Hace unos años estuvo nominada al Oscar, como mejor película extranjera, “La Caída” de Oliver Hirschbiegel, excelente filme donde se narran los últimos días de Hitler vistos por su secretaria Traudl Junge. Al terminar la película se recogen fragmentos entrevistas realizadas a Junge, ya muy anciana, donde reconoce su ceguera ante el fenómeno Hitler; en cierta forma se disculpa por su juventud e ingenuidad. Sin embargo, reconoce que la conciencia le comenzó a pesar cuando se enteró de Sophie Scholl y su martirio por promover la resistencia al nazismo en Alemania a través de “La Rosa Blanca”. Sophie tenía su misma edad (era incluso un año más joven), pero tuvo la clarividencia necesaria para percibir la maldad del régimen nazi a pesar de toda la impresionante campaña publicitaria a su favor, y el valor para enfrentarlo no siendo más que una joven estudiante.
Si hacemos un esfuerzo por ponernos en los zapatos de Traudl, es fácil justificarla. Pero sería bueno también cuestionarnos si no nos aqueja, como a ella, una cierta ceguera forzada por “lo que todos dicen”, “lo que está de moda”, aquello que una impresionante propaganda obliga a aceptar como verdad incuestionable. Cuando la moda, las leyes, el pensamiento único impuesto a través de una hábil campaña propagandística lesionan la dignidad humana, es preciso que alguien se levante y haga oír su voz, para despertar las conciencias adormecidas, tantas veces cómplices cobardes de un nocivo e inicuo estado de cosas.
La resistencia civil a la ley injusta constituye un formidable bastión moral, por el que la persona hace frente a la prepotencia y el autoritarismo del estado disfrazados de legalidad. Es un claro ejemplo de humanismo cívico, dispuesto a sufrir vejaciones, pero no a perder la dignidad o a callar frente a los atropellos que otros ciudadanos padecen. Tal actitud pacífica, fuerte y responsable, ha hecho grandes a personalidades como Mahatma Gandhi, Sophie Scholl o al beato Anacleto González Flores.
Actualmente nos encontramos también con leyes que exigen una desobediencia civil no violenta como la preconizada por Gandhi. Gracias a Dios, también ahora hay personas que, huyendo del cómodo abstencionismo político, siguen las huellas de Sholl, Gandhi y González Flores. Ellos resisten a las leyes injustas, pagando un duro precio, pero saben que su sacrificio no resulta estéril, pues despierta a las conciencias adormecidas de los demás ciudadanos.
Tres ejemplos contemporáneos siguen la huella de los tres grandes mencionados. Los tres se enfrentan al poder abusivo del estado y van en contra de una formidable campaña mediática empeñada en convertir en natural el abuso, en legitimar el crimen, o en privilegiar a una determinada minoría en detrimento de la mayoría. La diferencia es que no hacen frente a una dictadura, sino a una “dictablanda”; es la misma ley inocua, el mismo abuso de poder, la misma campaña propagandística, pero no se impone por la fuerza militar sino a través de la opinión pública y el poder coercitivo del estado disfrazado de legalidad.
Mary Wagner ha entrado repetidas ocasiones a prisión por el abominable delito de intentar convencer pacíficamente a las personas que acuden a los abortorios canadienses para que no asesinen al niño que tienen en sus entrañas. No le ha importado sufrir en carne propia una ley que limita la libertad de expresión y circulación. Ni siquiera es una protesta, sino sencillamente una invitación a reflexionar sobre el valor de la vida humana a quien está a punto de acabar con una, lo que a juicio de las autoridades canadienses es intolerable. Una vez en prisión no pierde tiempo, y aprovecha para evangelizar y consolar a las pobres mujeres que han abortado, llevando así una herida en lo más profundo de su conciencia.
La misma respetuosa y civil oposición a la ley injusta encontramos en Jordan B. Peterson, quien también puede padecer graves inconvenientes profesionales, cuando no incluso penales, por oponerse a una ley que obliga a los canadienses por decreto a hablar de un modo determinado para referirse a las personas transexuales. Por último, Ignacio Arsuaga ha comenzado una serie de acciones de desobediencia civil, contestando las leyes pro LGTBIQ+ que con carácter dictatorial y violando la objeción de conciencia se promulgan en España, imponiendo de facto una forma de pensamiento único. Arsuaga defiende así la libertad de pensamiento, de expresión y de manifestación frente al autoritarismo rosa del estado, a pesar de las multas o vejaciones que pueda sufrir. Pueden parecer tres voces discordantes en medio de un mar de indiferencia, pero indudablemente son muy necesarias para sacudir el conformismo suicida de tantos otros, que pensando como ellos no se atreven a hacer nada al respecto por temor a las consecuencias.
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