Recuperar la Navidad

Hace unos años un amigo, directivo de una empresa, sugirió que la tarjeta navideña que usualmente se envía a proveedores y clientes, tuviera un motivo cristiano: Jesús, María y José. Al principio hubo ciertas reticencias, la empresa acababa de ser comprada por una trasnacional noruega. Sin embargo, finalmente prosperó su sugerencia. El año siguiente intentó de nuevo incluir un motivo, a la par cristiano y artístico, en la tarjeta. En esta ocasión, en cambio, la negativa fue firme: era política de la empresa no incluir ninguna referencia religiosa para no herir susceptibilidades y mantenerse dentro de lo “políticamente correcto”, el Misterio fue sustituido por un anodino copo de nieve.

No es un caso único. La férrea dictadura de lo políticamente correcto se impone, silenciosa, lenta, pero implacablemente, limitando drásticamente nuestra libertad de expresión, censurando nuestras tradiciones, nuestra identidad y nuestra historia; en definitiva, lo que somos, para introducirnos dentro del férreo corsé de lo que “debemos ser”. La expresión “feliz navidad” es sustituida por “felices fiestas”, y se despoja de todo elemento religioso a la celebración.

Donde todavía se mantiene alguna muestra cristiana, no faltan minorías intolerantes que exigen su desaparición, discriminando así a la mayoría que se siente identificada con el auténtico motivo navideño, como puede ser un “Belén” o “Nacimiento” dentro de una oficina o en las aulas de una universidad.

La justificación no deja de ser peregrina: “No herir susceptibilidades”. Con ese criterio, deberíamos dejar de celebrar el día de la independencia, para no “herir los sentimientos de los españoles”, o no recordar la batalla de Puebla “para no incomodar a los franceses”, etc.

La Navidad es una fiesta de origen religioso con fuerte contenido familiar. A nadie se le obliga a celebrarla, si alguien no quiere hacerlo, que no lo haga, o si quiere celebrar sin ninguna referencia sobrenatural, es su elección, pero limitar, censurar o prescindir del contenido original de la fiesta es sencillamente absurdo, pues entonces estamos celebrando la “nada”.

Sin embargo, diversas voces esperanzadoras se dejan oír desde distintos lugares del planeta, cuestionando la ortodoxia de “lo políticamente correcto”. Así, Donald Trump invita sin ambages a volver al “Merry Christmas” en vez del políticamente correcto “happy holidays”. Incluso en la secularizada Europa se escuchan voces discordantes. Ya hace tiempo que Ángela Merkel, Canciller de Alemania, invitaba a volver a Dios y a la Biblia para superar la crisis de Europa.

Ahora, la recién electa Theresa May, Primera Ministro del Reino Unido, va más allá, afirmando que “nuestra herencia cristiana es algo de lo que podemos sentirnos orgullosos”, e invitando por eso a los cristianos a despojarse de absurdos complejos, pues “no deben tener miedo a hablar de su fe en el trabajo y en lugares públicos”, precisamente porque “tenemos en nuestro país una tradición muy fuerte de tolerancia religiosa y libertad de expresión”, añadiendo además que el cristianismo debería ser “celebrado, no denigrado” (ya nos estábamos acostumbrando a la falsedad y a lo malo). No lo dijo ella, pero se colige de sus afirmaciones, que lo políticamente correcto amenaza con despojarnos de la tolerancia religiosa y amordazar nuestra libertad de expresión.

Todo lo anterior nos invita en consecuencia a desempolvar las raíces auténticamente cristianas de estas fiestas, a redescubrir la belleza de nuestras tradiciones y de nuestra identidad, pues nada hay en ellas de lo que debamos avergonzarnos, ni que ofenda a los demás. Los Nacimientos, las posadas, la Corona de Adviento, los villancicos, y un largo etcétera, constituyen una bella expresión de nuestra identidad y de nuestra riqueza cultural de la que podemos sentirnos orgullosos.

Si alguien se siente ofendido por la expresión pacífica y bienintencionada de nuestra fe, en realidad es él quien tiene una susceptibilidad enfermiza y quien quiere imponer su peculiar punto de vista, limitando así nuestra libertad religiosa, que incluye las manifestaciones públicas de la fe, y nuestra libertad de expresión, dos garantías reconocidas por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que nos han sido pacífica y paulatinamente conculcadas por la dictadura de lo “políticamente correcto”, la cual adquiere así tintes totalitarios.

 

 

@voxfides

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