Guadalupe

Recordando al padre Lauro


El 14 de noviembre de 1921 es una fecha que ningún buen mexicano puede olvidar: fue el día en que un sujeto, llamado Luciano Pérez Carpio, puso una bomba a los pies de la sagrada imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que se venera en el Tepeyac.

Providencialmente, el atentado falló y en los días siguientes, como si fuesen convocados por el tañer de las campanas, miles de peregrinos –procedentes de todos los rincones del país– llegaron hasta la Basílica sin otro propósito que desagraviar a nuestra Reina y Señora.

Una de esas peregrinaciones procedía de un pequeño pueblo del Estado de México llamado Santiago Malinaltenango, cuyo párroco era el padre don Melchor Sánchez Valdés.

Al hallarse ante la venerada Imagen, un joven mostró una especial devoción; fue entonces cuando el Padre Melchor le dijo unas palabras que resultaron proféticas: “Tú serás sacerdote y propagarás su culto”.

Aquel joven tenía apenas 17 años y respondía al nombre de Lauro López Beltrán.

Con el correr del tiempo, se cumplió la profecía puesto que, efectivamente, Lauro no solamente llegó al sacerdocio, sino que su vida fue un incesante apostolado en favor de Nuestra Señora de Guadalupe.

El Padre Lauro –gran amigo de quien esto escribe– había nacido en Malinaltenango el 18 de agosto de 1904; debido al conflicto religioso de los años 20, hizo sus estudios sacerdotales en Granada (España) carrera que coronó con éxito al ser ordenado el 19 de diciembre de 1936.

Fiel a su vocación guadalupana, el padre Lauro publicó decenas de libros y folletos, colaboró en cerca de un centenar de periódicos y revistas, participó en varios congresos y fundó, en 1939, la revista Juan Diego, cuyo título es ya todo un símbolo.

Durante siglos, Juan Diego, el vidente de las Apariciones, había sido el gran olvidado, razón por la cual –en un acto de justicia– el padre Lauro se dedicó en cuerpo y alma a promover que el afortunado mensajero de la Virgen fuese llevado a los altares.

No nos cabe la menor duda de que la beatificación de Juan Diego (mayo de 1990) así como su posterior canonización (julio de 2002) ambas realizadas por san Juan Pablo II, en gran parte se deben a los esfuerzos realizados por este varón de aspecto sencillo; pero cuya cultura y erudición provocaban la admiración de propios y extraños.

Un hombre de cultura enciclopédica que no solamente escribió sobre temas guadalupanos ya que obras suyas son también Mis viajes alrededor del mundo (1960) y La persecución religiosa en México (1987).

La última de las dos obras antes mencionadas –la que trata de la persecución anticatólica– es toda una enciclopedia acerca de lo mucho que padecieron los católicos a causa del furor callista. Una obra que mucho ayudó a que en Roma se acelerasen los trabajos que culminaron llevando a los altares a nuestros mártires de tiempos de la Cristiada.

Un intelectual valioso e incansable a cuyo celo se debe que el culto guadalupano se haya propagado en gran parte del mundo.

Algo que muy pocos saben es que la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe que se venera en la catedral de Notre Dame fue colocada allí en abril de 1949 gracias a la iniciativa del buen padre Lauro.

Milagrosamente –como es ya del dominio público– dicha capilla guadalupana no sufrió ni el más leve rasguño cuando el pavoroso incendio del pasado 15 de abril consumió gran parte del templo.

Faltando pocos meses para cumplir los 97 años de edad, en abril de 2001, el padre Lauro se fue de entre nosotros. Atendiendo a su última voluntad, sus cenizas reposan en la cripta de la Basílica de Guadalupe.

A muchos años ya de su partida, hemos querido recordar a este gran personaje que nos distinguió con su amistad y que –gracias a su vasta obra publicada– sigue ganando batallas después de muerto.

Y es que quien desee tener una amplia cultura guadalupana, forzosamente, tendrá que acudir a los libros del gran historiador don Lauro López Beltrán.

 

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