francisco reflexionó sobre las palabras que Jesús les dirige a sus Apóstoles despidiéndose durante la Última Cena, dejándoselas como testamento: «Les dejo la paz… Mi paz les doy» (Jn 14,27). Palabras de afecto y serenidad, aunque el momento no era sereno: Judas lo traicionaba, Pedro está a punto de negarlo y casi todos lo abandonarán. El Señor lo sabe y, aun así, no reprocha, sino que permanece afable hasta el final. Aunque Jesús experimenta miedo, dolor, amargura, no deja lugar al resentimiento ni a la queja. Está en paz. Una paz que proviene de su corazón manso, por la gran confianza en su Padre. De ahí surge la paz que Jesús nos deja. Porque no se puede dar paz si no se está en paz.
2) Para pensar
Durante la Segunda Guerra Mundial, no todos en Alemania estaban de acuerdo con el régimen nazi. Pero eso suponía el peligro de ser encarcelado o ejecutado. Uno de ellos fue el filósofo Paul Ludwig Landsberg, de origen judío, quien llevaba siempre un frasquito con un poderoso veneno para tomarlo en caso de ser apresado por los nazis. Vivía en gran tensión y miedo sabiendo que podía morir en cualquier momento, pues muchos, como él, habían sido asesinados. Pero a mitad de la guerra, en 1942, destruyó el frasco y escribió en su diario: “He encontrado a Cristo; se me ha revelado”. Terminaron sus miedos y afrontó todo con una gran paz.
El papa nos invita a preguntarnos: ¿Me comporto como discípulos de Jesús y apago los conflictos y las tensiones? ¿Tengo una mala relación con alguien? ¿Reacciono de mala manera, estallo, o sé responder con la no violencia? ¿Sé responder con palabras y gestos de paz?
3) Para vivir
No es fácil ser testimonio de paz. Tal vez hemos experimentado qué difícil es poner en paz a dos partes enemistadas: ayudarles a perdonar, a no guardar rencor… Ante tal dificultad, Jesús sabe que no podemos solos, que necesitamos ayuda, un don. Por ello nos deja su paz: “Mi paz les doy”. Así se entiende que en la vida de muchos santos, rodeada de grandes dificultades, conservaran una paz interna inquebrantable.
Jesús nos enseña afrontar a nosotros, que somos los herederos de su paz, con mansedumbre en momentos difíciles. Nos quiere mansos, disponibles para escuchar, capaces de aplacar las disputas y tejer concordia. Esto es dar testimonio de Jesús, y vale más que mil palabras y sermones, dice el Papa. La paz que Jesús nos da es el Espíritu Santo, quien llena el corazón de serenidad y apaga la tentación de agredir; quien nos recuerda que los demás son hermanos y no obstáculos o adversarios; quien nos da fuerza para perdonar y recomenzar. Cuanto más nos sintamos agitados e intolerantes, más debemos pedir al Señor el Espíritu de la paz: “Señor, dame tu paz, dame el Espíritu Santo” y así, con la ayuda de la Virgen, seremos constructores de paz.
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