PRÓLOGO
Inicio este escrito con un consejo de San Josemaría, fundador del Opus Dei: Nunca hablar de impureza, sino de la santa pureza, afirmación gozosa.
Él solía decir que bendecía con las dos manos el amor limpio y santo de sus padres, de los esposos y de los novios, no con cuatro, pues no las tenía.
Hacía mucho hincapié, basándose en las conocidas “Bienaventuranzas”, de que los de corazón limpio “verán a Dios”. Y remarcaba el ejemplo del Señor que a lo largo de su paso terrenal, había sido cubierto de improperios, que le han maltratado de todas las formas posibles (un revoltoso… endemoniado… amigo de pecadores… que frecuentaba la mesa de los ricos… lo llaman también hijo de un simple carpintero… bebedor y comilón… De todo, menos de que no era casto). Él puso de manifiesto siempre de una gran delicadeza en la virtud de la pureza.
Para una persona normal, el tema del sexo ocupa un cuarto, un quinto lugar de “Los diez mandamientos” de la Ley de Dios. El primero consiste en el Amar a Dios y al prójimo como a nosotros mismos, luego están las aspiraciones en muchas cuestiones que interesan al hombre y a la mujer: la familia, el trabajo, la salud, etc.
Desgraciadamente, en muchos ambientes se ha generalizado un clima de sensualidad, que lleva a justificar cualquier aberración, también entre jóvenes, adolescentes y aún en niños.
De esto trataré en este pequeño escrito: tema difícil, ya que fácilmente se puede caer en lo vulgar, lo ordinario. El mismo San Josemaría advertía que al tratar de este tema, siempre queda un olorcillo, como el de quien ha comido pescado y es difícil quitarse ese olor del todo.
Desde 1966 he estado en contacto con la juventud. Pienso abordar estos temas, que raramente se encuentran en la literatura juvenil, de modo claro; temas que, por otro lado, son de sentido común y luego de la más elemental moralidad.
Confío en que nadie se sienta aludido en las diversas anécdotas tomadas del día a día, que han venido a mi memoria. Confío también que muchos padres de familia tomen nota.
@voxfides
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