Continúa, furiosa, la violencia de tinte religioso, aunque en este caso los medios se hagan poco eco al tratarse de Pakistán y no de un país occidental. La escalada, sin embargo, es terrible: Bruselas, Yemen, Lahore… muchas personas asesinadas “en el nombre de Dios”. Por contrapartida, el gesto de Francisco es sumamente elocuente, de alguna forma viene a “reivindicar el nombre de Dios”. En efecto, como cada Jueves Santo lavó los pies a doce personas, once de ellas refugiadas (tres mujeres), pero lo más novedoso es que había también tres musulmanes, de Pakistán, Siria y Mali, además de un hindú.
Cada año Francisco asombra con gestos de este género, que de otra parte ya venía viviendo desde que era arzobispo en Buenos Aires. Primero sorprendió al ir a la cárcel a lavar los pies a los presos, después al incluir mujeres (cosa que no se hacía, pues Jesús lavó los pies a los apóstoles, todos ellos hombres), y ahora, a personas de otra religión y muy particularmente musulmanes, a quienes dijo con claridad “somos hermanos y queremos vivir en paz”.
Este bello gesto de Francisco resulta especialmente fuerte, pues pocos días antes habían sido brutalmente asesinadas cuatro monjas Misioneras de la Caridad en Yemen, y circulaban por las redes sociales rumores de que el sacerdote secuestrado en el mismo lugar (Tom Uzhunnalil) sería crucificado en Viernes Santo. Tristemente, como “respuesta” al lavado de pies a inmigrantes musulmanes, fundamentalistas perpetran en Lahore un terrible atentado que deja setenta y dos muertos, treinta de ellos niños y más de trecientos heridos. La indignación por la ceguera fundamentalista es generalizada, así como la desesperanza ante la imposibilidad de cualquier diálogo con quien actúa de esta forma.
De hecho, en rigor el gesto de Francisco puede entenderse en forma ambivalente. Según la ley islámica deberían dejarse en paz a los integrantes de las religiones del libro (judíos y cristianos) si no aceptan la conversión al islam, pero deben tener un signo externo de sometimiento a los islámicos, ordinariamente a través del pago de un impuesto especial y de gozar en la práctica de menos derechos, es decir, ser ciudadanos de segunda categoría. De ahí que el gesto del Papa pueda entenderse en esa clave: “eso es lo que deberían hacer los cristianos, lavarnos los pies, y que bueno que su cabeza les ofrezca este ejemplo”. La perspectiva cristiana es muy diferente. En efecto, está la invitación a servir, el deseo de vivir con caridad, pero nunca un sometimiento o una infravaloración del que sirve, por el contrario, supone dignificar el servicio, reconocer su enorme valía.
Si a un lavatorio de pies y a una invitación a la fraternidad responden con un atentado salvaje a gente indefensa -muchos de ellos niños-, puede parecer claro que es imposible todo diálogo. Pero el gesto del Papa, así como el de Cristo, va más allá de buscar un efecto inmediato. Sin lugar a dudas, toda persona pensante, que no tenga envenenada la mente por el odio o el fanatismo (sea de la índole que sea, pues da lo mismo que tenga matriz religiosa o secularista), puede juzgar por sí misma dónde está la verdad y cuál es la actitud más civilizada y acorde con la dignidad humana. Cualquiera puede ver cómo es el perdón y no la violencia quien revela de modo diáfano la grandeza del hombre.
Pero, además del inevitable eco que estos hechos suscitan, de esta forzosa comparación entre las diferentes actitudes, se encuentra la dimensión sobrenatural. Pienso que el gesto de Francisco puede entenderse con mayor profundidad en su contexto: se trata de una acción litúrgica, es decir, de una oración dirigida a Dios. Es decir, busca pedirle a Él que si los hombres no somos capaces de alcanzar la fraternidad, de conseguir la unidad, de convivir en paz, pues que Él nos haga capaces, que Él nos done lo que nosotros no podemos alcanzar, pero quisiéramos conseguir con toda el alma. Por eso no cabe la desesperanza o el desaliento ante la violencia; cabe, por el contrario, hacer todos los esfuerzos para tender puentes –como vemos que hace Francisco- y cabe, finalmente, esperar en Dios.
@voxfides
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